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"-¿Qué
sabe de su padre?
-Es de un pueblo muy pobre del Piamonte,
Larina, a unos treinta kilómetros de Vercelli. Allí, en la montaña, donde hay
mucha pobreza, la mayoría de los jóvenes emigran y mi padre hizo lo mismo a los
catorce o quince años. Vino a Francia con un equipo que cavó un túnel, no sé
cuál, en la región de Limoges; luego se trasladó a otros lugares a cavar más
túneles...
Era difícil hablar de Angelo Falcone, al que
en Saint-Justin todo el mundo llamaba Angelo, porque no era en absoluto un
hombre corriente.
-Viajó mucho por Francia, de norte a sur y de
este a oeste, y acabó por instalarse en La Boisselle.
En
los recuerdos de Tony, ése seguía siendo un lugar sorprendente. Antaño, La
Boisselle, a dos kilómetros y medio de Saint-Justin, había sido un convento
edificado en el solar de una antigua fortaleza, con las piedras del castillo, y
aún se veían trechos de los antiguos muros invadidos por las malas hierbas,
fosos llenos de agua estancada en los que él había pescado ranas.
Sin duda, los monjes se dedicaban a la agricultura,
porque, enmarcando el patio mayor, quedaban edificios de todas clases, cuadras,
talleres, bodegas. La mayor parte la
ocupaban los Coutant, que poseían una decena de vacas, corderos, dos caballos
de labranza, un cabrito viejo que mascaba tabaco. Los edificios que aún eran
habitables y que no necesitaban los alquilaban.
Aquello constituía una pequeña y abigarrada colonia que incluía, además
de los Falcone, a una familia checa y a otra venida de Alsacia con ocho hijos.
-Cuando usted nació, su padre ya era mayor.
-Tenía cuarenta y tres o cuarenta y cuatro
años cuando viajó a su pueblo del Piamonte del que se trajo a mi madre.
-Si no he entendido mal, ¿decidió que había
llegado la hora de casarse y fue a buscar una mujer a su tierra natal?
-Creo que así fue.
Su
madre se llamaba de soltera Maria Passaris, y a su llegada a Francia tenía
veintidós años.
-¿Hacían buena pareja?
-Nunca les oí discutir.
-¿Su padre seguía trabajando como albañil?
-No sabía hacer otra cosa y nunca se le
ocurrió cambiar de oficio.
-Usted nació primero, y luego, al cabo de tres
años, su hermano Vincent.
-Y
luego mi hermana Angelina.
-¿Vive en Saint-Justin?
-Ha muerto.
-¿A una edad temprana?
-A
los seis meses. Mi madre había ido a Triant, no sé por qué. Antes de venir a
Francia nunca había salido de su pueblo. Aquí, en un país cuya lengua no
hablaba, apenas salía de casa. Ese día, en Triant, se supone que se equivocó de
puerta y que bajó del tren a la vía. Un expreso las arrolló, a ella y al bebé
que llevaba en brazos.
-¿Qué edad tenía usted?
-Siete años. Mi hermano tenía cuatro.
-¿Fue su padre quien les educó?
-Sí. Al volver del trabajo cocinaba y limpiaba
la casa. Antes no le conocía lo bastante para saber si el accidente le cambió.
-¿Qué
quiere decir?
-Ya lo sabe. ¿No me lo ha preguntado ya?
Tony se ponía agresivo.
-Sí.
-¿Usted qué cree? ¿La gente de aquí tiene
razón? ¿Es mi padre un perturbado?
En
Saint-Justin no decían perturbado. Decían simple. En cuanto a Bigot, incómodo,
prefería responder sólo con un gesto vago.
-No sé si ha sacado usted algo en claro de él.
Durante años mi hermano y yo sólo le oímos hablar cuando era indispensable. A
los setenta y ocho, vive solo en la casa donde nacimos y sigue efectuando, aquí
y allá, pequeños trabajos de albañilería. Se niega a instalarse en mi casa o en
la de Vincent. Su única distracción es construir un pueblo en miniatura en su
jardincillo. Lo empezó hace veinte años. La iglesia mide menos de un metro pero
no le falta detalle. Se ve el hostal, el ayuntamiento, un puente sobre un
torrente, un molino de agua, y cada año añade una o dos casas nuevas. Creo que
es una reproducción exacta de Larina, su pueblo y el de mi madre.
No
revelaba lo que pensaba. Su padre era un ser fallido, de inteligencia limitada
que, hasta pasados los cuarenta, se había acomodado a su soledad. Tony
comprendía bastante bien su viaje a Larina para buscar mujer".
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