«Pero volvamos de nuevo al motivo por el que
tuvo lugar el presente tratado. Intentó Pitágoras, como es sabido, enderezar a
la gente de diferentes maneras, de acuerdo con la naturaleza y posibilidades de
cada uno. Sin embargo, todo lo referente a estos temas no se ha transmitido a
las gentes ni es fácil exponer lo que se ha confiado al recuerdo.
Pero expongamos unos pocos y bien conocidos
ejemplos de conducta pitagórica y unos recuerdos de las prácticas de aquellos
hombres.
En primer lugar, en la realización de la
prueba, examinaba si podían refrenar el habla (era ésta la expresión que usaba)
y observaba si, al aprender lo que oían, eran capaces de mantenerlo en secreto
y guardarlo; en segundo lugar, si eran modestos. Ponía más empeño en que
callaran que en que hablaran. Examinaba también todo lo demás, no fuera a ser
que se excitaran incontroladamente ante la pasión o el deseo, reparando siempre
en estas cosas con atención, como, por ejemplo, de qué manera se comportaban ante la cólera o bien ante el
deseo, o si eran pendencieros o ambiciosos, o cómo se comportaban ante la
rivalidad o la amistad. Y si al examinarlo todo con rigor quedaba manifiesto que
estaban dotados de un buen carácter, entonces examinaba su capacidad de
aprendizaje y su memoria. En primer lugar, si podían seguir sus lecciones con
rapidez y destreza; en segundo lugar, si les acompañaba el afecto y la
templanza por las enseñanzas que se impartían.
Examinaba, en efecto, si eran de una docilidad
natural y a esta condición la llamaba “perfeccionamiento” (katártysis). Y consideraba la fiereza como contraria a tal método de vida:
porque a la fiereza acompaña la impudicia, la desvergüenza, el desenfreno, la
intemperancia, la torpeza, la anarquía, el deshonor y otros defectos por el
estilo; en cambio, a la docilidad y a la mansedumbre siguen conceptos contrarios.
Pues bien, en la prueba observaba tales rasgos y con ese objetivo ejercitaba a
sus discípulos; escogía a los que se acomodaban a los beneficios de su ciencia
y de este modo intentaba elevarlos al saber. Pero si observaba que alguno no se
adaptaba, lo despedía como si fuera de una raza extraña y extranjera.
Acerca de las actividades, que había
encomendado para todo el día a sus discípulos, hablaré a continuación, porque, bajo
su dirección, así obraban los que seguían sus pasos. Estos hombres hacían paseos matutinos en
solitario y por parajes tales en que solía haber calma y una tranquilidad adecuada,
donde había templos, bosques y sitios para regocijarse. Creían, en efecto, que
era necesario no encontrarse con alguien hasta sosegar su propia alma y ordenar
su mente. Y tal tranquilidad era apropiada para el sosiego de la mente, pues
consideraban turbador introducirse entre la gente, nada más levantarse. Por lo
cual todos los pitagóricos escogían los lugares de un carácter más sagrado. Y
entonces, después del paseo matutino, se relacionaban entre sí, especialmente en
los templos y, si no, en lugares de ese tipo. Y ese momento lo empleaban para
la enseñanza, el aprendizaje y la corrección de la conducta.
Después de tal ocupación, se dedicaban al
cuidado del cuerpo. La mayoría se ungía el cuerpo y se ejercitaba en las carreras
y los menos en la lucha a cuerpo en jardines y bosques; otros, en saltos con
pesas o prácticas pugilísticas sin adversario, procurando elegir los ejercicios
adecuados para fortalecer el cuerpo. Para desayunar, tomaban pan, miel o un trozo
de panal, pero durante el día no probaban el vino. Y, después del desayuno,
empleaban el tiempo en temas de política interna, en política exterior y en
relaciones con los forasteros, de acuerdo con las prescripciones legales. En
efecto, querían tratarlo todo en los momentos que seguían al desayuno. Y al
atardecer, de nuevo se dirigían a los paseos, pero no hacían propiamente el
paseo del mismo modo que el de la mañana, sino de dos en dos o de tres en tres,
recordando las enseñanzas y ejercitándose en nobles ocupaciones.
Después del paseo tomaban un baño y, a
continuación, comían juntos. No asistían a la comida más de diez hombres. Y una
vez que estaban reunidos los comensales, tenían lugar las libaciones y las
ofrendas de aromas y de incienso. Después se iban a comer, de modo que
terminara la comida antes de la puesta de sol. Tomaban vino, torta de cebada, pan de trigo, companaje y
verduras hervidas y crudas. Y se servía carne de animales, [víctimas] aptas
para el sacrificio y raramente tomaban pescado, pues algunos de ellos, en su
opinión, no eran aptos para el consumo.
