sábado, 16 de enero de 2021

Vida pitágorica.- Jámblico (245-325)

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  «Pero volvamos de nuevo al motivo por el que tuvo lugar el presente tratado. Intentó Pitágoras, como es sabido, enderezar a la gente de diferentes maneras, de acuerdo con la naturaleza y posibilidades de cada uno. Sin embargo, todo lo referente a estos temas no se ha transmitido a las gentes ni es fácil exponer lo que se ha confiado al recuerdo.
 Pero expongamos unos pocos y bien conocidos ejemplos de conducta pitagórica y unos recuerdos de las prácticas de aquellos hombres.
 En primer lugar, en la realización de la prueba, examinaba si podían refrenar el habla (era ésta la expresión que usaba) y observaba si, al aprender lo que oían, eran capaces de mantenerlo en secreto y guardarlo; en segundo lugar, si eran modestos. Ponía más empeño en que callaran que en que hablaran. Examinaba también todo lo demás, no fuera a ser que se excitaran incontroladamente ante la pasión o el deseo, reparando siempre en estas cosas con atención, como, por ejemplo, de qué manera se comportaban ante la cólera o bien ante el deseo, o si eran pendencieros o ambiciosos, o cómo se comportaban ante la rivalidad o la amistad. Y si al examinarlo todo con rigor quedaba manifiesto que estaban dotados de un buen carácter, entonces examinaba su capacidad de aprendizaje y su memoria. En primer lugar, si podían seguir sus lecciones con rapidez y destreza; en segundo lugar, si les acompañaba el afecto y la templanza por las enseñanzas que se impartían.
 Examinaba, en efecto, si eran de una docilidad natural y a esta condición la llamaba “perfeccionamiento” (katártysis). Y consideraba la fiereza como contraria a tal método de vida: porque a la fiereza acompaña la impudicia, la desvergüenza, el desenfreno, la intemperancia, la torpeza, la anarquía, el deshonor y otros defectos por el estilo; en cambio, a la docilidad y a la mansedumbre siguen conceptos contrarios. Pues bien, en la prueba observaba tales rasgos y con ese objetivo ejercitaba a sus discípulos; escogía a los que se acomodaban a los beneficios de su ciencia y de este modo intentaba elevarlos al saber. Pero si observaba que alguno no se adaptaba, lo despedía como si fuera de una raza extraña y extranjera.
 Acerca de las actividades, que había encomendado para todo el día a sus discípulos, hablaré a continuación, porque, bajo su dirección, así obraban los que seguían sus pasos.  Estos hombres hacían paseos matutinos en solitario y por parajes tales en que solía haber calma y una tranquilidad adecuada, donde había templos, bosques y sitios para regocijarse. Creían, en efecto, que era necesario no encontrarse con alguien hasta sosegar su propia alma y ordenar su mente. Y tal tranquilidad era apropiada para el sosiego de la mente, pues consideraban turbador introducirse entre la gente, nada más levantarse. Por lo cual todos los pitagóricos escogían los lugares de un carácter más sagrado. Y entonces, después del paseo matutino, se relacionaban entre sí, especialmente en los templos y, si no, en lugares de ese tipo. Y ese momento lo empleaban para la enseñanza, el aprendizaje y la corrección de la conducta.
 Después de tal ocupación, se dedicaban al cuidado del cuerpo. La mayoría se ungía el cuerpo y se ejercitaba en las carreras y los menos en la lucha a cuerpo en jardines y bosques; otros, en saltos con pesas o prácticas pugilísticas sin adversario, procurando elegir los ejercicios adecuados para fortalecer el cuerpo. Para desayunar, tomaban pan, miel o un trozo de panal, pero durante el día no probaban el vino. Y, después del desayuno, empleaban el tiempo en temas de política interna, en política exterior y en relaciones con los forasteros, de acuerdo con las prescripciones legales. En efecto, querían tratarlo todo en los momentos que seguían al desayuno. Y al atardecer, de nuevo se dirigían a los paseos, pero no hacían propiamente el paseo del mismo modo que el de la mañana, sino de dos en dos o de tres en tres, recordando las enseñanzas y ejercitándose en nobles ocupaciones.
 Después del paseo tomaban un baño y, a continuación, comían juntos. No asistían a la comida más de diez hombres. Y una vez que estaban reunidos los comensales, tenían lugar las libaciones y las ofrendas de aromas y de incienso. Después se iban a comer, de modo que terminara la comida antes de la puesta de sol. Tomaban vino, torta de cebada, pan de trigo, companaje y verduras hervidas y crudas. Y se servía carne de animales, [víctimas] aptas para el sacrificio y raramente tomaban pescado, pues algunos de ellos, en su opinión, no eran aptos para el consumo.
