Glikl bas Judah Leib: debatiendo con Dios
«Glikl nació en Hamburgo a finales de 1646 o en
1647, y era una de los seis hijos de Judah Joseph, también conocido como Leib,
comerciante y miembro notable de la comunidad judía alemana, y de la mujer de
negocios Beila, hija de Natham Melrich de cerca de Altona. A mediados de siglo,
la Ciudad Libre y Hanseática de Hamburgo era un próspero puerto cosmopolita de
más de 60.000 habitantes, un centro comercial y un mercado financiero con
conexiones con España, Rusia, Londres y el Nuevo Mundo. Los judíos habían
formado parte de esta expansión. En 1612 el Senado de Hamburgo había firmado un
acuerdo con la pequeña comunidad de judíos portugueses (o sefardíes, como Glikl
los solía llamar), muchos de ellos prósperos banqueros y comerciantes
internacionales; el acuerdo les permitía residir y comerciar en la ciudad como extranjeros
o “judíos protegidos” a cambio de un pago anual. En la década de 1660 ya eran
unas 600 personas e intentaban convertir sus casas de oración informales en una
sinagoga. Cuando la reina Cristina de Suecia visitó Hamburgo en 1667, permaneció
con su séquito durante más de un mes en la bella casa de sus banqueros judíos,
Abraham e Isaac Teixeira, no lejos de la iglesia de San Miguel.
No todos los residentes de Hamburgo aceptaban
de buena gana estos hechos. El clero luterano echaba chispas contra el Senado
por su política tolerante hacia los judíos. “En su sinagoga hay fuertes
murmullos y gritos […] Practican su sabbat y no el nuestro […] Tienen a su
servicio criados y criadas cristianos […] Sus rabinos discuten sin miedo a
nuestro Mesías”. El Senado, preocupado por mantener la expansión de la ciudad,
hacía lo que podía por conservar a los grandes banqueros, aunque en 1674 se
ordenó a los sefardíes cerrar su sinagoga. Su número comenzó a disminuir y en
1697, cuando el Senado pidió una tasa elevada a los judíos portugueses y redujo
su posición distinguida, Teixeira y otros se marcharon a Amsterdam.
La comunidad de judíos alemanes se convirtió
entonces en el centro de la vida judía de Hamburgo –los hochdeutsche Juden, según los denominaba el Senado. Años antes, en
las décadas de 1630 y 1640, unas pocas docenas de familias de judíos alemanes
(entre ellas el padre de Glikl) se habían filtrado en la ciudad sin permiso
oficial para comerciar en oro y joyas, prestar dinero y confeccionar pequeños
objetos artesanales, conservando su posición insegura mediante pagos de
impuestos informales al Gobierno. Mientras que la mayoría de los sefardíes vivían
en el casco viejo de la ciudad, los askenazíes se agruparon en el oeste, en la
parte nueva, no lejos de la Puerta de Miller.
Les convenía esta situación, y no sólo porque
simbolizaba la posibilidad de una salida rápida, sino porque también disminuía
su marcha unos cuantos kilómetros hacia el oeste a la ciudad de Altona, donde
los judíos disfrutaban de la posición oficial de “protegidos” bajo la mirada
tolerante de los condes de Holstein-Schauenburg y (desde 1640) de los reyes de
Dinamarca. Fue allí a donde se dirigieron los judíos alemanes cuando el Senado
de Hamburgo, incitado por el clero luterano y las quejas de la Bürgerschaft (la
asamblea de la ciudad), los expulsó en 1650.
En los años posteriores, los judíos alemanes
entraban subrepticiamente en Hamburgo para comerciar, afrontando los ataques de
los soldados y marineros cuando pasaban por la Puerta de Miller y arriesgándose
a ser detenidos si no habían pagado un estipendio en concepto de escolta. Tras
la invasión sueca de Altona en 1657, el Senado permitió a los hochdeutsche Juden residir de nuevo en
Hamburgo, aunque no debían escandalizar a los cristianos con la práctica de su
religión dentro de sus murallas. Se suponía que para asistir a la sinagoga y
enterrar a sus muertos debían ir a Altona, donde también se encontraba la
organización de su comunidad, su Jüdische Gemeinde.
En la última década del siglo, la población y
la prosperidad de los judíos alemanes se habían multiplicado. Aunque aún podían
suscitar sospecha y violencia entre los buenos trabajadores de Hamburgo e
incitar la ira de los teólogos ante, por ejemplo, la flagrante “superstición”
de sus lámparas de sabbat, que se mantenían encendidas veinticuatro horas para
no violar el mandamiento de Dios, ahora tenían quien los apoyara desde dentro
del Senado: gente que los veía como potenciales conversos al cristianismo o
como valiosos contribuyentes a la economía. En 1697, cuando el Senado ofreció a
los hochdeutsche Juden un contrato
para regularizar su posición a cambio de una contribución más elevada que la
que pidieron a los judíos portugueses, estuvieron de acuerdo en pagar. Por último,
en 1710, se les permitió tener una Gemeinde propia en Hamburgo.