Después de esta comida, se hacían libaciones;
a continuación, tenía lugar la lectura. Era costumbre que leyera el más joven y
que el de mayor edad dispusiera tanto la lectura como el modo en que debía
llevarse a cabo. Y cuando estaban a punto de irse, el escanciador les preparaba
una libación, después de la cual, el de mayor edad pronunciaba estas palabras: “No
dañéis ni destruyáis una planta cultivada que produzca fruto, del mismo modo
que tampoco dañéis ni destruyáis un animal que no sea perjudicial, por su
propia índole, para el género humano.
Además de esto, tened también un pensamiento
respetuoso y bueno sobre el linaje divino, demónico y heroico, y del mismo modo
reflexionad igualmente sobre los padres y los benefactores, prestad ayuda a la
ley y luchad contra la ilegalidad”. Una vez pronunciadas estas palabras, cada
uno se iba a su casa. Vestían ropa blanca y limpia, e igualmente cobertores
blancos y limpios, de lino, pues no usaban la lana. No aprobaban el dedicarse a
la caza, ni practicaban tal ejercicio. Tales eran los preceptos relativos a la
alimentación y modo de vida que transmitían cada día a la mayoría de aquellos
hombres.
[…]
El método de enseñanza más frecuente era, en
Pitágoras, el que se llevaba a cabo por medio de símbolos. Pues este sistema se
practicaba también entre casi todos los griegos, debido a su antigüedad, como los
egipcios que lo estimaban en gran medida en sus diversas variedades; igualmente
también, en el caso de Pitágoras, se apreció mucho, si se explican con claridad
los significados y contenidos secretos de los símbolos, haciendo ver cuánta
rectitud y verdad contienen, si se despojan de su envoltorio, se liberan de su
forma enigmática y se acomodan, de acuerdo con una tradición simple y sin
artificios, a la grandeza de alma de estos filósofos, que sobrepasa, por su
condición divina, el concepto humano.
En efecto, los que salieron de esta
escuela, en especial los más antiguos, que pasaron mucho tiempo con él y eran jóvenes
cuando recibían las enseñanzas de Pitágoras, ya anciano, a saber, Filolao,
Eurito, Carondas, Zaleuco, Brisón, Arquitas el Viejo, Aristeo, Lisis,
Empédocles, Zalmoxis, Epiménides, Milón, Leucipo, Alcmeón, Hípaso, Timáridas y
todos sus contemporáneos, una multitud de varones famosos y extraordinarios, y
tanto en sus discursos, conversaciones, recomendaciones, advertencias, como en
sus propios escritos y todos los legados, cuya mayor parte se ha conservado hasta
nuestros días, no los hicieron comprensibles a sus oyentes en un lenguaje
común, popular y habitual para todos los demás, ni intentaron que sus palabras
fueran fáciles de entender, sino que, de acuerdo con la prescripción que les
impuso Pitágoras sobre el silencio de los misterios divinos, emplearon modos
secretos para los no iniciados y encubrieron con símbolos sus conversaciones y
escritos.
Y si, al seleccionar los símbolos en sí,
no se descubrieran y (se explicaran) con una exposición irreprochable, su lectura,
a los que la abordaran, parecería ridícula y cuento de viejas, llena de
vaciedad y garrulería. Sin embargo, cada vez que se aclaran estos símbolos, a
tenor de sus características, y se hacen visibles y accesibles a la mayoría, en
lugar de oscuros se asemejan a los presagios y oráculos de Apolo Pitio, puesto
que descubren un pensamiento admirable e infunden un espíritu divino a los estudiosos
que los han comprendido. Vale la pena
recordar algunos símbolos para que se esclarezca más el modelo de enseñanza. “Estando
en camino, como cosa accesoria, no se debe entrar en un templo, ni en
absoluto se debe hacer una reverencia, ni siquiera aunque se esté en las mismas
puertas. Haz sacrificios y reverencia descalzo. Evita los caminos transitados
por la gente y camina por senderos. No hables sin luz sobre los pitagóricos”. Tal
era, a grandes rasgos, su forma de enseñanza por medio de símbolos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 2003, en traducción de Miguel Periago Lorente, pp. 79-82 y 83-85. ISBN: 84-249-2397-9.]
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