sábado, 9 de enero de 2021

El crimen perfecto.- Jean Baudrillard (1929-2007)

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El crimen perfecto
El colmo de la realidad

  «Vivimos en la ilusión de que lo real es lo que más falta, cuando ocurre lo contrario: la realidad ha llegado a su colmo. A fuerza de proezas técnicas, hemos alcanzado tal grado de realidad y de objetividad que podemos hablar incluso de un exceso de realidad que nos deja mucho más ansiosos y desconcertados que el exceso de realidad, que por lo menos podíamos compensar con la utopía y lo imaginario, mientras que para el exceso de realidad no existe compensación ni alternativa. No existe negación ni superación posibles, ya que estamos más allá. No existe energía negativa, procedente de la distorsión entre lo ideal y lo real, sólo una hiperreacción nacida de la superfusión de lo ideal y lo real, nacida de la positividad total de lo real.
 Mientras tanto, pese a haber llegado más allá de lo real en la realización virtual, conservamos la desagradable impresión de habernos perdido su final. Toda la modernidad ha tenido por objetivo el advenimiento de este mundo real, la liberación de los hombres y de las energías reales, enfocadas hacia una transformación objetiva del mundo, más allá de todas las ilusiones cuyo análisis crítico ha alimentado la filosofía y la práctica. Hoy, el mundo es más real de lo que esperábamos. Se ha producido una inversión de los datos reales y racionales sobre su propio cumplimiento.
 Semejante proposición puede parecer paradójica ante las muchas huellas de inconclusión del mundo, de penuria y de miseria, tantas que cabría pensar que apenas comienza a evolucionar hacia un estado más real y racional. Pero hay que anticipar una cosa: esta puesta en práctica sistemática ha corrido mucho, el sistema ha realizado todo su potencial utópico y ha sustituido la radicalidad de su operación por la radicalidad del pensamiento. De nada sirve refugiarse en la defensa de los valores, aunque sean críticos, lo cual es políticamente correcto pero intelectualmente anacrónico. Lo que hace falta es pensar esta realización incondicional del mundo, que es al mismo tiempo su simulacro incondicional. De lo que más carecemos es de un pensamiento de la conclusión de la realidad.
 Esta configuración paradójica de un universo acabado impone un modo de pensamiento distinto al del pensamiento crítico, un pensamiento que vaya más allá del final, un pensamiento de los fenómenos extremos.
 Hasta ahora hemos pensado una realidad inacabada, preocupada por lo negativo, hemos pensado lo que le faltaba a la realidad. Hoy se trata de pensar una realidad a la que no le falta nada, unos individuos a los que potencialmente no les falta nada, y que, por tanto, ya no pueden soñar con una construcción dialéctica. O mejor dicho: la dialéctica se ha realizado, pero podría decirse que de una forma irónica, no en la asunción de lo negativo como imaginaba el pensamiento crítico, sino en una positividad total, sin apelación. Por absorción de lo negativo, o simplemente gracias al hecho de que lo negativo, al negarse a sí mismo, ha conseguido generar una positividad reduplicada. Así que lo negativo desaparece en sustancia y si bien la dialéctica se ha producido es en el modo paródico de su eliminación, por purificación étnica del concepto. El caso es que estamos obligados a pensar esta positividad pura, a pensar lo "real superado" (de la misma manera que se habla del "coma superado"), y ya no la tranquila superación de lo real, o su doble en lo imaginario.
 No es seguro que dispongamos de los conceptos necesarios para pensar este hecho consumado, esta performance virtual del mundo que equivale a la eliminación de cualquier negación, es decir, a una denegación pura y simple. ¿Qué puede el pensamiento crítico, el pensamiento de lo negativo, contra el estado de denegación? Nada. Para pensar los fenómenos extremos, tiene que convertirse él mismo en fenómeno extremo, abandonar cualquier pretensión crítica, cualquier ilusión dialéctica, cualquier esperanza racional, y entrar a su vez, a imagen y semejanza del mundo, en una fase paradójica, en una fase irónica y paroxística. Hay que ser más hiperreal que lo real, más virtual que la realidad virtual. Hace falta que el simulacro del pensamiento corra más que los demás. Puesto que ya no podemos seguir multiplicando lo negativo por lo negativo, hay que multiplicar lo positivo por lo positivo. Hay que ser aún más positivo que lo positivo para explicar tanto la positividad total del mundo como la ilusión de esta positividad pura.
