"3.-Es hermoso hacer bien a la patria; tampoco es absurdo prodigarle elogios. Es posible conquistar renombre tanto en paz como en guerra; y han merecido alabanzas no sólo muchos que realizaron hazañas, sino los que describieron las emprendidas por otros. Al menos a mí, aunque no acompañe igual gloria al escritor y al autor de los hechos, me parece sobre todo difícil ser escritor de historias: principalmente porque la palabra debe estar a la altura de los acontecimientos, después, porque los más consideran que has juzgado por antipatía y envidia las cosas que censuraste como delito; y cuando se recuerda el gran valor y gloria de los buenos, cada cual acoge de buen grado lo que cree poder hacer con facilidad y considera como producto de la fantasía cuanto es superior a sus fuerzas.
Yo cuando era muy joven, al principio, como muchos, fui empujado con ardiente deseo a la política y en ella me sucedieron muchos contratiempos. Pues en vez del pudor, del desinterés, da la virtud, estaban en boga la audacia, la prodigalidad y la avaricia. Y aunque mi espíritu no avezado a las malas artes sentía repugnancia por estas cosas, sin embargo, en medio de tan grandes vicios, mi flaca juventud quedó seducida por la ambición; y así, aun manteniéndose alejado de las corrompidas costumbres de los demás, por la sed de honores me dominaba el mismo descrédito y envidia que a ellos.
4.-Así, pues, cuando mi ánimo encontró reposo de tantas calamidades y peligros y me resolví a pasar el resto de mis días alejado de la política, no fue mi propósito consumir aquella honesta quietud en la indolencia y la poltronería ni vivir inclinado a los serviles oficios de cultivar los campos o de la caza, sino que, volviendo al intento y empeño de que mi malvada ambición me había apartado, me propuse escribir las gestas del Pueblo Romano por partes, según me parecían dignas de mención; tanto más cuanto que mi ánimo estaba libre de esperanza, de temor y de partido político. Por eso hablaré brevemente y con la mayor fidelidad que pueda sobre la conjuración de Catilina, pues considero este hecho sobre todo memorable por lo inusitado del delito y de los peligros que acarreó. Pero antes de dar principio al relato expondré unas pocas cosas sobre las costumbres de este sujeto.
5.-Lucio Catilina nació de noble cuna y estuvo dotado de grandes fuerzas de cuerpo y de talento, pero de índole mala y depravada. Le agradaron desde niño las guerras intestinas, las muertes, los robos, las discordias civiles y en esto pasó su juventud. Su cuerpo resistía más de lo que puede imaginarse el hambre, el frío, la carencia de sueño; su espíritu era osado, insidioso, versátil, capaz de fingir y disimular; ambicioso de lo ajeno, pródigo de lo suyo, ardiente en sus deseos, discreto hablando, escaso de buen sentido. Su ánimo insaciable anhelaba siempre cosas desmesuradas, extraordinarias, demasiado inasequibles. Después de la tiranía de Lucio Sila, le había ganado una sed inmensa de ocupar el Estado, y en nada le importaba el modo de conseguirlo con tal de levantarse con el poder. Inquietaba su espíritu de día en día la falta de patrimonio y la conciencia de sus delitos, dos cosas que él había acrecentado con los vicios que he recordado más arriba. Estimulábanle además las costumbres viciadas de Roma estragadas por dos grandes vicios y opuestas entre sí, el lujo y la avaricia. Y puesto que la ocasión me ha reclamado a citar las costumbres de la ciudad, el mismo asunto parece que me aconseja a tomar las cosas desde más atrás y tratar brevemente las instituciones de nuestros mayores en paz y en guerra, cómo administraron el estado, cómo lo engrandecieron y cómo poco a poco cambiado, de muy honesto y virtuoso vino a ser el más perverso y vicioso.
6.-La ciudad de Roma fue fundada y habitada, según tengo entendido, por los Troyanos que, prófugos bajo el mando de Eneas, andaban vagando sin asiento fijo, y con ellos los Aborígenes, raza de hombres selvática, sin leyes, sin gobierno, libres e independientes. Después que estos pueblos se agruparon dentro de unos mismos muros, es increíble la facilidad con que se fundieron unos con otros, no obstante ser de linaje desigual y de diferente lengua y costumbres: así, en poco tiempo, una multitud dispersa y errante se constituyó en ciudad gracias a la concordia. Pero luego que su Estado, creciendo en habitantes, civilización, territorio, parecía bastante floreciente y poderoso, la opulencia, como sucede por lo general en las cosas humanas, engendró la envidia".
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