10.-Comunicación
«En el auditorio habían colocado un cartel con
la siguiente palabra: COMUNICACIÓN.
Arkadi Nikoláievich entró, nos congratuló por
la nueva etapa que iniciábamos y dijo, dirigiéndose a :
-¿Con quién o con qué está usted en
comunicación en este momento?
Vieselovski se hallaba tan
absorto en sus propios pensamientos, que no entendió en seguida la pregunta.
-¿Yo? Con nada ni con nadie –contestó casi
mecánicamente.
-Entonces usted es un “milagro de la
naturaleza”. ¡Hay que enviarlo al museo de curiosidades si puede vivir en ese
estado! –fue la burlona respuesta de Tortsov.
Vieselovski se disculpó, asegurando que, como
nadie lo miraba ni se dirigía a él, no podía estar en contacto con nadie.
-¿Acaso para eso hace falta que alguien lo
mire o le hable? –Esta vez fue Tortsov el sorprendido-. Cierre los ojos, tápese
los oídos y fíjese con qué y con quién está en relación mental. ¡Intente
descubrir un solo momento en que no esté en comunicación con algún objeto!
Yo también hice la prueba y procuré notar qué
sucedía dentro de mí.
Recordé la tarde anterior en el teatro, en que
se presentó un famoso cuarteto de cuerdas, y empecé a evocar mentalmente, paso
a paso, todo lo que había ocurrido conmigo. Al entrar en el foyer saludé; busqué asiento y me puse a
observar a los músicos que afinaban sus instrumentos. Empezaron a tocar y
escuché, pero su interpretación no me llegaba al espíritu.
-¡He aquí un momento vacío, sin comunicación!
–concluí, y me apresuré a decírselo a Tortsov.
-¡Cómo! –exclamó sorprendido-. ¿Cree que la
percepción de una obra de arte es un momento vacío?
-Sí. Porque, aunque oía, no escuchaba, y
aunque trataba de penetrar en el sentido de la música, no lo lograba. Por eso
considero que se trataba de un momento en blanco.
-La comunicación y la percepción de la música
aún no habían comenzado, porque el proceso anterior no había concluido y
distraía su atención. Pero en cuanto éste se interrumpió, usted empezó a
escuchar la música o interesarse en alguna otra cosa. No hubo, pues, pausa
alguna en la comunicación.
-Tal vez haya sido así –admití, y seguí
tratando de recordar.
Traté de ver al tío de Shustóv, pero ni él ni
los demás artistas habían aparecido. Recorrí con la mirada a casi todos los
asistentes pero mi atención se distrajo de tal manera, que no pude controlarla.
¡Cuántas imágenes y reflexiones asomaron entre tanto a mi espíritu! La música
ayudaba a esos vuelos del pensamiento y la imaginación. Pensé en mi casa, en mis parientes que viven lejos, en
otras ciudades y en un amigo muerto.
Arkadi Nikoláievich dijo que esas imágenes no
surgieron en vano dentro de mí, sino porque yo necesitaba proyectar mis ideas y
sentimientos sobre los objetos, o, por el contrario, tomarlos como fuente de
inspiración. A fin de cuentas, mi atención se vio atraída por las luces de la
araña, y pasé largo rato contemplando sus caprichosas formas.
“Éste es un momento vacío –decidí-. No puedo considerar
comunicación el hecho de contemplar simplemente unos focos de luz”.
Informé a Tortsov sobre mi nuevo
descubrimiento, y me dijo:
-Usted trató de comprender cómo, de qué modo
está hecha la araña. Ésta le entregó su forma, el aspecto general, todos los
detalles posibles. Usted absorbió esas impresiones, y anotándolas en su memoria
pensó en lo que había percibido. Significa que algo extrajo del objeto;
nosotros, los actores, lo consideramos un proceso necesario de comunicación. Le
inquieta la cualidad inanimada del objeto. También un cuadro, una estatua, el
retrato de un amigo, una reliquia de un museo son objetos inanimados, pero
contienen la vida de sus creadores. Incluso una lámpara puede hasta cierto
punto cobrar vida de acuerdo con el interés que despierta en nosotros.
-En tal caso –argüí-, ¿podemos estar en
comunicación con cada objeto que aparece ante nuestros ojos?
-Es difícil que tenga tiempo de absorber o dar
algo de usted mismo a cualquier cosa que pasa velozmente ante su vista. No
obstante, sin esos momentos de percepción o entrega no hay comunión en el
escenario.
Con los objetos a los que usted alcanza a
transmitir algo, a recibir algo de ellos, se establece un breve instante de
relación.
Ya he dicho muchas veces que en la escena es
posible mirar y ver, así como ver y no mirar. Se puede poner la vista en la
escena mientras los sentimientos y el interés se concentran en lo que sucede en
la platea o más allá de los muros del teatro.
