lunes, 11 de enero de 2021

Paraíso reclamado.- Halldór Laxness (1902-1998)

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29.- Poligamia o muerte

  «Se dice que doscientas mujeres gentiles se reunieron y convocaron una asamblea en la Ciudad del Lago Salado, con el nombre de Unión de mujeres cristianas. Los Santos consideraron a estas mujeres como un brote de la Gran Apostasía. Las mujeres, que en realidad nunca habían recibido revelación alguna, enviaron en esa ocasión enérgicas protestas al Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica, pidiendo se tomasen decisiones prácticas y definitivas contra la Iglesia que se decía representante de Dios. Y conjuraron al Gobierno federal a no dejar pasar más tiempo sin privar de sus derechos civiles a los partidarios de la poligamia y sin abolir la ley y sistema que los Santos habían establecido entre ellos. Declaraban, además, en este documento que la doctrina de que varias mujeres debían compartir el mismo hombre era una doctrina atea, porque Dios había creado una sola Eva para Adán, y no muchas. Durante esta asamblea, que tuvo lugar en una de las iglesias de la Gran Apostasía, muchas mujeres con un solo marido por cabeza pronunciaron numerosos discursos, patéticos y fanáticos, pidiendo libertad para las mujeres que tenían que compartir el suyo. Con ríos de elocuencia solicitaron que sus maridos y otros partidarios de la monogamia encerraran en la cárcel a los polígamos. Algunas sugirieron se aplicara un peculiar sistema anglosajón de tortura, el emplumado, a todos aquellos maridos que amaban a más de una mujer, así como a sus esposas.
 No es éste el sitio más adecuado para dar cuenta de todas las medidas y expedientes arbitrados por las autoridades gubernamentales para someter a los mormones de Utah. […]
 Aunque, en general, se considera a los mormones gente pacífica, éstos no solían aguantar durante mucho tiempo, tumbados en el suelo, que los aplastasen. Poco tiempo después de que doscientas hijas de la Gran Apostasía se hubieran reunido y proclamado su manifiesto, los Santos hicieron sonar sus trompetas de guerra. En primer lugar, convocaron a las mujeres de la localidad, en cada distrito de Utah, para juramentarse y adoptar medidas de carácter público. Luego, estos grupos locales fueron invitados a una gran asamblea en la Ciudad del Lago Salado, con el fin de reforzar la unidad y la solidaridad, y de explicar qué lugar ocupaba, en la doctrina de la salvación, la poligamia y cuál era su valor. Las mujeres de Spanish Fork también convocaron una asamblea y se prepararon para dirigirse a la Ciudad del Lago Salado para hacerse oír, así también, en el concierto nacional. Primero entonaron unos cuantos himnos hermosos de los Santos del Último Día y luego trataron de explicar su felicidad. Cada una según su buen saber y entender. Dieron gracias al Señor de los Ejércitos por haberles hecho comprender, por medio de la Revelación, en qué consistía la salvación de la mujer, a saber: en tener un marido honrado, cuyas acciones virtuosas hablaban por sí mismas, y en que nunca compartirían demasiadas mujeres a un hombre semejante. Manifestaron que la armonía espiritual junto con la física, ante los ojos de Dios, proporcionaba a las amas de casa mormónicas un estado de gracia muy difícil de encontrar fuera del matrimonio. Cada día que Dios nos concede, dijeron, damos gracias al Señor de los Ejércitos y a su amigo el Profeta, que instituyó en la tierra una vida de caridad, sin envidias ni celos. ¿Quién había oído decir jamás que aquí se arrojara a las mujeres al vertedero, como suele ocurrir entre josefitas y luteranos, que procuran diferir cuanto pueden un casamiento decente, o que son infieles a sus mujeres cuando se casan y las abandonan? Mientras vivamos, no abandonaremos esta vida de felicidad y amor, por mucho que nos opriman el Gobierno con sus tropas y su policía, el Congreso, el Senado, los oradores, los periodistas y los escritores, los profesores y los obispos miserables, e incluso el anticristo en persona: el Papa.
 -Ningún poder en el mundo nos impedirá el cumplimiento de las leyes sagradas de Dios, tanto en lo que se refiere a la poligamia como a las demás doctrinas que Él nos ha revelado. ¡Poligamia mientras vivamos -decían las mujeres de los Santos del Último Día-, poligamia o muerte!
Resultado de imagen de halldor laxness paraiso reclamado  Al finalizar la asamblea del distrito, todas las mujeres tomaron asiento en carros, que estaban en la carretera ya preparados para conducirlas a la asamblea de la Ciudad del Lago Salado. Grandes carros de granja, que se utilizaban habitualmente para el heno y el trigo, algunos tirados por cuatro caballos, habían sido dotados de asientos y toldos para transportar esa carga de flores. Aquellas valientes mujeres respiraban idealismo y doctrina verdadera, y sus caras tenían la misma expresión inocente y alegre que la que se suele ver en la mejor de las monjas. Algunas reían y bromeaban, con ese exceso infantil que da la conciencia limpia y que linda con la inconsciencia; otras entonaban himnos de alabanza con voces temblorosas, para dar escape a esa gran inocencia. Un grupo de chicos jóvenes las acompañaban tocando instrumentos de viento. Los esposos, acompañados de sus hijos, se encontraban en la carretera para decirles adiós. Se besaron indiscriminadamente. Un hombre viejo se acercó a uno de los carros; se alisó el pelo hacia adelante y se dirigió a una joven que estaba sentada entre dos ancianas y miraba, con los ojos muy abiertos, el azul del cielo. No cantaba, por supuesto, porque no sabía la letra de los himnos, pero su expresión radiante revelaba su felicidad mejor que cualquier palabra.
 -Espero, querida -dijo el hombre, riendo-, que no te hayan defraudado el país y el reino que os he comprado. Quisiera decirte que si yo supiera que existe en algún lugar una Ciudad de Dios más verdadera, la hubiera comprado para ti y para tu hermano. 
 La cuarta esposa del obispo miró a su padre desde esa distancia que algún día llega siempre a separar a dos corazones. Y contestó desde el carro:
 -¿Qué más hubiera yo podido desear que poder unirme a estas mujeres? Espero que nunca llegue el día en que abandone a Didrik, porque él me salvó de ese terrible monstruo cuyo nombre nunca mencionaré.
 -No hables más de esa criatura. Dichoso el que está libre de él -dijo Madame Colornay, que estaba sentada al lado de la cuarta mujer. […]
 ¡Arre! Se oyó el primer latigazo. El primer carro había arrancado y, en el acto, toda la caravana se puso en movimiento con su carga de mujeres y música. Los hombres cogieron de la mano a los niños y corrieron a los lados durante un buen rato, agitando los sombreros en señal de despedida: unos con bromas y otros con oraciones de intercesión, pero pronto tuvieron que quedarse atrás. Las mujeres agitaban sus pañoletas desde los carros, riendo y cantando al son de la banda, y el polvo se arremolinaba en la carretera.»
 
  [El texto pertenece a la edición de Ediciones Orbis, 1982, en traducción de Rodolfo Arévalo, pp. 245-249. ISBN: 84-7530-134-7.]
 

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