sábado, 31 de octubre de 2020

La filosofía del presente.- George Herbert Mead (1863-1931)

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Ensayos suplementarios
V.-La génesis del sí-mismo y el control social

  «Justamente esto es lo que implica "autoconciencia". Aparecemos como sí-mismos en nuestra conducta en la medida en que adoptamos nosotros mismos la actitud que los otros adoptan hacia nosotros en esas actividades correlativas. Quizás una ilustración de esto, buena entre las que puedan encontrarse, sea un "derecho". Suponemos que todos los miembros de la comunidad asienten a la hora de proteger nuestras vidas o la propiedad. Adoptamos el rol de lo que puede llamarse el "otro generalizado" (generalized other). Y al hacerlo, aparecemos como objetos sociales, como sí-mismos. Es interesante notar que en el desarrollo individual del niño se dan dos etapas que son representativas de los dos pasos esenciales en el proceso de alcanzar la autoconciencia. Si aceptamos esa distinción, la primera etapa sería la del "juego" (play), y la segunda, la del "juego organizado" (game). En el juego, en este sentido que lo tomamos ahora, el niño actúa continuamente como padre, maestro, predicador, charcutero, policía, pirata o indio. Es el período de la existencia infantil que Wordsword ha descrito como el de la "imitación sin fin" (endless imitation). Es el período de los juegos del Kindergarten de Froebel. En este período, como reconoció Froebel, el niño está adquiriendo los papeles de quienes pertenecen a su sociedad. Esto ocurre porque el niño está continuamente excitando en sí mismo las respuestas a sus propios actos sociales. Por su propia situación infantil de dependencia de las respuestas de los otros a sus propios estímulos sociales, es peculiarmente sensible a esta relación. Teniendo en su propia naturaleza el comienzo de la respuesta paterna, la suscita por medio de sus llamadas. El tipo universal de todo ello es la muñeca; pero antes de que juegue con su muñeca, el niño ya responde con el tono de voz y la actitud con que sus padres responden a sus propios gritos y gorjeos. Se ha llamado a eso imitación, pero el psicólogo reconoce ahora que uno solamente imita en la medida en que el llamado acto imitado puede suscitarse en el propio individuo mediante la estimulación apropiada. Es decir, uno suscita o tiende a suscitar en sí mismo la misma respuesta que suscita en el otro.
 El juego antecede al juego organizado. Porque en el juego organizado hay un procedimiento regulado y reglas. El niño debe no sólo adoptar el rol  del otro, como lo hace en el juego, sino que debe asumir los varios roles de todos los partícipes en el juego organizado y gobernar su acción en consecuencia. Si juega en la primera base, es alguien a quien se arrojará la bola, ya sea desde el campo o desde el "catcher". Él mismo, al jugar en las diferentes posiciones, ha integrado en un todo las reacciones organizadas de los demás hacia él, y esta reacción organizada se convierte en lo que he llamado el "otro generalizado", que acompaña y controla su conducta. La presencia de este otro generalizado en su experiencia es lo que le proporciona un sí-mismo. Sólo puede hacer aquí una mera referencia a la relación de ese juego infantil con la llamada "magia simpatizante". Los hombres primitivos invocan en su propia actividad cierto simulacro de la respuesta que buscan del mundo circundante. Son niños gritando en la noche.
Resultado de imagen de george herbert mead la filosofia del presente  El mecanismo que lo hace posible exige que el individuo que está estimulando a otros para una respuesta esté, al mismo tiempo, originando en él mismo las tendencias para esas mismas reacciones. Ahora bien, aquello que en el acto complejo sirve a otro individuo como estímulo para su respuesta no es por regla general apropiado para suscitar la misma respuesta en el propio individuo. Presumiblemente, el ademán hostil de un animal no asusta al propio animal. En especial, en las complejas reacciones sociales de las hormigas o de las termitas o de las abejas, difícilmente puede concebirse que la parte del acto de una forma que suscita la reacción apropiada de otra esté originando una reacción similar en la forma en cuestión, puesto que aquí el complejo acto social depende de la diferenciación psicológica y existe tal desemejanza de estructura, que el mismo estímulo no puede suscitar respuestas semejantes. Para un mecanismo como el que se ha sugerido, es necesario, primero de todo, encontrar en la conducta social de los miembros de un auténtico grupo, algún estímulo que suscite, en el individuo responsable del mismo, la misma respuesta que suscita en el otro; y en segundo lugar, que los individuos del grupo deben tener una estructura semejante, de modo que el estímulo tendrá para una forma el mismo valor que tiene para la otra. Ese tipo de estímulo social puede encontrarse dentro de la sociedad humana en el gesto vocal. Uso el término "gesto vocal" para referirme a aquella actitud o parte del acto de un individuo ligado a un acto social, que sirve como estímulo para que otro individuo realice la parte que le corresponde en el acto completo. Ejemplos de gestos definidos de esta manera pueden encontrarse en las actitudes y movimientos de otros a los que respondemos al sobrepasarlos en medio de una multitud; en el giro de la cabeza hacia la mirada del ojo ajeno; en la actitud hostil adoptada frente a un gesto amenazador; en las mil y una diferentes actitudes que adoptamos hacia diferentes modulaciones de la voz humana; o en las actitudes y amagos de los movimientos entre boxeadores y luchadores, con respecto a las que están siempre tan finamente ajustadas las respuestas. Hay que reparar en que las actitudes a las que me he referido no son sino etapas del acto tal como aparecen entre otros, e incluyen expresiones del propio semblante, posiciones del cuerpo, cambios en el ritmo de la respiración, evidencias externas de los cambios circulatorios y sonidos vocales. […] Lo que nos interesa es encontrar gestos que puedan afectar al individuo responsable de ellos de la misma manera que afectan a otros individuos. El gesto vocal es, cuanto menos, un gesto que asalta los oídos de quienes los realizamos de la misma manera fisiológica que afecta a otros. Oímos nuestros propios gestos vocales como los oyen los otros.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español del Centro de Investigaciones Sociológicas, 2008, en edición a cargo de Ignacio Sánchez de la Yncera, pp. 368-370. ISBN: 978-84-340-1821-1.]
 

