1.-Astrología e historia: Albumasar y las "grandes conjunciones"
«En otras palabras, mientras que es necesario rechazar decididamente la idea de una clara ruptura entre astronomía moderna y astrología medieval que habría que ubicar en la época del Renacimiento, es indispensable darse perfecta cuenta de la extensísima diseminación, en los orígenes de la cultura moderna, de los temas astrológicos, mágicos y herméticos, y de su continuación por doquiera bajo las formas más diversas, y no sólo en la imaginería del arte, sino también en el seno de la nueva ciencia.
Y valga la cita, preludio casi de la tentativa de una investigación histórica más adecuada, de un documento singular, sacado de la correspondencia de los alumnos de Galileo.
El 14 de julio de 1642, Bonaventura Cavalieri, de Bolonia, escribe a Evangelista Torricelli una carta muy melancólica y muy significativa. Habla del escaso interés del público por las ciencias físico-matemáticas y de la poca fortuna de éstas en el terreno práctico. Mientras que la investigación rigurosa, en particular la matemática, no suscita ningún interés, la astrología judiciaria es siempre enormemente popular. Nacería un nuevo Arquímedes -laméntase Cavalieri- y nadie se daría cuenta, mientras que el más charlatán de los astrólogos obtiene en todas partes honores, dinero y poder. Dice Cavalieri: "los pobres matemáticos, y sobre todo los geómetras, después de infinitos, infinitos e infinitos sudores" ni siquiera pueden soñar con "la gloriosa fama" de los técnicos de la adivinación estelar. La ciencia matemática, en suma, incapaz como es de aplicarse prácticamente a los eventos de la vida, no goza de la menor resonancia. Conviene entonces, por lo menos "para el fin extrínseco", como él lo llama, adaptarse a la opinión y demandas de los más, y hacer horóscopos y vaticinios, conservando para sí, "para los propios fines", y para aquellos "que estiman más el saber que el parecer", la ciencia rigurosa.
No hace falta caracterizar a los dos personajes, que se encuentran entre los galileanos más celebres, matemático insigne el uno y preclaro físico el otro, interlocutores ambos de un diálogo europeo que tuvo por protagonistas a Galileo y Kepler, Mersenne y Gassendi, Pascal y Descartes, y, más tarde, justamente a propósito de los "indivisibles" de Cavalieri, a Leibniz y Newton. Y, sin embargo, ante la supervivencia de la astrología adivinadora, con lo que ésta comportaba de hermetismo y de magia, y en general de creencias y de concepciones generales, parecían ceder las armas, las armas de ellos, alumnos de aquel Galileo que, no obstante no abrir la puerta a la acción a distancia ni a los influjos lunares, no había dudado en elaborar una teoría de las mareas del todo insostenible. Al leer, en resumen, esta resignada y desconsolada capitulación de científicos de tanto relieve a mediados del Seiscientos, se tiene la impresión de que, cuando menos en el plano de la opinión pública y de las costumbres, y tal vez también en el de las aplicaciones prácticas, las creencias y la vida moral, se cerró con una derrota la polémica antiastrológica a la que tres siglos antes aproximadamente habíase abocado el humanismo naciente en el momento en que, por boca de Petrarca, había reivindicado la libertad y dignidad del hombre en detrimento del hado estelar, y la racionalidad en contra de las supersticiones y creencias mágicas. Había dicho Petrarca con límpida elocuencia clásica: "Dejad libre el camino de la verdad y de la vida... Los globos de fuego no pueden hacer de guías... Las almas virtuosas, confiadas a su sublime destino, reciben la iluminación de una luz interior más hermosa. No tenemos necesidad, iluminados por tal rayo, de astrólogos embaucadores ni de truhanes profetizadores que a sus crédulos secuaces limpian de oro las arcas, llenan los oídos de patrañas, entorpecen con errores el juicio, y la vida presente turban y entristecen con nugatorios temores de lo porvenir". Petrarca dice esto alrededor de 1362, mientras se propaga la peste en Padua y oscuros presagios acompañan a una gran catástrofe. Como siempre, los astrólogos atribuían a extraordinarios influjos de las estrellas los trágicos acontecimientos terrenos: sólo el cielo que con la luz y el calor del Sol anima toda la vida puede ser la fuente de la muerte colectiva. Petrarca, que comprendía toda la insidia del determinismo estelar y temía la destrucción de la libre iniciativa humana mediante la indiscriminada necesidad natural, salía al paso de la que se gestaba y le enderezaba una crítica radical de la causalidad celeste, de un lado, y del otro, un análisis de creencias supersticiosas de origen remoto.
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Península, 1981, en traducción de Antonio-Prometeo Moya, pp. 27-30. ISBN: 84-297-1698-X.]
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