Primera carta: Sobre los cuáqueros
«-Mi querido señor -le dije-, ¿estáis bautizado?
-No -me contestó el cuáquero-, y mis compañeros de religión tampoco lo están.
-¿Cómo? Voto al cielo -repliqué yo-. ¿Entonces no sois cristianos?
-Hijo mío -repuso en tono suave-, no jures. Nosotros somos cristianos y nos esforzamos en ser buenos cristianos, pero no creemos que el cristianismo consista en echar un poco de agua con sal sobre la cabeza.
-Eh, diablos -dije, ofendido por semejantes impiedades-. ¿Es que acaso habéis olvidado que Jesucristo fue bautizado por Juan?
-Amigo, deja de jurar de una vez -dijo el piadoso cuáquero-. Efectivamente, Juan bautizó a Cristo, pero éste no bautizó a nadie. Nosotros somos discípulos de Cristo, no de Juan.
-¡Ay! -exclamé-, si hubiera Inquisición en este país, qué pronto os quemarían, pobre hombre. Ruego a Dios que pueda yo bautizaros y convertiros en un verdadero cristiano.
-Si ello fuera preciso para condescender con tus debilidades, lo haríamos con gusto -agregó en tono grave-. No condenamos a nadie porque practique la ceremonia del bautismo, pero pensamos que los que profesan una religión verdaderamente sana y espiritual deben abstenerse, en lo que les sea posible, de realizar prácticas judaicas.
-Es lo que me faltaba por escuchar. ¿Qué ceremonias judaicas? -exclamé.
-Sí, hijo mío -continuó diciendo-, y tan judaicas que muchos judíos todavía hoy en día practican en ocasiones el bautismo de Juan. Consulta la historia antigua y verás que en ella se dice que Juan no hizo más que renovar una costumbre que mucho tiempo antes de que él naciera era practicada por los judíos, de la misma forma que la peregrinación a la Meca lo era por los ismaelitas. Pero circuncisión y ablución son abolidas por el bautismo de Cristo, ese bautismo espiritual, esa ablación del alma que salva a los hombres. Ya lo decía Juan, el precursor: "Yo os bautizo en verdad con agua, peor otro vendrá después de mí, más poderoso que yo, del que no soy digno de descalzarle las sandalias. Él os bautizará con el fuego y con el Espíritu Santo". Y el gran apóstol de los gentiles, Pablo, escribió a los corintios: "Cristo no me ha enviado para bautizar, sino para predicar el Evangelio". Pablo bautizó con el agua a tan sólo dos personas y muy a su pesar circuncidó a su discípulo Timoteo. Los demás apóstoles también circuncidaron a todos aquellos que lo deseaban. ¿Tú estás circuncidado?
Le respondí que no tenía ese honor.
-Y bien, amigo mío; de este modo tú eres cristiano sin estar circuncidado y yo lo soy sin haber sido bautizado.
De esta manera aquel buen hombre aprovechaba astutamente tres o cuatro pasajes de las Sagradas Escrituras que parecían dar la razón a su secta; pero con la mejor fe del mundo se olvidaba de un centenar de pasajes que se la quitaban. No me tomé el trabajo de rebatir sus argumentos. Nada se puede hacer con los entusiastas. Jamás hay que hablarle a un hombre de los defectos de su amante, ni a uno que litiga de los defectos de su causa, ni dar razones a un iluminado. De manera que me puse a hablar de otras cuestiones.
En lo que se refiere a la comunión -le pregunté-, ¿de qué modo la practicáis?
-No la practicamos -dijo él.
-¿Qué? ¿No comulgáis?
-No, tan sólo practicamos la comunión de los corazones.
Volvió a citarme las escrituras. Me colocó un hermoso sermón contra la comunión y, en tono inspirado, me habló para probarme que todos los sacramentos eran invenciones humanas y que la palabra sacramento no figuraba en ningún lugar del Evangelio.
-Perdona -dijo- que en mi ignorancia no haya podido darte ni la centésima parte de las pruebas de mi religión, pero de todas formas puedes encontrarlas en la exposición que de nuestra fe hace Robert Barclay; es uno de los mejores libros que hayan sido escritos por el hombre. Nuestros enemigos dicen de él que es muy peligroso, lo cual prueba que es verdadero.
Le prometí leer el libro, con lo cual el cuáquero creyó que me había convertido.
Luego, con unas pocas palabras, me explicó la razón de algunas singularidades de su secta, que la exponen al deprecio ajeno.
[El texto pertenece a la edición en español de Alba Libros, 1998, pp. 26-29. ISBN: 84-89592-46-2.]
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