Nuestra educación
«Para Isidro Archidona.
Nos encontramos
hace pocos días tras una ausencia de diez años.
—¿Y que te haces?
—Me voy a Prusia,
allá me envían mis jefes para aprender el alemán.
—¿Y qué te has
hecho hasta ahora?
—Pues, chico, el
ganso. Al terminar el bachillerato me gradué en Filosofía y Letras. He vivido
siete años dando lecciones en colegios particulares... y ganando veinte duros mensuales.
Hará cosa de un año me acordé de que hablaba el francés, no porque me lo hubieran
enseñado en el Instituto, sino por aprenderlo de niño. Me ocupé en escribir cartas
de comercio, complací a mis principales.... y el resto ya lo sabes.... pasado
manana tomo el tren para Berlín.
¿No es verdad,
Archidona? Hemos hablado de él algunas veces, al evocar recuerdos de mis compañeros de Instituto. Era uno de los discípulos más
aplicados y de los más listos. Obtenía sobresaliente en todas las asignaturas. Siendo
casi un niño versificaba con facilidad, leía con primor, hablaba con
elocuencia. Profesores y condiscípulos nos decíamos, no sin cierta envidia:
!hará carrera!
Y, efectivamente,
se hizo licenciado, ya lo sabes.... y le ha servido su hoja de estudios para
tener que desandar lo andado.... tras diez años perdidos día por día, en una
vida de aburrimiento y de miseria.
¿Te explicas mi odio contra los ateneos y las
universidades, contra los títulos académicos y contra esas poblaciones del
interior de España que no ofrecen a la juventud otra salida, que la de
embrutecerla con el latín y el griego y el hebreo y la historia de los godos y
el derecho canónico y la retórica de Hermosilla y los silogismos —lógica
corriente entre los perros— de la metafísica?
Pues bien; el caso
de ese chico no es un ejemplo aislado. Se trata al fin y al cabo de un muchacho
duro y animoso. Ha perdido su juventud. Es cierto. Pero parece decidido a
desquitarse en la virilidad. Mucho me engaño si antes de otro lustro, para
cuando se haya desvanecido la profunda tristeza que dejan en nosotros los años
vacíos, los años de hueras ilusiones, no ha recobrado la fe en el porvenir y en
el esfuerzo propio y con la fe en las cosas y en sí mismo, la alegre aceptación
de la existencia, el “sí” a la vida de los niños sanos.
!Los dignos de lástima
son todos aquellos compañeros míos para los cuales llegarían retrasados los
propósitos de enmienda!
Allá, de tarde en
tarde, oigo noticias de su estado. El uno da lecciones particulares.... con 75
pesetas al trimestre. El otro es abogado.... en espera de clientes. Aquel es médico
de pueblo... con 1.000 pesetas al año, pagadas en centeno. Este, cura, con 7
reales diarios. Fulano, escribiente de un notario. Mengano me pide una
recomendación con mucha urgencia, “aunque sea para guardia municipal”. A Zutano
le encontré en la esquina de Fornos; llevaba cuatro horas esperando a Perengano,
para pedirle cuarenta céntimos. Perengano, el más dichoso de cuantos nos
hicimos bachilleres en l897, !guapo chico!, logró casarse con una mujer rica;
si se retira después de media noche no fuma en dos semanas... !a esto se llama
lograr un buen partido!
Los condiscípulos
de familias acaudaladas vegetan ociosa y tristemente, procurando ajustar a sus
rentas los vicios que se han creado. Ninguno ha acrecentado su fortuna. El que no
se ha comido su herencia está con el alma en un hilo, !como no se paguen los
cupones de las Cubas tendrá que dedicarse a llevar baúles!
En resumen: una
juventud frustrada !perdida sin remedio! He de hacer dos excepciones. Una, la
de un muchacho que dejó la carrera para irse a Cuba a fabricar aguardientes. A
pesar de la guerra se ha enriquecido. Otra, la de un amigo que aprendió en
Inglaterra a hacer zapatos y hoy posee un magnífico almacén de calzado.
