Capítulo IX
«-¿Hay algo más? -preguntó al fin el químico.
-Hay un detalle -repuso Graham, quien frunció los labios y luego suspiró-. Se trata del pago. Si lo prefiere así, podríamos darle un cheque por la cantidad total, pero yo le aconsejaría..., iba a ser mucho más ventajoso para usted recibir esa suma pongamos en cinco plazos iguales en el período de cinco años. Según el tipo de interés actual, pagaríamos sólo un dos por ciento por el resto; pero aún así...
-Preferiría liquidar eso de una vez, quitarme esa preocupación -dijo Tully, frunciendo el ceño-. ¿Qué ventaja iba a tener con esperar?
-Se trata de los impuestos, muchacho. -Graham suspiró aquí de nuevo, más bien a causa de la sola mención de esa odiada palabra, que por la cerrazón del químico-. Si recibiera el millón de una vez, tendría que pagar
el impuesto normal más la sobretasa, lo que ascendería a seiscientos ochenta mil dólares, con lo cual le quedarían solamente trescientos veinte mil. Mientras que si distribuye los pagos en cinco años, los impuestos serían noventa y siete mil dólares anuales, o sea cuatrocientos ochenta y cinco mil; para usted: quinientos quince mil. Y distribuyéndolo en diez años, a razón de diez pagos de cien mil, su impuestos serían trescientos cuarenta mil y le quedarían seiscientos sesenta mil dólares. Caso de que desee...
-Espere un momento; esto parece una estafa.
-Y lo es -asintió Graham, con enfática sinceridad.
-Deme un papel y un lápiz.
El otro abrió un cajón, buscó lo que deseaba y se lo tendió desde el otro lado de la mesa. Tully arrastró su silla hacia el borde de ésta, para apoyar el papel y garabatear en él. Cuando tuvo un lado casi cubierto de cifras, dispersas y trazadas con su caligrafía desparramada, se restregó la nariz y quedó un rato mirando los cálculos con el ceño fruncido. Luego volvió el papel del otro lado y garabateó algo más. Graham permanecía recostado en su sillón, mirándole con aire paciente y benévolo.
Al fin, Tully terminó sus cálculos y volvió sus ojos hacia el banquero con mirada suspicaz e incrédula.
-Vamos a ver -preguntó-. ¿Esto está bien? Si se lo vendo a usted por un millón de dólares en metálico, lo que realmente obtengo por eso, después de pagar los impuestos, son trecientos veinte mil dólares. Y si en vez de pagarme al contado me pagara en cinco anualidades, lo que obtendría iban a ser ciento tres mil dólares anuales durante cinco años, y esto sería todo.
-Es correcto el cálculo.
-Y si en vez de vender me quedo con esos valores, obtendría la misma cantidad o más anualmente durante los próximos cinco años, pero en vez de ser esto todo, seguiría poseyendo esos valores y seguiría cobrando.
La sonrisa de Graham no fue del todo benévola.
-Eso sería, naturalmente, si los beneficios íntegros del negocio permanecieran inalterables o aumentasen. Pero si disminuyeran, percibiría menos; y si el negocio fracasase, no obtendría nada.
-Pero usted espera sin duda que aumente, pues si no, no me ofrecería un millón de dólares. Así que me está tomando por un primo.
-Nada de eso -Graham se inclinó hacia delante-. Fíjese en lo que voy a decir: pongamos en que le pagara el millón de dólares y que el negocio crece. Pongamos que nuestro beneficio anual por esa inversión, es decir, por sus acciones y derechos contractuales, es de trescientos mil dólares. Si lo sumamos con nuestros otros beneficios y calculamos su distribución entre nuestros accionistas, diríamos que la carga de nuestros impuestos ascendería al setenta y siete por ciento, y así sería. Esto nos dejaría un beneficio anual neto de sesenta y nueve mil dólares, lo cual sería aproximadamente el siete por ciento sobre nuestra inversión de un millón. Es algo de un carácter tan especulativo como este negocio, el siete por ciento es un rédito bajísimo de ese capital. Voy a serle franco, señor Clinker. Estamos dispuestos a pagar un millón sólo por sus nueve mil acciones, lo que nos permitiría el control de la empresa, y esto podría resultar beneficioso.
-Eso es desde su punto de vista. Pero, ¿y desde el mío? ¿Sería o no sería un primo si vendiera esos valores a ustedes, aunque fuera en cinco pagos anuales, cuando puedo obtener la misma cantidad anualmente de todos modos y probablemente más, siguiendo en posesión de esos valores cuando los cinco años hubieran transcurrido?
-Eso depende. -Graham se mostraba circunspecto-. Aquí es donde intervienen los factores del azar en los negocios...
-¡Tonterías! -Tully se puso en pie-. Sabe usted de sobra que sería un primo...
-Espere un momento, señor Clinker, haga el favor. He tenido en el pensamiento desde el primer momento ofrecerle otra alternativa. Es cierto que la afrentosa circunstancia de los impuestos ha creado una situación tal que en muchos casos una transacción comercial resulta desventajosa tanto para el que vende como para el que compra. Éste puede ser uno de esos casos, por lo que a sus derechos contractuales se refiere, pero no es así en cuanto a las acciones. Estoy dispuesto a ofrecerle trescientos cincuenta mil dólares, sólo por las acciones... Bueno, déjeme explicarle, por favor...
Tully iba ya hacia la puerta. Sin detenerse, le lanzó por encima del hombro:
-No quiero nada.
Y se fue.»
[El texto pertenece a la edición en español de Plaza & Janés, 1964, en traducción de Manuel de la Escalera. Depósito legal: B. 30.110 - 1963.]
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