viernes, 30 de octubre de 2020

Poesía.- François Villon (1431-1463)


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III.-Poesías diversas

II.-Balada (de los proverbios)

 «Tanto se rasca la cabra, que se daña; / tanto va el cántaro a la fuente, que se rompe;
tanto se calienta el hierro, que se pone al rojo, / tanto se golpea, que se parte;
tanto vale el hombre cuanto se le precia, / tanto se aleja, que lo olvidan,
tan malo es, que se le desprecia, / tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.
 
 Tanto habla uno, que se contradice; / tanto vale buena fama como un favor conseguido;
tanto promete uno, que se desdice; / tanto se suplica, que la cosa se adquiere,
tanto es más querida cuanto es más buscada, / tanto se busca que se encuentra,
tanto es más frecuente cuanto menos deseada, / tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.
 
 Tanto se quiere al perro, que se le da de comer; / tanto corre la canción, que la aprenden;
tanto se guarda la fruta, que se pudre; / tanto se hostiga una plaza, que es conquistada;
tanto se tarda, que fracasa la empresa; / tanto se precipita, que sobreviene un mal;
tanto se aprieta que cae la presa, / tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.
 
 Tanto se bromea, que ya no se causa risa; / tanto se gasta, que no se tiene camisa;
tanto es uno generoso, que todo se lo gasta; / tanto vale toma, como una cosa prometida;
tanto se ama a Dios, que se sigue a la Iglesia; / tanto se da, que conviene pedir prestado;
tanto se vuelve el viento, que se hace cierzo; / tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.
 
 Príncipe, tanto vive loco, que sana, / tanto va, que al fin vuelve,
tanto se le golpea que muda de parecer, / tanto se invoca la Navidad, que al fin llega. 

III.-Balada (de las cosas sin importancia)

 Reconozco sin dificultad las moscas en la leche; / reconozco al hombre por el vestido;
reconozco el buen tiempo y el malo; / reconozco la manzana en el manzano;
reconozco el árbol al ver la resina; / conozco cuándo es todo igual;
conozco quién trabaja o descansa; / conozco todo, excepto a mí mismo.
 
 Reconozco el jubón por el cuello; / reconozco al monje por el hábito;
reconozco al señor por el vasallo; / reconozco por el velo a la monja;
reconozco cuándo un tramposo habla en su jerga; / reconozco al loco alimentado de nata;
reconozco el vino por el tonel; / conozco todo, excepto a mí mismo.
 
 Conozco al caballo y a la mula, / conozco su carga y su fardo;
conozco a Beatriz y a Isabelita; / conozco la ficha que se cuenta y suma;
reconozco la visión y el sueño; / conozco el pecado de los bohemios;
conozco el poder de Roma; / conozco todo, excepto a mí mismo. 
 
