VII.-La tribu informática: anonimato y máscaras en Internet
7.- Del nomen a la marca en el juego de identidades prestadas
«En internet es donde más se traduce la crisis de la centralidad y la disolución del yo a las que me he referido en el segundo capítulo, que es la crisis misma de la auctoritas: del principio de autoridad (del saber autorizado) y de la autoría (de la creación personalizada y del control sobre esta). En internet estoy al amparo de la masa, no sólo del número, del anonimato, con la subsiguiente disolución de la responsabilidad (como lo hemos visto en la televisión con el experimento La zone Xtrême), sino también al amparo de un saber multiforme, por la cantidad de información que ahí se vierte.
La multivocalidad, la polifonía del medio facilitan la pluralidad de puntos de vista, de proyecciones del yo y de identificaciones con otros, que favorecen una dispersión tanto de la producción de saber como de su recepción. Refleja una pérdida de valor y de dominio, empezando por el del sujeto sobre su propia producción: lo que "suelto" ahí se vuelve de dominio público, pertenece al medio -es un saber "compartido", que pierde su autoría-, lo que plantea un problema de derechos (sobre la autoría) y promueve la creación de una memoria de la red usurpadora -datos que se almacenan en los servidores sin que se pueda deshacer-, que no controla el sujeto.
Es el efecto perverso de internet: la red, medio por excelencia de lo efímero, está creando una memoria objetiva basada en una congelación del máximo presente, de lo que unos y otros cuelgan como algo provisional, vinculado con la vivencia del momento, con fragmentos de intimidad y esto nos afecta a todos (¿quién no tiene hoy existencia numérica?). Lo efímero -un presente de inmediata caducidad-, se fosiliza y se constituye en memoria perpetua, con los chantajes y represalias que esto implica, en particular en el mundo laboral (se están dando muchos casos últimamente). Sin contar con la usurpación de identidad en Twitter y Facebook, el pirateo consistente en sustituir los nicknames por los nombres auténticos y nuevas formas de acoso. En Estados Unidos, un 40% de los adolescentes declara sufrir acoso en la red. Las riñas y pullas que antes se daban en el patio de recreo ante un par de testigos se cuelgan hoy en Facebook y son asequibles a millones de usuarios.
Como comenta Zeynep Tufecki (2010), profesora de sociología de la Universidad de Maryland: "El problema es que todas nuestras relaciones sociales y familiares se encuentran en una red única. No podemos compartimentar nuestra vida fácilmente, mientras que en el mundo real nuestras vidas están naturalmente separadas. Facebook tenía que haber respetado esta separación, pero su modelo de business lo empuja a exponernos al máximo: hay un conflicto permanente entre la socialización natural y la que desea Facebook que no hubiera existido si hubiera sido una entidad con fines no lucrativos".
A esto se añade el desarrollo del nivel paródico en el uso del medio -otro rasgo de la cultura posmoderna-, con su tendencia al pastiche (el retomar una forma existente para reinterpretarla), o sea el no respeto de la autoría, el jugar a partir del texto de otro, sin contar con el reciclaje constante.
Todo ello hace que los contenidos se renueven constantemente, que no se construya un saber progresivo sino que todo sea acumulación y sustitución; propicia una cultura mosaico, un modelo patchwork, hecho de retazos, como lo vimos en la glosa de la actualidad. Fomenta también la creación de una memoria del presente, de índole mediática, un juego de intertextualidad, autorreferencial, en el que televisión y red se retroalimentan mutuamente (es patente en los videoclips de YouTube, en programas de televisión como Tonterías las justas de la Cuatro).
Se produce de esta manera un desplazamiento del lugar de la identidad, cada vez menos planteada en términos personales y más en términos mediáticos, con la subsiguiente deriva hacia lo lúdico, sobre la base de una desidentificación con lo que uno es socialmente. Uno es, en el medio, de acuerdo con los nombres y los roles que se asigna en la red, de acuerdo con los marcos creados, cosa que le puede llevar a decir y decir que hace lo que no diría ni haría en la vida real.
El nomen -lo que identifica patrimonialmente al individuo (patrimonium: lo que viene del padre)- deja paso a la marca (lo que marca públicamente) e incide en los comportamientos. ¿Qué rupturas produce esto con el modelo identitario? En el nombrar antiguo -nos dice Carlos Thiebaut (1990)-, había unidad entre el nombrar, el ser y el hacer (y podríamos añadir el saber). La identidad reflejaba la personalidad: mi nombre, mi origen, mi situación me identificaban irreversiblemente; uno era único porque sólo tenía un nombre, que marcaba una identidad estable y determinaba su hacer. El nombrar moderno produce una primera ruptura, introduce la subjetividad, emanación del yo, facilitando la apreciación personal, dentro de una dialéctica entre sujetos y objetos. La posmodernidad va a provocar una fractura, situándose más allá de lo subjetivo, produciendo identificaciones con el mundo de los objetos (las situaciones creadas, con sus respectivos roles) y también con las imágenes asociadas a las marcas.
Pasamos de una cultura basada en las marcas de identidad a una cultura asentada en la identidad de la marca: es la marca (la identificación a un producto de marca, a una imagen de marca, esto es una identificación genérica) la que define al individuo como "unidad partitiva", que forma parte de un conjunto que es precisamente la tribu con todas sus microcomunidades y las subculturas, modas e iconos que vehiculan. Este sujeto está dominado por la serialidad, un estado en el que el individuo vive por separado la experiencia social. Hay una soledad en la serie, opuesta a la solidaridad del grupo y a la unión del colectivo. De ahí una identidad que se define por su carácter informe. El sujeto amorfo es el que no tiene identidad establecida ni forma estable, es el que se identifica con formas sociales y no con experiencias. Es un sujeto mutante, autorreferente, como lo es el medio.»
[El texto pertenece a la edición en español de Icaria Editorial, 2010, pp. 244-247. ISBN: 978-84-9888-305-3.]
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