martes, 11 de agosto de 2015

"El amante de Lady Chatterley".- David Herbert Lawrence (1885-1930)

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Capítulo XV

 "Él cogió la sábana y comenzó a secarla. Ella permanecía de pie como una niña. Luego se secó él, tras haber cerrado la puerta de la choza. El fuego ardía con llama alta. Ella tomó el otro extremo de la sábana y se secó el pelo húmedo.
 -Nos estamos secando con la misma toalla, eso significa que habrá pelea -dijo él.
 Ella le miró un momento, con el pelo en un desorden total.
 -¡No! -dijo ella abriendo mucho los ojos-. ¡No es una toalla, es una sábana!
 Y siguió secándose diligentemente la cabeza, mientras él secaba diligentemente la suya.
 Agotados todavía por el ejercicio, envuelto cada uno en una manta del ejército, pero con la parte delantera del cuerpo expuesta al fuego, se sentaron uno al lado del otro sobre un tronco frente a la chimenea para recuperar el aliento. A Connie no le gustaba el contacto de la manta sobre su piel. Pero la sábana estaba empapada.
 Ella dejó caer la manta y se arrodilló sobre el hogar de arcilla, acercando la cabeza al fuego y ventilando su pelo para que se secara. Él contemplaba la hermosa curva de sus caderas. Le fascinaba en aquel momento. ¡Qué hermosa curva la de aquella pendiente que terminaba en la sólida redondez de sus nalgas! ¡Y entremedias se plegaba el calor secreto de sus entradas secretas!
 Le acarició las posaderas con la mano, larga y suavemente, tomando aquellas curvas y aquella redondez esférica.
 -¡Qué culo tan rico tienes! -dijo en su dialecto gutural y acariciante-. Tienes un culo más hermoso que nadie. ¡Es el más hermoso, el más hermoso culo de mujer que existe! Y cada pedacito de él es mujer, mujer como la leche. ¡No eres una de esas chicas con un culito de pitiminí que podrían ser chicos! Tienes un culo de verdad, suave y redondo, como le gusta de verdad a un hombre con pelotas. ¡Es un culo que podría servir de apoyo al mundo!
 Todo el tiempo, mientras hablaba, iba acariciando exquisitamente aquella hermosura redonda, hasta que una especie de fuego deslizante pareció transmitirse de allí a sus manos. Y las puntas de sus dedos tocaron las dos aperturas secretas de su cuerpo una y otra vez con una suave caricia de fuego.
 -Y si cagas y meas no me importa. No me gusta una mujer que ni cague ni mee.
 Connie no pudo contener un estallido repentino de risa asombrada, pero él continuó imperturbable:
 -¡Eres real, eres real! Eres real e incluso un poco puta. Por aquí cagas y por aquí meas: y pongo mi mano en los dos sitios y te quiero por eso. Te quiero por eso. Tienes de verdad un culo de mujer, orgulloso de sí mismo. No se avergüenza, no.
 Llevó su mano más cerca y más firmemente a los lugares secretos, en una especie de saludo íntimo.
 -Me gusta -dijo-. ¡Me gusta! Y si sólo viviera diez minutos y llegara a acariciar tu culo y a conocerlo, me parecería que había valido la pena vivir, míralo. ¡Con sistema industrial o sin él! Éste es uno de los grandes momentos de mi vida.
 Ella se volvió y subió a su regazo.
 -¡Bésame! -susurró.
 Y se dio cuenta de que la idea de la separación estaba latente en la mente de ambos y acabó entristeciéndose.
 Se sentó en sus muslos, con la cabeza contra su pecho y sus brillantes piernas de marfil muy separadas. El fuego les iluminaba desigualmente. Sentado y con la cabeza baja, observaba él los pliegues de su cuerpo al resplandor de la hoguera y el vellón de suave pelo castaño que pendía puntiagudo entre los muslos abiertos. Extendió el brazo hasta la mesa que estaba detrás y cogió el ramo de flores, tan húmedo aún que algunas gotas de lluvia cayeron sobre ella.
 -Las flores se quedan fuera haga el tiempo que haga -dijo él-. No tienen casa.
 -¡Ni siquiera una choza! -murmuró ella.
 Con dedos tranquilos prendió algunos nomeolvides del suave vello de su monte de Venus.
 -¡Eso es! -dijo él-. Unos cuantos nomeolvides en el sitio justo.
 Ella miró las pequeñas flores lechosas entre el vello púbico de la parte inferior de su cuerpo.
 -¿No es bonito? -preguntó.
 -Hermoso como la vida -contestó él".

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