 Príncipe, en definitiva, lo conozco todo; / conozco a los de buen color y a los pálidos;
conozco a la Muerte que todo lo consume, / conozco todo, excepto a mí mismo.
[…]
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VII.-Balada de Villon (del concurso de Blois)

 Estoy muriendo de sed junto a la fuente; / caliente como fuego, tirito de frío;
en mi país estoy en tierra lejana; / junto a un brasero tiemblo, aunque ardo;
desnudo como un gusano, vestido como presidente, / río entre llanto y espero sin esperanza;
me reconforto en triste desesperación; / me divierto y no hallo ningún gozo;
soy poderoso sin fuerza ni poder; / bien acogido, de todos rechazado.

 Nada me resulta seguro, sino lo incierto; / ni oscuro, sino lo que es muy evidente;
no tengo dudas, salvo en cosa cierta; / considero la ciencia como accidente repentino;
todo lo gano y sigo siendo el perdedor; / al amanecer digo: "Dios os dé buena noche".
Tumbado de espaldas, tengo miedo de caer; / tengo riqueza y no poseo nada;
espero una herencia y no soy heredero de nadie; / bien acogido, de todos rechazado.

 Nada me preocupa y pongo mi esfuerzo / en adquirir bienes que no me interesan;
quien mejores palabras me dice, es quien más me hiere, / y quien más me dice la verdad, más me engaña;
mi amigo es quien me hace saber / de un cisne blanco que es un cuervo negro;
y quien me hace daño, creo que me ayuda; / mentira, verdad, hoy me es todo uno;
lo recuerdo todo, no sé expresar nada; / bien acogido, de todos rechazado.

 ¡Príncipe clemente! Plúgaos saber ahora / que oigo mucho y no tengo sentido ni conocimiento:
soy de una facción y me someto a todas las leyes. / ¿Qué más sé? ¿Qué? Recuperar mis bienes,
bien acogido, de todos rechazado.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1982, en traducción de Carlos Alvar, pp. 108-110 y 112-113. ISBN: 84-7530-117-7.]
 

jueves, 29 de octubre de 2020

El euro.- Joseph E. Stiglitz (1943)

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Epílogo: El brexit y sus consecuencias
El gran experimento

