sábado, 15 de agosto de 2015

"Eneida".- Virgilio (70 a.C. - 19 a.C.)

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Libro II

 "Entonces vi a todo Ilión ardiendo en vivas llamas y revuelta hasta sus cimientos la ciudad de Neptuno, semejante al añoso roble de las altas cumbres cuando, serrado ya por el pie, pugnan los labradores por derribarlo a fuerza de hachazos; álzase todavía amenazante, y trémula en la sacudida copa, se cimbrea su pomposa cabellera; vencida poco a poco, al fin, con repetidos golpes, lanza un postrer gemido y se precipita, arrastrando su ruina por las laderas. Bajo entonces a la ciudad, y guiado por un numen, me abro paso por entre las llamas y los enemigos; delante de mí se apartan los dardos y retroceden las llamas.
 Llegado que hube a los umbrales de la morada paterna, antiguo solar de mis mayores, mi padre, que era el primero a quien yo me proponía llevarme a los altos montes vecinos y el primero a quien buscaba, se resiste a prolongar su vida después de la destrucción de Troya y a sufrir el destierro. "Huid vosotros -exclama-; vosotros que aún tenéis todo el vigor de la sangre juvenil y cuyas fuerzas se conservan enteras; huid vosotros... Por lo que a mí toca, si los dioses quisieran que prolongase mi vida, me hubieran conservado estas moradas; basta y sobra para mí haber presenciado tantos estragos y sobrevivido a la toma de mi ciudad nativa. Dejadme, dejadme aquí morir y decidme el último adiós; yo mismo sabré darme la muerte con mi propia mano. El enemigo se compadecerá de mí y buscará mis despojos; poco me importa quedar insepulto. Harto tiempo hace ya que, odioso a las deidades, arrastro una inútil ancianidad desde que el padre de los dioses y rey de los hombres sopló en mí con los vientos de su rayo y me tocó con su fuego." Abstraído en estos recuerdos, permanecía inmóvil y fijo en su resolución, mientras nosotros todos bañados en lágrimas, mi esposa Creusa, Ascanio y la servidumbre entera, le suplicamos que no nos haga perderlo todo por su causa ni quiera agravar el peso de nuestro acerbo destino; pero él se niega y persevera aferrado en su propósito de no moverse de aquellos sitios. Desesperado, lánzome segunda vez a la pelea  y anhelo la muerte; porque, ¿qué otro arbitrio, qué otro recurso me quedaba? "¿Y pudiste esperar, ¡oh padre! -exclamé-, que huyera abandonándote? ¿Tan impías palabras pudieron salir de la boca de un padre? Si es voluntad de los dioses que nada quede de una ciudad tan poderosa y estás decidido a añadir a la perdición de Troya tu perdición y la de los tuyos, abierta tienes la puerta para que perezcamos todos; ahí tienes a Pirro, que sabe inmolar al hijo ante los ojos de su padre y al padre al pie de los altares. ¿Para esto, ¡oh divina madre mía!, me liberaste de los dardos y de las llamas, para que viese al enemigo en el corazón de mis hogares y a Ascanio, y a mi padre, y a Creusa con ellos, sacrificados en una común matanza? Traedme, escuderos, traedme mis armas; la postrera luz llama a los vencidos. ¡Restituidme a los griegos, dejadme que vuelva a ver la recrudecida lid; no moriremos hoy todos sin venganza!"
 Con esto empuño por segunda vez la espada, embrazo el broquel con la siniestra mano y ya iba a salir del palacio, cuando en el mismo umbral se me abraza a los pies mi esposa, tendiéndome a nuestro tierno Iulo. "Si vas a morir, llévanos también contigo adondequiera que vayas; mas si pones todavía alguna esperanza en el probado esfuerzo de tus armas, empieza por asegurar este palacio. ¿A quién encomiendas la defensa de tu tierno Iulo, de tu padre y de la que en otro tiempo llamabas tu esposa querida?"
 Con estas voces llenaba todo el palacio la llorosa Creusa, cuando de súbito se ofrece a nuestra vista una maravillosa visión y fue que, sobre la cabeza de Iulo, entre los brazos y a la vista de sus afligidos padres, álzose una leve llama, que, sin lastimarle con su contacto, blandamente acariciaba sus cabellos y parecía como que tomaba cuerpo alrededor de sus sienes. Despavoridos, nos echamos al punto sobre su encendida cabellera, y rociándola con agua quisimos apagar aquel fuego milagroso; pero Anquises, lleno de júbilo, alzó los ojos al cielo y levantando también las manos y la voz, exclamó: "Omnipotente Júpiter, si hay preces que puedan moverte a compasión, vuelve hacia nosotros tus ojos; nada más te pedimos, y si somos dignos de piedad, danos en adelante tu auxilio y confirma estos felices agüeros".
 [...] Vencido mi padre por aquellas señales, se levanta, invoca a los dioses y adora la santa estrella. "Pronto, pronto -exclama-; no haya detención; ya os sigo y voy adonde queráis llevarme. ¡Oh patrios dioses, conservad mi linaje, conservad a mi nieto! Vuestro es este agüero; por vuestro numen subsiste Troya. Cedo, pues, hijo mío, y no me opongo ya a acompañarte".
 Dijo, y ya percibíamos más claramente el chirrido de las llamas en las murallas, ya nos llegaban más de cerca las ardientes bocanadas del incendio".

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