jueves, 7 de enero de 2021

Investigaciones sobre la organización de los cuerpos vivos.- Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)

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Primera parte
No son los órganos, es decir, la naturaleza y la forma de las partes del cuerpo de un animal lo que ha originado sus hábitos y sus facultades particulares, sino que, al contrario, son sus hábitos, su manera de vivir y las circunstancias en las que se encuentran los individuos de los que proviene lo que con el tiempo constituye la forma de su cuerpo, el número y el estado de sus órganos y, por último, las facultades de las que disfruta.   

  «En todo ser vivo que no ha llegado al final de la disminución de sus facultades es fácil hacer ver que el hábito de ejercitar un órgano no sólo lo perfecciona, sino que lo hace adquirir desarrollos y dimensiones que lo cambian imperceptiblemente, de suerte que, con el tiempo, lo convierte en un órgano muy diferente comparado con el de otro ser vivo que apenas lo ejercía. Es fácil probar que la falta de ejercicio constante de un órgano lo empobrece gradualmente y finalmente lo aniquila.
 Si a dos infantes recién nacidos y de sexos diferentes se les tapa el oído izquierdo durante el curso de su vida y a continuación se les mantiene juntos y si se hiciese lo mismo con su descendencia, no permitiéndoles más que unirse entre ellos, no dudo que después de un gran número de generaciones el oído tapado acabaría inutilizándose de forma natural y desaparecería imperceptiblemente. Por la acción de un tiempo igualmente largo, permaneciendo igual las circunstancias necesarias, el oído derecho se desplazaría poco a poco.
 Evidenciemos esto relatando algunos hechos conocidos.
 Tener ojos situados en la cabeza es un rasgo esencial del sistema organizativo de los mamíferos.
 Sin embargo, el topo, que debido a sus hábitos hace muy poco uso de la vista, tiene ojos muy pequeños que apenas aparecen ya que ejercita muy poco este órgano.
 El aspalax de Olivier (Bulletin des Sciences, par la Societé Philomathique, nº 38, p.105), que vive bajo tierra como el topo y que ciertamente se expone aún menos que éste a la luz del día, ha perdido totalmente el uso de la vista. Así, no ofrece más que vestigios del órgano que reside en esta sede y además estos vestigios están completamente ocultos bajo la piel y otras partes que los recubren y les impiden cualquier acceso a la luz. Como contrapartida, la necesidad de escuchar obligó a este pequeño animal a ejercitar continuamente su oído, lo que ha agrandado el aparato interior de este órgano.
 El sistema de organización de los mamíferos exhibe quijadas armadas con dientes para realizar la masticación. Sin embargo, si un animal de este grupo coge el hábito, por determinadas circunstancias, de tragar la comida sin ejercer nunca la masticación, la repetición de este hábito conservado en toda su raza, hará perder los dientes a todos los individuos que la componen, estando el animal en cuestión, como vemos en el oso hormiguero (myrmecophaga), enteramente desprovisto de dientes.
 Esto es también por lo que las aves no mastican realmente, unas tragan la comida que atrapan con su pico y otras las dividen de un solo golpe pero sin triturarla. Los animales de esta clase tienen las mandíbulas privadas de dientes y alvéolos.
 Se observa que la ausencia de uso de un órgano que debe existir, lo modifica, lo empobrece y, por último, lo destruye.
 Ahora voy a demostrar que el empleo continuado de un órgano, a causa de los esfuerzos realizados para sacar partido de las exigentes circunstancias, fortifica, extiende y agranda el órgano, o crea un nuevo que pueda ejercer las funciones que resulten necesarias.
 La necesidad que atrae al ave hacia el agua para pescar la presa que le permite vivir separa los dedos de sus pies cuando alcanza el agua y se desplaza por su superficie. La piel que une los dedos a su base, contraída por las interminables y repetidas separaciones de los dedos, se extiende con el hábito. Así con el tiempo, las largas membranas que unen los dedos de los patos, de los gansos, etcétera, se han ido formando tal y como las vemos. Los mismos esfuerzos hechos para nadar, es decir, para desplazar agua con el fin de avanzar y moverse en este líquido, han extendido las membranas situadas entre los dedos de las ranas, de las tortugas de mar, etcétera.
