1.-"Lenguaje" y comunicación animal
«Los organismos que habitaron la tierra en sus
etapas más tempranas desarrollaron mecanismos primitivos para intercambiar
información sobre la especie, el sexo y los propósitos que los guiaban. La
transmisión de estos mensajes se producía a través del medio natural más
sofisticado: la comunicación química. La permanente necesidad que durante
millones de años urgía a los seres a contactar con otros de la misma especie
para procrear exigía métodos comunicativos cada vez más complejos. De este
proceso evolutivo nació el “lenguaje”, entendido en su sentido más general.
Los diversos lenguajes que se utilizan en la
naturaleza difieren unos de otros. Cuanto más profundizamos en esta materia,
mejor diferenciamos la capacidad comunicativa de cada especie, a través de
definiciones cada vez más elaboradas del concepto de “lenguaje”.
Definido en términos muy sencillos, lenguaje
quiere decir “mecanismo de intercambio de información”. Bajo esta definición
podemos incluir simultáneamente en el concepto de lenguaje la expresión facial,
los gestos, las posturas, los silbidos, los signos manuales, la escritura, el
lenguaje matemático, el lenguaje de programación (o de los ordenadores), etc.
Esta definición incluye igualmente el "lenguaje” químico de las hormigas o
la danza de las abejas (ahora sabemos que estos dos insectos utilizan además
simultáneamente formas adicionales de expresión comunicativa).
Y aún más: la definición reconoce como
lenguaje los distintos intercambios de comunicación que se producen a través de
medios bioacústicos (los sonidos emitidos por formas vivientes), en frecuencias
que van más allá de la percepción humana. Por ejemplo, una persona de quince
años discrimina como media tan sólo unas diez octavas, con el tono y la
proximidad que se dan normalmente en una conversación; es decir, entre 30 y
18.000 herzios (ciclos por segundo). Los pájaros, las ranas, los sapos y los
perros emiten sus sonidos vocales dentro de este espectro. Sin embargo, la
mayoría de las demás criaturas parece que se comunican por debajo o por encima
del escalón acústico que los humanos consideramos “normal”. Los infrasonidos
representan las emisiones que se producen por debajo de los 30 herzios, como
las que caracterizan a las ballenas rorcual, las ballenas azules, los
elefantes, los cocodrilos, las olas marinas, los volcanes, los terremotos o las
tormentas. El ultrasonido se produce por encima de los 18.000 herzios,
frecuencia utilizada a menudo por los insectos (los habitantes más numerosos de
la Tierra), los murciélagos, los delfines y las musarañas. Pero, aún así, el
lenguaje traspasa los límites de la mera comunicación vocal. Entendido en
términos universales, el lenguaje es el vínculo que aglutina el mundo animado y
son los humanos quienes únicamente dibujan sus límites.
[…]
¿Existe
realmente un “lenguaje” no humano? O ¿es que estamos simplemente imponiendo el
lenguaje sobre seres no humanos e interpretando quizá como lenguaje algo que
realmente no lo es? Como dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein: “Si los leones
hablaran, no los entenderíamos”. La comunicación que mantienen entre sí los
grandes simios cuando viven en libertad difiere notablemente de la que
observamos entre estos animales y las personas en el laboratorio. La primera combina
ampliamente la vocalización con el lenguaje corporal, mientras que la segunda
pretende inducir a los simios en un entorno artificial a responder con símbolos
o palabras propias de los humanos. Con todo, a través de buen número de
controles se ha demostrado, más allá de toda duda, que aunque el medio sea
artificial e inducido, estos experimentos en los que intervienen personas y
animales abocan a una comunicación espontánea y creativa, es decir, al
intercambio de información tangible a través de la voz o de signos. Los
animales nos hablan, hablan con nosotros, de manera significativa, utilizando
enlaces neuronales preexistentes.
Con todo, la comunicación entre personas y
animales no ha proporcionado apenas información sobre qué es lo que se
comunican los animales unos a otros cuando viven en su entorno natural. Es
posible que los primates transmitan mensajes muy complejos; pero desconocemos
el contenido de la información que transmiten. Puede que las personas estemos
enseñando a los loros grises africanos o a los bonobos a que se comuniquen con
nosotros, pero los bonobos o los loros grises africanos no nos están enseñando
a hablar como ellos.