Así pues, Glikl pasó su infancia en la década
de 1650 durante los años en que los judíos se movían con dificultad entre
Hamburgo y Altona. Recordaba que su padre había sido el primer judío alemán que
obtuvo permiso para volver a residir en Hamburgo tras la invasión sueca, pero
como parnas (anciano de la Gemeinde) tenía
que volver a Altona por asuntos de la comunidad y para rezar, siempre que el
riesgo de llevar a cabo servicios ilegales en Hamburgo era demasiado grande.
La infancia de Glikl fue breve. Antes de
cumplir los doce años fue prometida a Haim, sólo unos pocos años mayor e hijo
del comerciante Joseph ben Baruch Daniel Samuel ha-Levi (o Segal), conocido
también como Joseph Glodschmidt y Joseph Hamel, del pueblecito de Hameln. Se
casó con el dos años después. Esta temprana edad de matrimonio contrastaba
mucho con la de las mujeres cristianas de Hamburgo y otros lugares de Europa
occidental, que rara vez se comprometían antes de los dieciocho años, pero era
habitual entre los judíos acomodados de Europa central y oriental. Entre otros
usos, garantizaba un matrimonio judío al gusto de los padres y fomentaba los mitzvoth –los preceptos y las acciones
honradas- de la progenie. ¿Y por qué esperar cuando los padres dotaban a los jóvenes
con conexiones de crédito y capital líquido en lugar de bienes raíces o un
taller artesano? Además, los recién casados podían ser pastoreados durante el
primer periodo del matrimonio mediante la costumbre judía del kest u hospedaje, prevista en el
contrato de matrimonio.
Después de pasar un año con la familia de Haim
en Hameln y otro con la familia de Glikl en Hamburgo, la pareja se estableció
por su cuenta con dos criados en una casa alquilada –todo lo que se le permitía
a un judío tener- en la zona askenazí de la parte nueva de la ciudad, no lejos
del Elba. En las tres décadas siguientes trajeron al mundo catorce hijos: uno
murió recién nacido, otro casi a los tres años; pero los restantes, seis niños
y seis niñas, vivieron lo suficiente como para casarse y, en todos los casos
menos en uno, para tener sus propios hijos. Para la Europa del siglo XVII,
donde de un tercio a la mitad de los nacidos moría antes de los diez años, es
un récord notable llevar a los hijos a la otra orilla del mar, aun en el caso
de una familia acomodada en la que la madre los criaba.
Mientras tanto, Haim comerciaba en oro, plata,
perlas, joyas y dinero, concertando compras desde Moscú y Danzing hasta
Copenhague, Amsterdam y Londres. Acudía regularmente a las ferias de Leipzig y
Francfort del Meno, pero solía emplear a otros judíos alemanes como agentes o
socios para viajar a otros lugares. Glikl participaba en todas las decisiones
de negocios (“una vez que lo había hablado todo conmigo, él ya no buscaba el
consejo de nadie”), redactaba los contratos de asociación y ayudaba a llevar
los libros y las fianzas locales. La pareja comenzó joven y “sin mucha salud”,
decía Glikl, pero acabó consiguiendo un gran crédito en Hamburgo y otros
lugares. Haim se estaba convirtiendo en uno de los askenazíes más prósperos de
Hamburgo.
Luego, una noche de enero de 1689, Haim se cayó
sobre una piedra afilada cuando se dirigía el barrio no judío de Hamburgo a una
cita de negocios. Murió unos días después y Glikl se quedó viuda con ocho hijos
en casa que criar, dotar y casar. Durante los años siguientes llevó a cabo la
estrategia judía de casar algunos de sus hijos cerca de casa y a otros en
ciudades distantes. Antes de la muerte de Haim, dos de sus hijos se habían
casado en Hamburgo, una hija en Hannover y la hija mayor, Zipporah, en
Amsterdam. La política matrimonial de Glikl colocó a Esther en Metz y a otros
de sus hijos en Berlín, Copenhague, Bamberg y Baiersdorf, y sólo una hija,
Freudehen, se quedó durante un tiempo en Hamburgo.
¿Cuáles eran las razones de esta
política? En parte era el resultado del hecho de que no había suficientes
askenazíes disponibles de una posición adecuada en una sola localidad, aun
cuando se aprovechara que la ley judía permitía a los primos hermanos casarse
(como hicieron Haim y Glikl con una de sus hijas). Aún más importante era el
hecho de que una amplia dispersión familiar suponía una ventaja económica y una
medida de seguridad. Nunca se sabía cuándo podía cambiar la rueda de la fortuna:
en 1674 y 1697 volvieron a oírse demandas de expulsión de los judíos en
Hamburgo, aunque fueron obstruidas por el Senado y otros segmentos económicos
opuestos de la ciudadanía; en 1670 se había permitido a los judíos residir en
Berlín, pero en 1669-1670 habían sido expulsados de Viena y sólo se les permitió
regresar al final de la década.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1999, en traducción de Carmen Martínez Gimeno, pp. 19-23. ISBN: 84-376-1739-1.]
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