  «Hace treinta años los banqueros y otros miembros de la élite hicieron otras promesas implícitas muy distintas, bastante similares a las de la época de la fundación del euro. La globalización, la financiarización, la integración económica, la rebaja de los tipos fiscales a las empresas y a las personas, y la liberalización iban a crear un nuevo orden económico. Los tipos más bajos serían un incentivo; la liberalización sería el motor. Los dos factores juntos producirían un estallido de energía económica beneficioso para todos. Quizás habría más desigualdad, sí, pero obsesionarse con ello era rendirse a la envidia. Si a todo el mundo le iba mejor, si el pastel económico era más grande en general, ¿quién iba a quejarse de que a unos les fuera mejor que a otros, sobre todo si a los que mejor les iba eran los creadores de empleo, los innovadores, la fuente de la mejora del nivel de vida para todos los demás?
 La única parte de este relato que resultó acertada fue que las "reformas" engendraron más desigualdad, incluso más de lo que temían los críticos más feroces. Pero el crecimiento se frenó y el resultado fue el estancamiento económico y una mayor inseguridad para grandes segmentos de la sociedad; en Estados Unidos, para el 90 por ciento. Los países europeos, en su mayoría (salvo Escandinavia), no fueron muy a la zaga.
 El Reino Unido podía enorgullecerse de tener menos paro que el resto de Europa, un 5 por ciento frente al 8,7 por ciento (y 10,2 por ciento en la eurozona) en marzo de 2016. Sin embargo, para quienes no tienen trabajo o perspectiva de tenerlo las estadísticas son magro consuelo. Y a los que tenían trabajo tampoco les iba especialmente bien: los salarios y la productividad estaban estancados y la amenaza constante de recortes en la red de protección social de la que tantos dependían hacía que se sintieran más vulnerables.
 A ambos lados del Atlántico, muchos en la izquierda aceptaron varias ideas neoliberales. La crítica que hacían a la derecha era que tenían el corazón insensible. Se volvió cada vez más difícil distinguir entre los conservadores compasivos y la "nueva izquierda". Bill Clinton en Estados Unidos, Tony Blair en el Reino Unido y Gerhard Schroeder en Alemania introdujeron reformas que la derecha llevaba décadas intentando hacer. En Estados Unidos, por ejemplo, Clinton redujo el tipo fiscal sobre las ganancias de capital -la principal fuente de ingresos para los muy ricos- y emprendió una liberalización masiva del mercado financiero. En el Reino Unido, Blair y Gordon Brown, su sucesor, hablaron de una regulación "ligera", un término casi tan contradictorio como el de "autorregulación". Todos rivalizaron por ver quién eliminaba más reglas; al final, los bancos fueron los grandes vencedores, y nuestras sociedades, las grandes perdedoras.
 Todos estos líderes impulsaron acuerdos comerciales; unos acuerdos que no sólo supusieron la rebaja de aranceles, sino que también reforzaron los derechos de propiedad intelectual, garantizaron la liberalización y la integración de los mercados financieros, y promovieron los intereses empresariales de otras maneras, por ejemplo haciendo que fuera más difícil hacer respetar las normas medioambientales, sanitarias y económicas.
Resultado de imagen de joseph stiglitz el euro La nueva política tenía algo muy extraño. Las élites, tanto de la derecha como de la izquierda, parecían haber alcanzado un amplio consenso sobre muchos de los principios del orden económico. Había discrepancias a propósito de detalles, por supuesto. A la izquierda, por ejemplo, le preocupaba más el medioambiente, y por lo menos hablaba de justicia social y derechos humanos. Pero el centro derecha y la "nueva izquierda" apoyaban una lista de prioridades económicas entre las que figuraban la liberalización y la desregulación, la globalización y la bajada de impuestos (aunque nunca tanto como le habría gustado a la derecha). En macroeconomía eso suponía luchar contra la inflación y mantener el equilibrio presupuestario. En Europa el centro del nuevo consenso fue el impulso del proyecto europeo, y eso en la mayor parte de la Unión quería decir "el euro". Sin embargo, ese consenso entre el centro izquierda y el centro derecha, ese orden económico y político, no estaba beneficiando a la mayoría de los ciudadanos, ni en Estados Unidos ni en Europa.
   La crisis financiera y económica de 2008 pudo tener quizá un papel fundamental a la hora de precipitar la crisis política actual. Los políticos que habían prometido cambios no cumplieron lo que se esperaba. Los ciudadanos sabían que el sistema era injusto y estaba manipulado, pero tras la crisis y la desigual "recuperación" les pareció aún más injusto, más manipulado de lo que podían imaginar, y perdieron la escasa confianza que tenían en que el proceso político pudiera corregirlo, de modo que votaron a políticos que prometían rectificar la situación. Barack Obama hizo campaña con el lema de "Un cambio en el que puedes creer". Aunque sí cumplió sus promesas en ciertas áreas -logró introducir una reforma sanitaria que los demócratas trataban de implantar desde hacía décadas-, en ciertas áreas económicas que eran cruciales para el bienestar de los ciudadanos, por alguna razón, no lo consiguió. No es extraño: los nuevos políticos -en Estados Unidos, Reino Unido y otros países-, en gran parte, respondían al mismo tipo y servían a la misma ideología y los mismos intereses especiales que los que habían prometido que la globalización iba a beneficiar a todos.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House Grupo Editorial, 2017, en traducción de Inga Pellisa y María Luisa Rodríguez Tapia, pp. 342-344. ISBN: 978-84-663-4158-5.]
 

miércoles, 28 de octubre de 2020

Ébano.- Ryszard Kapuscinski (1932-2007)

