miércoles, 13 de enero de 2021

El cobrador.- Rubem Fonseca (1925-2020)

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Crónica de sucesos
1

  «El inspector Miro trajo a la mujer a mi presencia.
 Fue el marido, dijo Miro despreocupadamente. En aquella comisaría de barrio eran constantes los casos de pelea matrimonial.
 La mujer tenía dos dientes rotos, sangraba por los labios, el rostro tumefacto. Cardenales en los braz
os y en el cuello.
 ¿Fue su marido quien la puso así?, pregunté.
 Pero no lo hizo con mala intención, señor policía, no quiero presentar denuncia.
 Entonces, ¿por qué ha venido aquí?
 Bueno, entonces estaba rabiosa, pero ahora se me ha pasado ya. ¿Puedo irme?
 No.
 Miro suspiró.
 Deja que se largue, dijo entre dientes.
 Usted, señora, ha sufrido lesiones corporales y eso es un delito que se persigue de oficio, presente o no presente denuncia. Voy a pedir que le hagan un examen detenido, dije.
 Ubiratan es un poco nervioso, pero no es malo, dijo la mujer. Por favor, no le haga nada.
 Vivían cerca. Decidí hablar con Ubiratan. Una vez, estando en Madureira, logré convencer a un sujeto para que no volviera a pegar a su mujer, y cuando trabajaba en la comisaría de Jacarepaguá, logré persuadir también a otros dos tipos de la conveniencia de tratar decentemente a la mujer.
 Abrió la puerta un hombre alto y musculoso. Iba en pantalón corto, sin camisa. En un rincón de la sala había una barra de acero con pesadas anillas y dos pesas pintadas de rojo. Debía estar entrenándose cuando llegué. Sus músculos se notaban hinchados y cubiertos por una gruesa capa de sudor. Exhalaba la fuerza espiritual y el orgullo que la buena salud y un cuerpo lleno de músculos proporciona a ciertos hombres.
 Soy policía, le dije.
 ¡Vaya! ¡Conque esa idiota ha ido a denunciarme!, ¿eh?, rezongó Ubiratan. Abrió la nevera, sacó una lata de cerveza, la destapó y empezó a beber.
 Vaya y dígale que o vuelve pronto a casa o le voy a medir las costillas.
 Tengo la impresión de que usted aún no se ha dado cuenta de qué es lo que realmente he venido a hacer aquí. He venido a invitarle a que me acompañe a la comisaría. Tiene que prestar declaración.
 Ubiratan tiró la lata vacía por la ventana, cogió la barra de acero y la levantó sobre su cabeza diez veces respirando ruidosamente con la boca, como si fuera la máquina de un tren.
Resultado de imagen de el cobrador rubem fonseca ¿Cree usted que a mí me dan miedo los policías?, preguntó mientras se miraba con admiración y cariño los músculos del pecho y de los brazos.
 No se trata de que tenga o no tenga miedo. Usted tiene que ir allí a declarar.
 Ubiratan me agarró de un brazo y me sacudió.
 ¡Largo de aquí! ¿Me oyes, guripa de la mierda? ¡Largo de aquí, que empiezo a cansarme!
 Saqué el revólver de la funda. Puedo detenerlo por desacato, pero no lo voy a hacer. No complique las cosas, véngase conmigo a la comisaria. Dentro de media hora estará libre, dije con toda calma y delicadeza.
 Ubiratan se echó a reír. ¿Cuánto mides, enanito?
 Un metro setenta. Venga, vámonos ya.
 Te voy a quitar esa mierda de la mano y me haré pipí en el cañón, enanito. Ubiratan contrajo todos los músculos del cuerpo, como un animal en actitud de pelea intentando asustar al otro. Tendió el brazo, con la mano abierta para coger mi revólver. Le disparé al muslo. Me miró atónito.
 ¿Ha visto lo que ha hecho con mi sartorio? ¿Eh? ¿Lo ha visto?, gritó Ubiratan mostrándome el muslo. Está usted loco. ¡Mi sartorio!
 Lo siento mucho, dije, y ahora vámonos o le pego otro tiro en la otra pierna.
¿Y adónde me vas a llevar, enanito?
 Primero, al hospital. Luego, a la comisaría.
 Esto no va a quedar así, enanito. Tengo amigos influyentes.
 Le corría la sangre por la pierna, goteaba en el suelo del automóvil.
 ¡Desgraciado! ¡Mire lo que ha hecho con mi sartorio! Su voz era más estridente que la sirena que nos iba abriendo camino por las calles.»
 
     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Bruguera, 1985, en traducción de Basilio Losada, pp. 151-154. ISBN: 84-02-10323-5.]
 

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