jueves, 3 de septiembre de 2020

Y enseguida anochece y otros poemas.- Salvatore Quasimodo (1901-1968)

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Y enseguida anochece [ de Y enseguida anochece]

 «Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y enseguida anochece.

Hombre de mi tiempo [ de Día tras día]

  Todavía eres el de la piedra y la honda, / hombre de mi tiempo. Estabas en la carlinga,
con las alas malignas, los cuadrantes de muerte, / -te he visto- en el carro de fuego, en las horcas,
en los potros de tortura. Te he visto: eras tú, / con tu ciencia exacta dispuesta al exterminio,
sin amor, sin Cristo. Has matado de nuevo, / como siempre, como mataron los padres, como mataron
los animales que te vieron por primera vez. / Y esta sangre huele como el día
en que el hermano dijo al hermano: / "Vamos a los campos". Y aquel eco frío, tenaz,
ha llegado hasta ti, a tu jornada. / Olvidad, oh, hijos, las nubes de sangre
que se elevaron de la tierra, olvidad a los padres: / sus tumbas se hunden en las cenizas,
los pájaros negros, el viento, cubren su corazón. 
 
Carta a la madre [ de La vida no es sueño]

  Mater dulcissima, desciende la niebla, / el Naviglio choca confusamente con los muelles,
los árboles se hinchan de agua, arden de nieve; / no estoy triste en el Norte; no estoy
en paz conmigo mismo, mas no aguardo / perdón de nadie, muchos me deben lágrimas
de hombre a hombre. Sé que no estás bien, que vives, / como todas las madres de los poetas, pobre
y con escasa provisión de amor / a causa de los hijos lejanos. Hoy soy yo
quien te escribe. Por fin -dirás- un par de líneas / de aquel muchacho que huyó de noche con una capa corta
y algunos versos en el bolsillo. Pobre, tan impulsivo, / lo matarán un día en algún sitio.
Claro, lo recuerdo, fue en aquel muelle gris / de trenes lentos que llevaban almendras y naranjas
a la desembocadura del Imera, el río lleno de urracas, / de sal, de eucaliptos. Mas ahora te agradezco,
deseo hacerlo, la ironía que has puesto / en mis labios, apacible como la tuya.
Esa sonrisa me ha salvado de llantos y dolores. / Y no importa si ahora vierto alguna lágrima por ti,
por todos aquéllos que como tú esperan / y no saben qué. Ah, amable muerte,
no toques el reloj que late en la pared de la cocina, / toda mi infancia pasó sobre el esmalte
de su cuadrante, sobre aquellas flores pintadas: / no toques las manos, el corazón de los viejos.
¿Pero acaso alguien responde? Oh, muerte de piedad, / muerte de pudor. Adiós, querida, adiós, mi dulcissima mater.
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La tierra incomparable [de La tierra incomparable]

 Hace tiempo que te debo palabras de amor: / o tal vez sean las que cada día
huyen deprisa apenas pronunciadas / y la memoria las teme, que transforma
los signos inevitables en diálogo / enemigo enconado del alma. Tal vez
el rumor de la mente no deja oír / mis palabras de amor o el miedo
al eco arbitrario que desenfoca / la imagen más débil de un sonido
afectuoso: o tocan la invisible / ironía, su naturaleza de hoz
o mi vida ya cercada, amor. / O tal vez sea el color que las deslumbra
si chocan con la luz / del tiempo que vendrá a ti cuando el mío
no pueda ya llamar amor oscuro / amor ya llorando
la belleza, la ruptura impetuosa / con la tierra incomparable, amor.

Tengo flores y de noche invito a los álamos [de Dar y tener]

  Mi sombra está en otra pared / de hospital. Tengo flores y de noche
invito a los álamos y los plátanos del parque, / árboles de hojas caídas, no amarillas,
casi blancas. Las monjas irlandesas / no hablan nunca de muerte, parecen
movidas por el viento, no se asombran / de ser jóvenes y amables: un voto
que se libera en las plegarias ásperas. / Tengo la sensación de ser un emigrante
que vela envuelto en su manta, / tranquilo, en el suelo. Acaso siempre muero.
Pero escucho con gusto las palabras de la vida / que no he entendido nunca, me detengo
en largas hipótesis. Seguro que no podré huir; / seré fiel a la vida y a la muerte
en cuerpo y en espíritu / en toda dirección prevista, visible.
A ratos algo me rebasa / con ligereza, un tiempo paciente,
la absurda diferencia que media / entre la muerte y el espejismo
del latir del corazón.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1983, en traducción de Carlo Frabetti. ISBN: 84-7530-738-X.]

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