No necesito señalar que esto es innecesario y
pernicioso. Los ojos son el espejo del alma. La mirada vacía es el reflejo de
un alma vacía. ¡No lo olviden! Es importante que los ojos, que la mirada del
artista en la escena, reflejen el rico y profundo contenido de su espíritu
creador.
Ahora bien, el artista es un hombre, con todas
las debilidades propias del ser humano. Cuando llega al escenario es natural
que traiga consigo sus pensamientos diarios, sus sentimientos personales, sus
reflexiones nacidas de la realidad. En el teatro no se interrumpe, pues, la línea
de su vida personal, limitada, y en la primera oportunidad que se presenta
irrumpe en los sentimientos del personaje. El artista se entrega por entero a
su papel sólo en los momentos en que éste lo transporta. Cuando ello sucede, se
identifica con él de una manera creadora. Pero en cuanto se distrae, cae
nuevamente bajo el dominio de su propia vida personal, que lo lleva más allá de
las candilejas, hacia la platea, o fuera de los límites del teatro, en busca de
los objetos para su comunicación espiritual. Mientras tanto, el papel se
transmite de manera externa, puramente mecánica. La comunicación se interrumpe
de forma intermitente, y los lugares vacíos se completan con interpolaciones de
la vida personal del actor, sin la menor relación con el personaje.
Imaginen un collar valioso, en el que cada
tres eslabones de oro haya uno ordinario de estaño, y luego otros dos sujetos
con una soga. ¿Quién querrá semejante collar? ¿Y a quién le sirve la línea
quebrada de la comunicación? La ruptura constante de la línea del papel
determina su deformación o su anulación. Si en la vida real es menester el
proceso correcto y continuado de la
comunicación, en la escena lo es diez veces más. Esto deriva de que la
naturaleza del teatro se basa en la comunicación de los personajes entre sí y
de cada uno consigo mismo. En efecto, supongan que el autor presenta dormidos a
sus héroes o en estado de inconsciencia, es decir, en los momentos en que su
vida espiritual no tiene manifestación ninguna. O bien, imaginen que el dramaturgo
trae al escenario dos personas que no se conocen y que rehúsan trabar
conocimiento, permaneciendo en extremos opuestos del escenario. En tales
circunstancias no hay motivo para que el espectador acuda al teatro, puesto que
no se le ofrece lo que ha venido a buscar, es decir, sentir las emociones y
descubrir las ideas de los personajes que intervienen en la obra.
Muy distinto es cuando los actores llegan al
escenario con el común afán de hacer partícipe a los otros de sus ideas y sus
sentimientos y dispuestos a recibir los de sus interlocutores. El espectador,
que presencia esos procesos de entrega y recepción de ideas y sentimientos
entre dos o varios personajes, acaso en calidad de testigo accidental, va
involuntariamente captando las palabras y acciones de los intérpretes. Al mismo
tiempo interviene silenciosamente en su comunicación, ve, descubre y se
conmueve con las emociones ajenas.
-De todo esto se deduce que los espectadores
sólo comprenden lo que ocurre en la escena, o intervienen indirectamente,
cuando en ella se produce el proceso de comunicación entre los personajes de la
obra.
-Empezaré por la comunicación con uno mismo o
autocomunicación –dijo Arkadi Nikoláievich al entrar en clase-. ¿Cuándo, en la
vida real, nos hablamos en voz alta a nosotros mismos? Cuando estamos tan
perturbados o inquietos que no podemos contenernos, o cuando tratamos de captar
alguna idea difícil que la conciencia no logra captar enseguida, cuando
estudiamos de memoria, y con la voz nos ayudamos a recordar lo asimilado; o
bien, cuando manifestamos a solas alguna idea que nos tortura o nos alegra,
aunque sólo sea para aliviar el espíritu. Estos casos de comunicación con uno
mismo se encuentran muy raramente en la vida real; pero sí muy a menudo en el
escenario.
¿Cómo justificar en la escena aquello para lo
cual en la vida real casi no encuentro justificación? ¿Dónde me buscaré en esa
comunicación conmigo mismo? ¿Desde dónde y hacia dónde irán las corrientes de
la comunicación?
Es un proceso para el que se necesitan un sujeto
y un objeto determinados. ¿En qué lugar de nosotros se encuentran? Al no contar
con estos dos centros interrelacionados, no puedo concentrar mi atención, que
se distrae. Y no hay que sorprenderse, porque ésta vuela hacia la platea, en la
que siempre nos atrapa un objeto irresistible: el público, la multitud.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alba Editorial, 2007, en
traducción de Jorge Saura, pp. 249-253. ISBN: 978-848428-182-5.]
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