Propósito del Libro de Buen Amor
«Palabras son del sabio y díjolo Catón: / el hombre, entre las penas que tiene el corazón,
debe mezclar placeres y alegrar su razón, / pues las muchas tristezas mucho pecado son.
Como de cosas serias nadie puede reír, / algunos chistecillos tendré que introducir;
cada vez que los oigas no quieras discutir / a no ser en manera de trovar y decir.
Entiende bien mis dichos y medita su esencia, / no me pase contigo lo que al doctor de Grecia
con el truhán romano de tan poca sapiencia, / cuando Roma pidió a los griegos su ciencia.
Así ocurrió que Roma de leyes carecía; / pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía / ni había de entenderlas, ya que nada sabía.
Pero, si las quería para de ellas usar, / con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr; / esta respuesta hermosa daban por se excusar.
Los romanos mostraron enseguida su agrado; / la disputa aceptaron en contrato firmado,
mas, como no entendían idioma desusado, / pidieron dialogar por señas de letrado.
Fijaron una fecha para ir a contender; / los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender / a los griegos doctores y su mucho saber.
Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano / tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano / hiciese en la disputa y fue consejo sano.
A un gran bellaco astuto se apresuran a ir / y le dicen: -"Con Grecia hemos de discutir;
por disputas por señas, lo que quieras pedir / te daremos, si sabes de este trance salir".
Vistiéronle muy ricos paños de gran valía / cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería: / -"Ya pueden venir griegos con su sabiduría".
Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado, / famoso entre los griegos, entre todos loado;
subió en otro sitial, todo el pueblo juntado. / Comenzaron sus señas, como era lo tratado.
El griego, reposado, se levantó a mostrar / un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar. / Levantóse el bigardo, frunce el ceño al mirar.
Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos, / el pulgar y otros dos con aquél recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos. / Sentóse luego el necio, mirando sus vestidos.
Levantándose el griego, tendió la palma llana / y volvióse a sentar, tranquila su alma sana;
levantóse el bellaco con fantasía vana, / mostró el puño cerrado, de pelea con gana.
Ante todos los suyos opina el sabio griego: / -"Merecen los romanos la ley, no se la niego".
Levantáronse todos con paz y con sosiego, / ¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!
Preguntaron al griego qué fue lo discutido / y lo que aquel romano le había respondido:
-"Afirmé que hay un Dios y el romano entendido, / tres en uno, me dijo, con su signo seguido.
Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad; / él: que domina al mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad, / de las leyes merecen tener seguridad".
Preguntan al bellaco por su interpretación: / -"Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación / le respondí airado, con determinación,
que yo le quebraría, delante de las gentes, / con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que si yo no paraba mientes, / a palmadas pondría mis orejas calientes.
Entonces hice seña de darle una puñada / que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada / no siguió amenazando a quien no teme nada".
Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida / que no hay mala palabra si no es a mal tenida,
toda frase es bien dicha cuando es bien entendida. / Entiende bien mi libro, tendrás buena guarida.
La burla que escuchares no la tengas por vil, / la idea de este libro entiéndela, sutil;
pues del bien y del mal, ni un poeta entre mil / hallarás que hablar sepa con decoro gentil.
Hallarás muchas garzas, sin encontrar un huevo, / remendar bien no es cosa de cualquier sastre nuevo:
a trovar locamente no creas que me muevo, / lo que Buen Amor dice, con razones te pruebo.
En general, a todos dedico mi escritura; / los cuerdos, con buen seso, encontrarán cordura;
los mancebos livianos guárdense de locura, / escoja lo mejor el de buena ventura.
si la razón entiendes y la intención aciertas, / donde ahora maldades, quizá consejo adviertas.
Donde creas que miente, dice mayor verdad, / en las coplas pulidas yace gran fealdad;
si el libro es bueno o malo por las notas juzgad, / las coplas y las notas load o denostad.
De músico instrumento, yo, libro, soy pariente; / si tocas bien o mal te diré, ciertamente;
en lo que te interese, con sosiego detente / y si sabes pulsarme, me tendrás en la mente.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, 1991, en versión de María Brey Mariño, pp. 43-47. ISBN: 84-7039-026-0.]