Los demás ni han
sabido ganarse la vida con sus latines... ni valdrían para ganársela si hoy se les ocurriera cambiar de camino. El acarreo
bachilleresco les ha inutilizado para siempre. !Son víctimas definitivas de la corbata que les cubre
la camisa!
¿Hablas de mí, Archidona, cuando sostienes que
se puede vivir de las letras? ¿Crees, acaso, que yo he podido pasarlo
decentemente con la pluma mientras no he olvidado la definición de una sinécdoque
y la cronología de los reyes de Castilla?
¡Gracias a que en
mis correrías por la vida he aprendido a contemplar los hechos cara a cara, sin que se esfume la visión en nociones librescas,
he logrado infundir a mi pensamiento un cierto grado de originalidad y valentía!
La vida y no los textos son los que me permiten estar contento del presente y
esperanzado respecto de lo futuro.
¿Verdad, Archidona, que nuestros hijos no sabrán conjugar el fero,
tuli, latum, ni quien fue Recaredo, pero, en cambio, se formarán al aire libre,
en el trabajo, serán hombres, y, a ser posible, hombres de presa y
de botín?
[…]
Parálisis progresiva
De parálisis progresiva califica
El Liberal la enfermedad que padece España, y presiente para lo futuro
una convulsión o una parálisis definitiva.
Parálisis.... Nos
place la palabra. No de otra suerte puede calificarse ese amortiguamiento continuado
de la vida colectiva nacional, que ha disuelto virtualmente en veinte años los
partidos políticos, haciendo de sus programas entretenido juego de caciques.
Parálisis.... Así
se explica la espantosa indiferencia del país hacia los negocios públicos.... la
abstención del cuerpo electoral... el desprecio de los lectores de periódicos
hacia el artículo político.... la sola lectura del telegrama y de la gacetilla,
como si roto el cordón umbilical entre la nación y el ciudadano, cuantos
fenómenos afecten a aquella no interesaran a éste de otro modo que la ficticia trama de
una comedia al público de un teatro.
Parálisis
intelectual reflejada en las librerías atestadas de volúmenes sin salida, en
las cátedras regentadas por ignaros profesores interinos, en
los periódicos vacíos de ideas y repletos de frases hechas, escritos por el hampa social
que lanza al arroyo la lucha por la vida, en los teatros, donde sólo las
estulticias del género chico atraen a un público, incapaz de saborear la
profundidad de un pensamiento...., ¡parálisis bien simbolizada por esa
Biblioteca Nacional en donde sólo encontré ayer a un anciano tomando notas de un
libro de cocina de Ángel Muro!
Parálisis moral,
evidenciada en esos abonos increíbles para las corridas de toros; parálisis moral
que inventa, en tanto se extiende el hambre en las comarcas andaluzas y doscientos mil hermanos nuestros mueren de anemia en
climas tropicales, los cigarrillos del Khedive de 2, 3 y 5 pesetas cajetilla, para que
encuentren modo de gastarse sus rentas los accionistas de la Trasatlántica y
del Banco.
Parálisis
imaginativa, que ha dado al traste con los entusiasmos y los ensueños de la raza.
Y para esperanza
de curación una juventud universitaria, sin ideas, sin pena ni gloria, tan bien adaptada a este ambiente de profunda depresión,
que no parece sino que su alma está en el Limbo; ni siente, ni padece.
Pero no tema El
Liberal que tan penosa enfermedad se desenlace en horribles convulsiones. Son
ya tan hondos sus progresos que se ha llevado, no tan sólo la esperanza, sino hasta
el deseo de curar.
España prefiere su
carrito de paralítica, llevado atrás y adelante por el vaivén de los sucesos
ciegos, al rudo trabajo de rehacer su voluntad y enderezarse.
Para serla
agradable, no turbemos su egoísmo de enferma con vanos reproches y aunque la
enfermedad acrezca... ¡silencio!... ni una palabra.
Dejémosla dormir;
dejémosla morir.
Cuando apunte otra
España nueva, ¡enterremos alegremente a la que hoy agoniza!»
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