Capítulo XXIII: De cómo Gargantúa fue instruido por Ponocrátes con tal disciplina que no perdía una hora del día
"Gargantúa se despertaba, pues, a eso de las cuatro de la mañana. Mientras le aseaban, le leían alguna página de la Sagrada Escritura en voz alta y clara, con la pronunciación que convenía a la materia, tarea que estaba encomendada a un joven paje natural de Basché, llamado Anagnosta. Según el argumento y el propósito de la lección, Gargantúa se entregaba muchas veces a reverencias, adorar, rezar y suplicar al buen Dios, de quien la lectura mostraba la majestad y los juicios maravillosos.
Luego iba al excusado a expeler las heces de las digestiones naturales. Allí su preceptor repetía lo que había sido leído y le explicaba los puntos más oscuros y difíciles.
A la vuelta, miraban el estado del cielo, por si había cambiado desde la noche anterior, y comprobaban en qué signos entraban el sol y la luna ese día. Hecho esto, lo vestían, peinaban y perfumaban, y durante ese espacio de tiempo, le repetían las lecciones del día anterior. Él mismo las decía de memoria y mezclaba en ellas algunos casos prácticos relativos a la condición humana, lo que duraba a veces hasta dos o tres horas, aunque cesaba ordinariamente cuando se hallaba vestido del todo. Después le hacían escuchar lecturas durante tres horas enteras.
A continuación salían, discutiendo siempre acerca del fondo de la lectura, y se divertían en Bracque o en los prados jugando a la pelota, haciendo diestramente ejercicio con el cuerpo, como antes lo habían hecho con las almas.
Jugaban con amplia libertad, porque abandonaban la partida cuando les parecía bien y cesaban de ordinario cuando sudaban o estaban cansados. Entonces se secaban, se mudaban de camisa y, paseándose despacio, iban a ver si estaba hecha la comida. Mientras esperaban, recitaban clara y elocuentemente algunas de las frases de la lección, que guardaban en la memoria.
Entretanto llegaba el señor Apetito y, aprovechando la buena oportunidad, se sentaban a la mesa. Al principio de la comida era leída alguna historia de proezas antiguas, hasta que Gargantúa hubiera bebido vino.
Entonces, si les parecía bien, continuaba la lectura o se ponían a conjeturar alegremente, hablando juntos, durante los primeros meses, de la virtud, propiedad, eficacia y naturaleza de todo lo que les servían en la mesa: el pan, el vino, el agua, la sal, las carnes, el pescado, la fruta, las hierbas, las raíces, y del aderezo y aliño de todo ello. Por este medio aprendió en poco tiempo todos los pasajes relacionados con todo ello de Plinio, Ateneo, Dioscórides, Julio Pólux, Galeno, Porfirio, Oppiano, Polibio, Heliodoro, Aristóteles, Eliano y otros. Mientras tenían estas pláticas, para estar más seguros hacíanse traer los susodichos libros a la mesa. Su memoria retenía tan bien y con tanta precisión las cosas dichas que, por aquel entonces, no había médico que supiera la mitad que él sobre ellas. Después hablaban de las lecciones leídas por la mañana y, mientras acababan de comer, con alguna confitura de membrillo, él se limpiaba los dientes con un tallo de lentisco, se lavaba las manos y los ojos con agua fresca y daba gracias a Dios entonando bellos cánticos en loor de la benignidad y munificencia divinas.
Una vez hecho esto, traían naipes, no para jugar, sino para aprender en ellos mil pequeñas gentilezas e invenciones, las cuales tenían como base la aritmética. Por este medio tomó afición a la ciencia de los números, y todos los días, después de comer y cenar, pasaba con ello un rato tan agradable como el que le proporcionaban los dados o los naipes. Más tarde conoció esta ciencia, tanto la teoría como la práctica, tan bien, que el inglés Tunstal, que había escrito extensamente sobre ella, confesó que, realmente, en comparación con Gargantúa, él no sabía más que un niño de pecho.
Y no sólo ésta, sino también las otras ciencias matemáticas, como geometría, astronomía y música, porque en tanto esperaban la cocción y digestión de la comida, fabricaban mil alegres instrumentos y trazaban figuras geométricas, al tiempo que practicaban las leyes astronómicas. Después se divertían cantando musicalmente cuatro o cinco partituras o un tema improvisado. En lo que se refiere a instrumentos musicales, aprendió a tocar el laúd, la espinela, el arpa, la flauta alemana y la de nueve agujeros, además de la viola.
Empleaba así esta hora y acabada la digestión, se purgaba de los excrementos naturales; luego reanudaba su estudio principal durante tres horas o más, bien repitiendo la lectura matutina, o bien continuando el libro empezado o escribiendo y trazando las antiguas letras romanas.
Terminado esto salían de su casa e iba con ellos un joven gentilhombre de Turena llamado Gimnasta el escudero, quien le enseñaba el arte de la caballería. Mudándose, pues, de ropa, montaba sobre un corcel, un rocín, un caballo español entero y de mediano cuerpo, un caballo de raza bereber, un caballo ligero, y le daba cien carreras, le hacía voltijear en el aire, salvar el foso, saltar la empalizada y volverse tanto a la derecha como a la izquierda en el reducido espacio de un ruedo".
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