Capítulo 5: La oveja y su madeja
«-¡Vaya! -dijo Alicia-. Parece que el cuervo se ha marchado, y la verdad es que me alegro...
-¡Ay! -dijo la Reina, lanzando un nuevo suspiro-. ¡Ojalá yo también me pudiera alegrar, pero la verdad es que se me ha olvidado cómo...! ¿Cómo se alegra uno? ¡Se me han olvidado las instrucciones! ¡Dichosa tú, que vives en este bosque y puedes alegrarte cuando quieres!
-¡Si no fuera porque me encuentro tan sola! -dijo Alicia en tono melancólico; y, al pensar en su soledad, dos grandes lagrimones rodaron por sus mejillas...
-¡Niña, no te pongas así! -gritaba, desesperadamente, la pobre Reina, retorciéndose las manos-. Piensa que eres una niña estupenda..., piensa en lo mucho que has avanzado hoy..., piensa en la hora que es... ¡Piensa en lo que quieras, pero no llores!
Ante aquellas palabras de la Reina, Alicia no sabía si reír o llorar.
-¡Ya veo que usted todo lo arregla pensando!
-¡Pues claro que sí! -dijo la Reina-. ¡O lloras o piensas: no se pueden hacer las dos cosas a la vez! Yo prefiero pensar... Vamos a ver, pensemos en tu edad... ¿Cuántos años tienes?
-Tengo exactamente siete años y medio.
-Sobra lo de "exactamente" -contestó la Reina-. Para ser "exactos" hay que hablar con exactitud... Yo, por ejemplo, tengo ciento un años, cinco meses y un día.
-¡No me lo puedo creer! -repuso Alicia.
-¿De veras no puedes? -le dijo la Reina en tono compasivo-. ¡Anda, inténtalo, haz un esfuerzo y prueba de nuevo!
-¡No se arregla nada con probar! -exclamó Alicia, divertida-. ¡Las cosas imposibles no pueden creerse, por más que uno pruebe!
-¿Tú crees? ¡Será porque no lo has intentado! -dijo la Reina-. ¡Cuando yo tenía tu edad, me pasaba media hora al día probándolo! ¡Y había días que, antes de desayunar, ya me había creído por lo menos seis cosas imposibles! ¡Cuidado, allá va mi mantón!
El broche se le había soltado de nuevo y una ráfaga de viento le había arrebatado el mantón... La Reina, abriendo los brazos, salió volando tras él hasta darle alcance al otro lado de un pequeño arroyo.
-¡Ya lo tengo! -le gritó triunfante a Alicia-. ¡Verás cómo ahora me lo pongo sin ayuda de nadie!
-En ese caso, espero que su dedo esté mejor -le dijo Alicia muy cortésmente, mientras cruzaba el río en pos de la Reina.
-¡Mejor, mucho mejor! -le gritó la Reina, y su voz se elevó hasta convertirse en un chillido, mientras repetía-: ¡Mucho meejor! ¡Meeeejor! ¡Meeejor! ¡Meeeee!
Alicia miró de nuevo a la Reina y pudo observar que su mantón se había convertido en una gruesa capa de lana que la envolvía. Alicia no podía dar crédito a sus ojos por más que se los restregara... No tenía la menor idea de lo que había ocurrido, pero... ¿no era aquello una tienda? Y la persona que la atendía detrás del mostrador, ¿no era acaso una oveja? Por más que abría y cerraba los ojos no podía dejar de constatar que se encontraba, efectivamente, en una pequeña tienda, y se apoyaba con los brazos en el mostrador, y que la persona que tenía enfrente era una vieja oveja, que hacía punto sentada en un sillón, observándola de vez en cuando a través de sus grandes anteojos.
-¿Qué deseas, niña? -le preguntó la Oveja al fin, levantando la vista de la labor por un momento.
-Todavía no lo sé -le contestó Alicia con mucha cortesía-. ¿Le importaría que echara antes un vistazo a mi alrededor?
-Puedes mirar hacia adelante o hacia los lados -le dijo la Oveja-. Pero mirar alrededor... ¡eso es imposible! A no ser que tengas ojos en la nuca.
La tienda, desde luego, parecía estar repleta de los objetos más extraños... Pero lo más curioso era que, al mirarlos, parecían desaparecer de la vista. Si su mirada se posaba en una determinada estantería, ésta se quedaba de repente vacía, aunque las que había a su alrededor estuvieran atiborradas de cosas...
-Aquí lo que no corre, vuela -se decía Alicia, después de pasarse varios minutos tratando de alcanzar un objeto grande y brillante, que lo mismo podía ser una muñeca que un costurero, y que siempre parecía estar un estante más arriba del que estaba examinando-. ¡Este chisme me está poniendo negra! ¡No hay forma de cazarlo! Pero se me ocurre una idea -añadió, repentinamente iluminada-. Voy a seguirlo de estante en estante hasta el más alto... ¡Veremos cómo se las arregla para atravesar el techo!
Pero se las arregló... ¡vaya que si se las arregló! El objeto se coló por el techo, como si fuera la cosa más natural del mundo...
-¿Tú qué eres, una niña o una peonza? -le preguntó la Oveja mientras se armaba con un nuevo par de agujas-. ¡Me vas a marear, si sigues dando vueltas!
La Oveja estaba tejiendo con catorce pares de agujas, y Alicia la miraba asombrada.
-¿Cómo se las arreglará para tejer con tantas agujas a la vez? -se decía la niña-. ¡Con tanta aguja está empezando a parecerse un erizo!
-¿Sabes remar? -le preguntó la Oveja, mientras le ofrecía a la niña un par de agujas.
-Pues sí... algo..., ¡pero nunca lo he probado en tierra firme y con un par de agujas! -comenzó a decir Alicia; pero, al instante, las agujas se transformaron en remos y la niña vio que se encontraban en una barquita que se deslizaba por el río entre dos verdes riberas... ¡así que no le quedaba más remedio que empuñar los remos como mejor sabía!»
[El texto pertenece a la edición en español de Grupo Editorial Luis Vives, 2017, en traducción de Ramón Buckley. ISBN: 978-84-140-1030-3.]
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