 Después de esta comida, se hacían libaciones; a continuación, tenía lugar la lectura. Era costumbre que leyera el más joven y que el de mayor edad dispusiera tanto la lectura como el modo en que debía llevarse a cabo. Y cuando estaban a punto de irse, el escanciador les preparaba una libación, después de la cual, el de mayor edad pronunciaba estas palabras: “No dañéis ni destruyáis una planta cultivada que produzca fruto, del mismo modo que tampoco dañéis ni destruyáis un animal que no sea perjudicial, por su propia índole, para el género humano.
 Además de esto, tened también un pensamiento respetuoso y bueno sobre el linaje divino, demónico y heroico, y del mismo modo reflexionad igualmente sobre los padres y los benefactores, prestad ayuda a la ley y luchad contra la ilegalidad”. Una vez pronunciadas estas palabras, cada uno se iba a su casa. Vestían ropa blanca y limpia, e igualmente cobertores blancos y limpios, de lino, pues no usaban la lana. No aprobaban el dedicarse a la caza, ni practicaban tal ejercicio. Tales eran los preceptos relativos a la alimentación y modo de vida que transmitían cada día a la mayoría de aquellos hombres.
[…]
Resultado de imagen de jamblico vida pitagórica protréptico El método de enseñanza más frecuente era, en Pitágoras, el que se llevaba a cabo por medio de símbolos. Pues este sistema se practicaba también entre casi todos los griegos, debido a su antigüedad, como los egipcios que lo estimaban en gran medida en sus diversas variedades; igualmente también, en el caso de Pitágoras, se apreció mucho, si se explican con claridad los significados y contenidos secretos de los símbolos, haciendo ver cuánta rectitud y verdad contienen, si se despojan de su envoltorio, se liberan de su forma enigmática y se acomodan, de acuerdo con una tradición simple y sin artificios, a la grandeza de alma de estos filósofos, que sobrepasa, por su condición divina, el concepto humano.
 En efecto, los que salieron de esta escuela, en especial los más antiguos, que pasaron mucho tiempo con él y eran jóvenes cuando recibían las enseñanzas de Pitágoras, ya anciano, a saber, Filolao, Eurito, Carondas, Zaleuco, Brisón, Arquitas el Viejo, Aristeo, Lisis, Empédocles, Zalmoxis, Epiménides, Milón, Leucipo, Alcmeón, Hípaso, Timáridas y todos sus contemporáneos, una multitud de varones famosos y extraordinarios, y tanto en sus discursos, conversaciones, recomendaciones, advertencias, como en sus propios escritos y todos los legados, cuya mayor parte se ha conservado hasta nuestros días, no los hicieron comprensibles a sus oyentes en un lenguaje común, popular y habitual para todos los demás, ni intentaron que sus palabras fueran fáciles de entender, sino que, de acuerdo con la prescripción que les impuso Pitágoras sobre el silencio de los misterios divinos, emplearon modos secretos para los no iniciados y encubrieron con símbolos sus conversaciones y escritos.
 Y si, al seleccionar los símbolos en sí, no se descubrieran y (se explicaran) con una exposición irreprochable, su lectura, a los que la abordaran, parecería ridícula y cuento de viejas, llena de vaciedad y garrulería. Sin embargo, cada vez que se aclaran estos símbolos, a tenor de sus características, y se hacen visibles y accesibles a la mayoría, en lugar de oscuros se asemejan a los presagios y oráculos de Apolo Pitio, puesto que descubren un pensamiento admirable e infunden un espíritu divino a los estudiosos que los han comprendido.  Vale la pena recordar algunos símbolos para que se esclarezca más el modelo de enseñanza. “Estando en camino, como cosa accesoria, no se debe entrar en un templo, ni en absoluto se debe hacer una reverencia, ni siquiera aunque se esté en las mismas puertas. Haz sacrificios y reverencia descalzo. Evita los caminos transitados por la gente y camina por senderos. No hables sin luz sobre los pitagóricos”. Tal era, a grandes rasgos, su forma de enseñanza por medio de símbolos.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 2003, en traducción de Miguel Periago Lorente, pp. 79-82 y 83-85. ISBN: 84-249-2397-9.]
 

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