V
"Repuesto de su fracaso y con febril inquietud que delataba su rebeldía -nostalgia, contrapunto de un bien imposible-, Romero y Flores ordenó cuidadosamente las copias de los recibos, de los informes, de las transferencias que había detenido de su trabajo de incorruptible fiscalizador. Sin consultar a nadie -violencia de su transformación- se entrevistó con el director de un periódico -"patrón grande, su mercé" de la publicidad-. Aquel poderoso personaje, cuya pulcritud en actitudes y ofertas contrastaba con lo agresivo y repugnante de su cabellera en cepillo de zapatos, de su boca de dientes salidos, de sus ojos pequeños en somnolencia mogólica tras gruesos lentes de ancho cerco de carey -cabeza de puerco hornado con espejuelos de gringo- aceptó gustoso documentos y propuestas. Sólo hizo una pequeñísima objeción al despedir a su informante, a su desinteresado colaborador:
-No saldrá mañana. Tenemos el material completo. Saldrá... Bueno... Ya veremos... Es nuestro deber.
Verdaderamente emocionado por lo que él creía un triunfo, buen éxito de su gestión, Romero y Flores tropezó en la puerta de calle del edificio donde funcionaba la empresa periodística con un hombre monologaba como un poseso -maldiciones, reproches y mímica de biliosa factura-, con un hombre que al sentirse observado elevó el tono de la voz en franca confidencia:
-Tres veces he traído la carta para que la publiquen. Tres copias. Siempre el mismo pretexto. Que la pusieron en la canastilla, que la vio el fulano, que la tomó el mengano, que la guardó el zutano...
-¿La carta?
-Donde refutaba las calumnias que me llevaron a la quiebra. Las calumnias que estos infames publicaron en primera página. ¿Rectificar? ¿Para qué? ¿Qué vale un pobre hombre de la calle, solo, jodido?
-Pero la verdad...
-¿Qué les importa? La única verdad que defienden es la verdad de sus intereses.
-Usted puede...-continuó el mozo dando esperanzas de otros caminos a su interlocutor.
-No hay caso. Estamos atrapados en una red invisible de codicia que se conecta en las altas esferas.
-Sin embargo...
-Atrapados. Y tenemos que aceptar lo inaceptable y atenernos a lo que nos otorguen o nos hagan. Todo en beneficio de nuestro orgullo de libres.
-Eso repugna... Sería como... Preferible... -murmuró el chulla crispando las manos en actitud de desafío.
-Sí. Comprendo. Usted propone la lucha. Claro. Es joven. ¿Con quién? ¿Contra ellos? ¡Al carajo! -concluyó el desconocido, y sin esperar respuesta se alejó en la corriente de la calle.
"Soy... Soy un hombre... Si estrangulo a la venganza que alimenta este renacer de mi rebeldía, volveré a vagar al capricho de...", se dijo Romero y Flores con fiereza que cortó de un tajo su pensamiento, aconsejándole en cambio ir en auxilio de su denuncia, de sus papeles -esparcidos, en visión subconsciente, por diabólico huracán-. Mas, al trazar el itinerario del rescate -gradería resbalosa de mármol bruñido, porteros de intriga barata, turno de cola sin apelación, razones para...-, desechó la duda y procuró aferrarse a la oferta formal del caballero de cabeza de puerco hornado con espejuelos de gringo.
Ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles, ni nunca, apareció en la gran prensa la pequeña verdad del mozo. Después, mucho después, supo que el silencio -celo patriótico en defensa del prestigio nacional e internacional del país- había tenido su precio. Precio que no cobró él. Precio que cobraron los intermediarios y dueños de la libertad de expresión.
Hizo por ese entonces el chulla cuanto estuvo a su alcance para satisfacer su sentimiento de rebeldía -murmuró, chilló, amenazó por cantinas, bodegones, trastiendas y plazas-. El fracaso del chantaje a los altos funcionarios y el silencio profundo de la prensa sobre su denuncia no lograron aplastarle. Ciego de amarga furia intrigó entre los enemigos políticos de don Ramiro Paredes y Nieto. Pero al establecer en su verdad la existencia de cómplices a quienes se debía sancionar, halló con asombro que la enemistad entre esas gentes era de barniz, de superficie. Que un interés burocrático les unía, les encadenaba".
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