 Por el contrario, el ave cuya manera de vivir habitual consiste en posarse sobre los árboles y que desciende de individuos que habían contraído ese hábito, tiene necesariamente los dedos de las patas más largos y dispuestos de forma diferente a la de los animales acuáticos que acabamos de citar. Sus uñas con el tiempo se fueron alargando, agudizando y curvando en gancho para abrazar las ramas sobre las que se posaba suavemente.
Resultado de imagen de investigaciones sobre la organización de los cuerpos vivos En el mismo sentido, el ave de ribera que no le gusta nadar, pero que necesita aproximarse al borde del agua para encontrar a su presa, está continuamente expuesta a hundirse en el légamo. Ahora bien, este pájaro, procurando evitar que su cuerpo se sumerja, hace todos los esfuerzos por extender y alargar sus patas. En estos pájaros el resultado de este estiramiento habitual fue la extensión y el alargamiento de sus patas, haciendo que sus individuos se encuentren como elevados sobre zancos, habiendo obtenido poco a poco largas patas desnudas desprovistas de plumas hasta el muslo y a menudo más allá. Systême des animaux sans vertèbres, p. 14.
 Se comprende también que la misma ave, queriendo pescar sin mojar su cuerpo, esté obligada a hacer continuos esfuerzos para alargar el cuello. Los continuados esfuerzos de este animal y de los de su raza, han debido con el tiempo alargar singularmente el cuello. Lo que se constata, en efecto, por el largo cuello que presentan todas las aves de ribera.
  Algunas aves nadadoras, como el cisne y el ganso, cuyas patas son cortas, tienen, sin embargo, un cuello muy largo; estos pájaros en su paseo sobre el agua tienen el hábito de sumergir la cabeza todo lo profundamente que pueden para capturar larvas acuáticas y diferentes animales de los que se alimentan y no hacen ningún esfuerzo por alargar sus patas.
 Cuando un animal, para satisfacer sus necesidades, hace repetidos esfuerzos por alargar su lengua, ésta adquirirá una longitud considerable, cuando tenga necesidad de agarrar algo con ese órgano, entonces su lengua se dividirá y hendirá. Las aves mosca, etcétera, ofrecen una prueba de esto que avanzo.
 El cuadrúpedo, a quien las circunstancias han dado, tras mucho tiempo, el hábito de ramonear hierba y de trotar o correr fácilmente sobre la tierra, tiene una uña gruesa que envuelve el extremo de los dedos de sus patas. Como estos sirven de poco, la mayoría se acortan, se eclipsan y desaparecen.
 En cambio el animal, así como toda su raza, al que otras circunstancias han forzado a trepar, a consumir carne, a atacar y matar a su presa, ha tenido continuamente la necesidad de hundir el extremo de sus dedos en el espesor de los cuerpos que quiere atrapar. Este hábito ha formado gradualmente las garras que los arman, favoreciendo la separación de los dedos.
 Hay más, está el animal al que la necesidad y consecuentemente el hábito de desgarrar con sus zarpas le ha puesto en la cotidiana situación de hundirlas profundamente en el cuerpo de otro animal, a fin de agarrar y hacer esfuerzos para arrancar la parte deseada. Estos esfuerzos repetidos han proporcionado a las garras un tamaño y una curvatura que resultarían muy molestos para marchar o correr sobre el suelo pedregoso. Ha llegado el momento de que el animal se vea obligado a realizar nuevos esfuerzos para retraer esas garras tan salientes y ganchudas que le molestaban. De ello resulta, poco a poco, la formación de fundas especiales en las que gatos, tigres, leones, etcétera, esconden sus garras cuando no las necesitan.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de KRK Ediciones, 2016, en traducción de Francisco Iribarnegaray Fuentes, pp. 150-155. ISBN: 978-84-8367-532-8.]
 

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