VII
"-¿Has dado vueltas alguna vez a la idea de instalarte en los Estados Unidos? -le preguntó una mañana, mientras Félix manejaba hábilmente el pincel.
-Querido tío -dijo Félix-, perdóneme si su pregunta me hace sonreír. En primer lugar, nunca he dado vuelta a ninguna idea. A menudo las ideas me dan vuelta a mí. Pero me temo que no he hecho nunca un plan seriamente. Sé lo que va a decir, o más bien lo que piensa, porque no creo que llegue a decirlo: que es una actitud muy frívola e insensata por mi parte. Lo es; pero estoy hecho así. Tomo la vida como viene, y nunca he tenido que cruzarme de brazos. En segundo lugar, nunca me propondría instalarme. No puedo instalarme, querido tío; no soy sedentario. Ya sé que es eso lo que se espera aquí de los extranjeros; siempre se instalan. Pero, para contestar a su pregunta, yo nunca le he dado vueltas a esa idea.
-¿Piensas volver a Europa y reanudar una vida tan desordenada como antes? -preguntó Mr. Wentworth.
-No puedo decir que tenga esa intención. Pero es muy probable que vuelva a Europa. Después de todo, soy europeo. Me siento así, ¿sabe? En buena parte dependerá de mi hermana. Ella es todavía más europea que yo. Aquí, sabe usted, Eugenia es como un cuadro fuera de su marco. Y en cuanto a "reanudar", querido tío, nunca he abandonado mi desordenada manera de vivir. ¿Cree usted que puede haber para mí algo más irregular que esto?
-¿Que qué? -preguntó Mr. Wentworth, con su gravedad y palidez acostumbradas.
-Bueno, ¡que todas estas cosas! Vivir entre ustedes de esta manera, esta encantadora, tranquila y seria vida de familia; fraternizar con Charlotte y Gertrude, visitar a veinte señoritas y salir con ellas a pasear, sentarme con usted por las noches en la veranda y escuchar los grillos, y acostarme a las diez en punto.
-Tu descripción resulta muy animada -dijo Mr. Wentworth-, pero no veo nada de inconveniente en todo lo que describes.
-Ni yo tampoco, querido tío. Es extraordinariamente agradable; no me gustaría si fuera inconveniente. Le aseguro que no me gustan las cosas inconvenientes; aunque me atrevería a decir que usted sí lo cree -continuó Félix, sin dejar de pintar.
-Nunca te he acusado de eso.
-No lo haga, por favor -dijo Félix-. Porque, ¿sabe usted?, en el fondo soy terriblemente burgués.
-¿Terriblemente burgués? -repitió Mr. Wentworth.
-Quiero decir, con otras palabras, un hombre sencillo, temeroso de Dios -Mr. Wentworth le miró con cierto recelo, de persona prudente a quien se pretende engañar, mientras Félix continuaba-: Confío en llegar a disfrutar de una ancianidad venerable y venerada. Quiero decir que espero vivir muchos años. Difícilmente puede llamarse plan a esto, pero es un claro deseo, una sonrosada visión. Quiero ser un anciano con mucha vitalidad. ¡Incluso frívolo!
-Es natural -dijo su tío sentenciosamente- que una persona desee prolongar una vida agradable. Quizá tenemos una tendencia egoísta a no dar por terminados nuestros placeres. Pero imagino -añadió- que piensas casarte.
-Eso también, querido tío, es una esperanza, un deseo, una visión -dijo Félix.
[...]
-Creo que si te casaras -dijo Mr. Wentworth-, encontrarías la felicidad.
-Sicurissimo! -exclamó Félix. Y después, deteniendo el pincel, miró a su tío con una sonrisa-. Hay algo que siento tentaciones de decirle. ¿Puedo hacerlo?
Mr. Wentworth se irguió levemente.
-Soy muy discreto: nunca repito lo que se me dice -pero esperaba que Félix no se arriesgara demasiado.
Félix estaba riéndose de su respuesta.
-Resulta extraño oírle hablar de cómo ser feliz. Me parece que usted no sabe mucho de eso, querido tío. ¿Resulta muy brutal lo que he dicho?
El anciano permaneció silencioso un instante, y después, con una seca dignidad que conmovió inmediatamente a su sobrino, dijo:
-A veces podemos señalar un camino que nosotros mismos somos incapaces de seguir".
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