viernes, 28 de agosto de 2015

"Señas de identidad".- Juan Goytisolo (1931)


Resultado de imagen de juan goytisolo   

"Gorras, boinas, calzones de pana, blusas, mandiles, pañuelos anudados al cuello, chalecos sucios, alpargatas: mozos, adultos, viejos, chiquillos se amontonan en las trancas horizontales de las talanqueras al acecho del portal donde está enchiquerado el novillo. Es un público elemental y hosco sin turistas lectores de Hemingway, señoritos con sombrero cordobés y cigarro habano, bellezas de barrera con peineta y mantón, anglosajonas frígidas en busca de emociones rudas y agrestes. Para aliñar el tiempo los mozos aguzan espaciosamente sus varas. Otros empinan el brazo para beber a caño el vino espeso de la provincia. El chorro entra por la boca abierta con geométrica exactitud y, a veces, el bebedor hace arabescos y filigranas que provocan la admiración de la asamblea. Las botas pasan de mano en mano y, en el ruedo, los vendedores de cerveza y gaseosa pregonan su mercancía. Los maletillas aguardan la aparición del bicho ejecutando pases de salón con las muletas y adoptando los desplantes desdeñosos y viriles de las figuras consagradas.
 Desgraciadamente para ellos su apostura resiste poco: cuando el toril se abre el novillo sale flechado y su estampa de maestros parece fundir de súbito bajo el ardor despiadado del sol. El bicho embiste, desgarra una capa de brega de un derrote, cornea con rabia las tablas del burladero, encaja asombrado los varazos y golpes que le propinan desde el palenque. En cuanto se aproxima a ellos, los hombres se estrujan y aúpan unos a otros fundidos en una masa tentacular y polícroma. Los de las trancas inferiores se aferran a los de arriba como pueden y por donde pueden y los racimos humanos cuelgan sobre los pitones del bicho como los condenados sobre las llamas del infierno en las ilustraciones de La divina comedia de Gustavo Doré. Al otro lado de las talanqueras las mujeres se hacinan de pie, en cuclillas, sentadas en el suelo, con el rostro mudado de placer, insultando al toro, azuzando a los hombres con sus chillidos. 
 El objetivo de la cámara capta, moroso, las incidencias y ritos de la muerte del animal: los pases fallidos de los maletas, los bastonazos de los boyeros, el arrobo dichoso del público. Apenas se vuelve el novillo, los mozos corren a varearlo, los espectadores le lanzan piedras, un gañán le tira furiosamente del rabo. Los golpes llueven sobre él sin perdonar sitio alguno: los cuernos, el testuz, el morrillo, el lomo, el vientre, los corvejones. La costumbre impide matarle de una estocada: hay que prolongar el juego hasta el límite, apurar su agonía hasta la hez. El mayoral intenta apresarle las astas con una soga pero el bicho desconfía, retrocede, acula la grupa a la puerta del toril. Varias veces el hombre le echa el lazo sin éxito. El toro babea y arroja sangre por la boca. Envalentonándose, los maletas lo citan con sus capas de brega. Como el animal no se mueve el público lo bombardea con toda clase de proyectiles. Un individuo asoma por un portillo situado tras él y le infiere un tajo profundo en la base del rabo con una cuchilla de carnicero. La sangre mana a borbotones y el bicho muge de dolor. El concurso recompensa con aplausos la audacia e ingeniosidad del artista. El mayoral prueba de nuevo con el lazo pero la soga resbala sobre los pitones. Las tentativas se repiten y los hombres encaramados en las rejas vecinas golpean al animal con sus fustas para obligarle a desalojar. El toro humilla el testuz, rastrea la tierra con el hocico, camina unos pasos, clava las pezuñas en el suelo, dobla las patas, se arrodilla, se sienta, se incorpora, vuelve a caer, vomita más sangre.
 Su impotencia aviva el regocijo de la multitud. Disminuido, el bicho asiste a su propio derrumbe como a una pesadilla violenta y abrumadora. Cuando el mayoral le aprisiona por fin los cuernos un aullido ronco saluda la hazaña. Al punto los gañanes castigan al toro con ahínco, halan de la cuerda para ligarle al farol, un hombre canosos pasa junto a él y le hunde un punzón en la grupa. Mientras docenas de manos sostienen el cabo de la cuerda, el gentío baja del palenque. Unos mozos se agarran al rabo del bicho y tiran con tanta fuerza de él que, medio desprendido ya por el corte de la cuchilla, lo arrancan de cuajo. El novillo parece insensible al nuevo desastre y observa el espeso caldo humano con ojos sanguinolentos...
 Misericordioso, el carrete de la película se detiene aquí". 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: