jueves, 13 de agosto de 2015

"Los miserables".- Víctor Hugo (1802-1885)


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Quinta parte: Libro segundo: El intestino de Leviatano.
I.-La tierra empobrecida por el mar

 "París arroja anualmente veinticinco millones al agua. Y no hablamos de metáfora. ¿Cómo y de qué manera? Día y noche. ¿Con qué objeto? Sin ningún objeto. ¿Con qué idea? Sin pensarlo. ¿Para qué? Para nada. ¿Por medio de qué órgano? Por medio de su intestino. ¿Cuál es su intestino? La alcantarilla.
 Veinticinco millones es la más moderada de las cifras aproximadas que dan los cálculos de la ciencia especial.
 La ciencia, después de haber andado a tientas durante mucho tiempo, sabe hoy que el más fecundo y eficaz de los abonos es el abono humano. Los chinos, digámoslo para nuestra vergüenza, lo sabían antes que nosotros. Ningún labrador chino (lo ha dicho Eckeberg), vuelve de la ciudad sin traer, en los dos extremos de su bambú, dos cubos llenos de lo que nosotros llamamos inmundicias. Gracias al abono humano, la tierra en China, está aún tan joven como en los tiempos de Abraham. El trigo chino da hasta ciento veintiocho granos por semilla. No hay grano comparable en fertilidad al detritus de una capital. Una gran ciudad es el mejor de los estercoleros. Emplear la ciudad en abonar la llanura sería asegurarse un éxito infalible. Si nuestro oro es estiércol, en cambio, nuestro estiércol es oro.
 ¿Qué se hace con ese oro-estiércol? Se le arroja al abismo.
 Se envían convoyes de buques, que ocasionan grandes gastos, para recoger en el polo austral el excremento de los petrelos y pingüinos, y el incalculable elemento de opulencia que se tiene al alcance de la mano, se tira al mar. Todo el abono humano y animal que el mundo pierde, devuelto a la tierra en lugar de ser arrojado al mar, bastaría para alimentar al mundo.
 Estos montones de inmundicias de las esquinas y bordillos, estos carros de basura que se zangolotean por la noche en las calles, esos horribles toneles del mulador, estos fétidos arroyos de fango que el empedrado oculta, ¿sabéis lo que son? Son la pradera en flor, la hierba verde, el serpol, el tomillo, la salvia; son la caza, el ganado, el mugido de satisfacción de los bueyes por la tarde; son heno oloroso, trigo dorado, pan en vuestra mesa, sangre caliente en vuestras venas; son salud, alegría, vida. Así lo quiere esta creación misteriosa que es la transformación sobre la tierra y la transfiguración en el cielo.
 Devolved todo esto al gran crisol y saldrá de él vuestra abundancia. La nutrición de las llanuras forma el alimento de los hombres.
 Dueños sois de perder esa riqueza y de juzgarme, además, ridículo. Será la obra maestra de vuestra ignorancia.
 Las estadísticas han calculado que Francia por sí sola vierte todos los años en el Atlántico, por boca de sus ríos, quinientos millones. Con estos quinientos millones, se pagaría la cuarta parte de los gastos del presupuesto; y, sin embargo, la habilidad de los hombres es tal, que prefiere desprenderse de ellos, regalándolos al arroyo. La sustancia misma del pueblo, aquí gota a gota, allí a oleadas, se la lleva tras de sí ese miserable derramamiento de nuestras alcantarillas en los ríos y este gigantesco vómito de nuestros ríos en el océano. Cada hipo de nuestras cloacas nos cuesta mil francos. Dos son sus resultados: la tierra empobrecida y el agua apestada. El hambre saliendo del surco y la enfermedad del río.
 Es notorio, por ejemplo, que hoy el Támesis envenena a Londres.
 En cuanto a París ha sido preciso en estos últimos tiempos hacer que la mayor parte de las alcantarillas río abajo desemboquen por el último puente.
 Un doble aparato tubular, provisto de válvulas y exclusas aspirante e impelente, un sistema de drenaje elemental, sencillo como el pulmón del hombre, y que está en pleno funcionamiento en varias comunas de Inglaterra, bastaría para traer a nuestras ciudades el agua pura de los campos y para enviar a nuestros campos el agua rica de las ciudades, y por este sistema, el más sencillo del mundo, aprovecharíamos los quinientos millones arrojados fuera. Se piensa en otras cosas.
  El procedimiento actual hace el mal, queriendo hacer el bien. La intención es buena, el resultado es triste. Se cree expurgar la ciudad y se enferma a la población. Una alcantarilla es un malentendido. Cuando en todas partes el drenaje, con su doble función, restituyendo lo que toma, haya reemplazado a la alcantarilla, simple lavado empobrecedor, entonces, combinándose esto con los datos de una nueva economía social, el producto de la tierra será duplicado y el problema de la miseria será singularmente atenuado. Añádase la supresión de los parasitismos y quedará resuelto.
 Entretanto, la riqueza pública se marcha al río y la merma sigue. Merma, sí, ésta es la palabra. Europa se arruina por consunción".  

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