Resultado de imagen de jean baudrillard el crimen perfecto  Nada tiene el mismo sentido después de haber sido confrontado no con su forma inacabada, sino con su forma consensuada, o incluso excesiva. Ya no luchamos contra el fantasma de la alienación, sino contra el de la ultra-realidad. Ya no luchamos contra nuestra sombra, sino contra la transparencia. Y cada adelanto tecnológico, cada avance en la información y en la comunicación nos acerca más a esta transparencia ineluctable. Todos los signos se han invertido en función de esta precesión del final, de esta irrupción del vencimiento en el corazón mismo de las cosas y de su desarrollo. Los mismos gestos, los mismos pensamientos, las mismas esperanzas que nos aproximaban a esta finalidad soñada nos alejan ahora de ella, ya que está detrás de nosotros. De igual manera, todo cambia de sentido a partir de que el movimiento de la Historia franquea esta línea fronteriza fatal: los mismos acontecimientos cambian de sentido según tengan lugar en una historia que se hace o en una historia que se deshace. Con la curva de la Historia ocurre lo mismo que con la trayectoria de la realidad. El movimiento ascendente es lo que le da fuerza de realidad. En curva descendente, o también en el caso de que el movimiento se prolongue por inercia, todo queda atrapado en un espacio de refracción diferente, como en un alternador de gravedad. En este nuevo espacio, como en el de Alicia, las palabras y los efectos se invierten, lo mismo que los movimientos.
 La balanza que regulaba nuestro mundo con la fuerza de lo negativo está desajustada. Acontecimientos, discursos, sujetos u objetos sólo existen en el campo magnético del valor, el cual sólo existe gracias a la tensión entre los dos polos: bien o mal, verdadero o falso, masculino o femenino. Ahora bien, estos valores hoy despolarizados, comienzan a girar en el campo indiferenciado de la realidad. Y los objetos también comienzan a girar en el campo indiferenciado del valor. Sólo hay una forma circular de conmutación, o de sustitución, entre unos valores desjuntados y erráticos. Todo lo que entraba en una oposición regulada pierde su sentido por la indiferenciación respecto a su contrario, debido al aumento de poder de una realidad que absorbe todas las diferencias y confunde los términos enfrentados en la misma promoción incondicional.
 Como todas las cosas pierden su distancia, su sustancia y su resistencia en la aceleración indiferenciada del sistema, los valores enloquecidos comienzan a producir su contrario o a desearlo. Así, la transparencia del Mal sólo es la transpiración de lo peor a través de lo mejor. Que del Bien se engendre el Mal, nada más divertido. Pero ¿no hay una ironía equivalente en el hecho de que el Mal engendre el Bien? De hecho, hay que concebir las cosas de otra manera: el Bien se produce cuando el Bien engendra el Bien, o cuando el Mal engendra el Mal: todo está en orden. El Mal se produce cuando el Bien engendra el Mal o el Mal engendra el Bien. Entonces todo va mal. Es como si las células del corazón engendraran las células del hígado. Toda distorsión de las causas y los efectos pertenece al orden del Mal.
 […] En los Diálogos de exiliados, Brecht presenta a dos exiliados de paso en la cantina de la estación ante una cerveza. Ziffer dice: "Esta cerveza no es una cerveza. Pero eso queda compensado por el hecho de que este cigarro tampoco es un cigarro. Si la cerveza no fuera una cerveza, pero el cigarro fuera un cigarro, todo iría mal". De modo que el orden se establece con la compensación armoniosa de varios desórdenes. Es la versión irónica de la doble negación.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2000, en traducción de Joaquín Jordá, pp. 91-96. ISBN: 84-339-0531-7.]
 

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