La ignorancia que mostrábamos los humanos
sobre la mayoría de las especies animales, incluso la arrogancia con que las
observábamos hasta mediados del siglo XX, fue sustituida en la segunda mitad
por una confianza exagerada en la igualdad intrínseca de todos los seres, que
llegó a postular que los intelectos de unos y otros eran equivalentes. Esta
dialéctica irracional ha encontrado en nuestros días un equilibrio más sensato,
según el cual se admite que los animales en libertad utilizan “cierto tipo de
lenguaje”, que pueden ser adiestrados para comunicarse, espontánea y
creativamente, con las personas y con otros animales utilizando medios
artificiales o poco naturales y que el nivel de inteligencia (definida ésta en
términos humanos) que alcanza este tipo de comunicación entre personas y
animales puede equipararse con la que muestran los niños pequeños. Debemos aceptar,
por otra parte, que comparar niveles de inteligencia entre seres no humanos
quizá sea una cuestión inútil.
No debemos pensar que la lengua que aprenden y
que de manera activa utilizan estos animales distintos de nosotros resulta poco
importante o efímera para ellos. En los primeros años de la década de los
setenta el chimpancé Bruno aprendió ameslan; en 1982 el proyecto había
concluido y Bruno fue trasladado a un laboratorio médico. En 1992, Bruno, de
manera espontánea, seguía utilizando el ameslan, con lo cual los técnicos del
laboratorio se animaron a aprenderlo para comunicarse con él. Otros simios han
enseñando voluntariamente a sus colegas, incluso a su prole, modos de
comunicación humanos que habían aprendido con anterioridad. Estos animales, una
vez adquirido el lenguaje artificial, lo consideran un elemento esencial de
relación social. Quizá esta valoración sea innata.
Lo más importante de todo esto es que el
estudio de la comunicación animal y del “lenguaje” en general nos permite
plantear hipótesis más inteligentes sobre la evolución que ha seguido el
lenguaje humano. No es casual que los animales que parecen estar más próximos
al “lenguaje”, tal y como nosotros lo concebimos, aunque la vocalización
únicamente se consiga a través de medios electrónicos, sean también los que
están genéticamente más emparentados con el género humano. El concepto que la
humanidad tiene de lo que representa el lenguaje es necesariamente
antropocéntrico. Lo que buscamos en los animales no es el lenguaje; es el lenguaje
humano. Desde el momento en que diseñamos procedimientos para obtener lenguaje
de nuestros compañeros de viaje, nos solemos limitar a ingenios humanos. La
mayoría de las investigaciones que se llevan a cabo sobre el lenguaje entre
personas y animales, hasta los más objetivos, crean un medio artificial,
centrado en lo humano, que tiene poco que ver con las lenguas naturales. En
este sentido es admirable contar con investigadores de la talla de Patterson y
Savage-Rumbaugh; para ellos el contenido semántico de las miradas, los gestos,
las posturas y la orientación de los grandes simios representan “modos de
comunicación” que, también en el laboratorio, deben recibir la misma
importancia que la capacidad de estos seres de emitir frases o de utilizar el
teclado.
¿Qué es lo que hace únicos a los seres
humanos? Ya no podemos identificarnos como especie capaz de crear herramientas.
Tampoco parece que ostentemos la patente del lenguaje. Puede que los seres
humanos seamos sencillamente los animales que han desarrollado una forma de
“comunicación más compleja” y la que ha producido unos beneficios hasta ahora
insólitos a quienes la generaron.
Para concluir con una definición lo más
precisa posible, diremos que el lenguaje es el medio a través del cual se
transmiten pensamientos complejos utilizando símbolos arbitrarios –enunciados
gramaticales o su expresión gráfica- con una sintaxis significativa. Aunque la
humanidad haya creído hasta ahora que tal definición se ajustaba únicamente al homo sapiens, los resultados de los
experimentos que se han realizado recientemente con personas y animales van
forzando a que reconsideremos estos supuestos ancestrales.
Probablemente lo mejor sea considerar que
nuestros colegas animales son gestores, muy similares a nosotros, que intentan
conseguir a través de distintos métodos comunicativos que otras criaturas les
obedezcan en cosas que beneficien al individuo, al grupo y a la especie. Este
juego entre la gestión y la valoración podría explicar el desarrollo de la
comunicación animal en general: en la naturaleza lo que realmente importa para
sobrevivir y crecer no es lo que se dice, sino lo que se consigue, a través del
comportamiento comunicativo. En este proceso cada vez más elaborado de gestión
y valoración, aparece la comunicación a través de un lenguaje oral, que no sólo
sirve de base a la interacción entre los distintos miembros del grupo, sino de
vehículo al pensamiento complejo, al menos en términos comparativos. Y esto
parece que sólo surge de manera natural en una familia.
La de los homínidos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Alianza
Editorial, 2003, en traducción
de Paloma Tejada Caller, pp. 11-12 y 40-44. ISBN: 84-206-5501-5]
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