miércoles, 12 de agosto de 2015

"Antología poética".- Miguel Hernández (1910-1942)


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Canción del esposo soldado

He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y altos ojos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado, / temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado / fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas, / te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, / ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho, / sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho / hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa / mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hasta mí como una boca inmensa / de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: / aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera, / y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, / envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado / sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo. / Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo / cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas, / y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas / recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando. / Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando / una mujer y un hombre gastados por los besos.
 
 
Y qué buena es la tierra de mi huerto...
 
¡Y qué buena es la tierra de mi huerto!:
hace un olor a madre que enamora,
mientras la azada mía el aire dora
y el regazo le deja pechiabierto.
Me sobrecoge una emoción de muerto
que va a caer al hoyo en paz, ahora,
cuando inclino la mano horticultura
y detrás de la mano el cuerpo incierto.
¿Cuándo caeré, cuándo caeré al regazo
íntimo y amoroso, donde halla
tanta delicadeza la azucena?
Debajo de mis pies siento un abrazo,
que espera francamente que me vaya
a él, dejando estos ojos que dan pena.

 


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