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El pozo

  «Los somalíes constituyen un solo pueblo de varios millones de habitantes. Tienen lengua, historia y cultura comunes. Al igual que territorio. Y la misma religión: el islam. Una cuarta parte de esta comunidad vive en el sur y se dedica a la agricultura, cultivando sorgo, maíz, fríjoles y plátanos. Pero la mayoría se compone de nómadas, propietarios de rebaños. Precisamente me hallo ahora entre ellos, en un vasto territorio semidesértico, allá por entre Berbera  y Las Anod. Los somalíes se dividen en varios clanes grandes (tales como issaq, daarood, dir, hawiye) y éstos, a su vez, en clanes menores, que se cuentan por decenas, y estos últimos, finalmente en grupos emparentados, por centenares e incluso miles. Los lazos familiares, las alianzas y los conflictos entre todas estas comunidades y constelaciones de linaje conforman la historia de la sociedad somalí.
 El somalí nace en algún lugar junto a un camino, en una cabaña-refugio o, simplemente, bajo el cielo raso. Jamás sabrá su lugar de nacimiento, que tampoco será inscrito en parte alguna. Al igual que sus padres, no tendrá una aldea o un pueblo natal. Tiene una única identidad: la que marca su relación con la familia, el grupo de parientes y el clan. Cuando se encuentran dos desconocidos, empiezan diciendo: ¿Que quién soy? Soy Soba, de la familia de Ahmad Abdullah, la cual pertenece al grupo de Mussa Araye, que, a su vez, pertenece al clan de Hasean Said, el cual forma parte de la unión de clanes isaaq, etc. Tras semejante presentación, le toca el turno al segundo desconocido, quien procederá a facilitar los detalles de su origen y definir sus raíces, y ese intercambio de información , que se prolonga durante largo rato, resulta sumamente importante, pues ambos desconocidos intentan averiguar lo que los une o separa, y si se fundirán en un abrazo o se abalanzarán el uno sobre el otro con un cuchillo. A todo esto, la relación particular entre las dos personas, su simpatía o antipatía mutuas, no tiene ninguna importancia; la actitud hacia el otro, amistosa u hostil, depende de cómo se presentan en el momento dado las relaciones entre sus respectivos clanes. La persona privada, particular, el individuo, no existe; sólo cuenta como parte de este u otro linaje.
 Cuando el niño cumple ocho años se le concede un gran honor: a partir de este momento, junto con sus compañeros, se encargará de cuidar de un rebaño de camellos, el tesoro más preciado de los nómadas somalíes. Entre ellos, todo se mide por el valor de los camellos: la riqueza, el poder, la vida. Sobre todo la vida. Si Ahmed mata a un miembro de otra familia, la suya tiene que pagar a la del muerto una indemnización. Si ha matado a un hombre, cien camellos; y si a una mujer, cincuenta. Si no, ¡habrá guerra! Sin camellos la persona no puede existir. Se alimenta de la leche de las hembras. Traslada su casa a lomos del animal. Sólo vendiéndolo puede fundar una familia: entrar en posesión de una esposa exige pagar un precio, siempre en camellos, a los parientes de la elegida. Finalmente, salvará la vida, pagando la correspondiente indemnización con dichos animales.
 El rebaño que poseen todos los grupos familiares se compone de camellos, cabras y ovejas. Aquí no se puede cultivar la tierra. Es una arena seca y abrasadora  en que no germina nada. De modo que el rebaño se convierte en la única fuente de ingresos, de vida. Pero los animales necesitan de agua y pastos. Y aquí, incluso en la estación de las lluvias no abundan, y en la seca la mayoría de los pastos desaparecen del todo y los arroyos y los pozos pierden mucha profundidad , cuando no toda el agua. Entonces llegan la sequía y el hambre, y muere el ganado así como mucha gente.
 Ahora el pequeño somalí empieza a conocer su mundo. Lo aprende. Esas acacias solitarias, esos baobabs gigantes gigantescos se convierten en señales que le dicen dónde está y por dónde debe caminar. Esas rocas altas, esos barrancos verticales llenos de piedras, esas peñas rocosas salientes le indican el camino, le enseñan las direcciones y no le permiten perderse. Pero el paisaje en cuestión, que en un principio le parece legible y conocido, no tarda en despojarle del sentimiento de seguridad. Pronto resulta que los mismos lugares y laberintos, las mismas composiciones de señales que lo rodean ofrecen un aspecto en la época quemada por la sequía y otro diferente, cuando, en la estación de las lluvias, se cubren de un verde frondoso; que las mismas crestas y hendiduras rocosas cobran unas formas, profundidad y color en los horizontales rayos del sol de la mañana y otras, muy distintas, al mediodía, cuando caen sobre ellas rayos verticales. Sólo entonces comprenderá el chiquillo que un mismo paisaje entraña un sinfín de composiciones que varían y cambian y que hay que saber cuándo y en qué orden se suceden y qué significan, qué le dicen y qué le advierten.
Resultado de imagen de kapuscinski ébano  Y ésta es su primera lección: que el mundo habla haciéndolo en muchas lenguas, y que constantemente hay que aprenderlas. Aunque a medida que pasa el tiempo, el chico recibe también otra lección: conoce a su planeta, el mapa del mismo y los caminos e itinerarios en él señalados, sus direcciones, trayectorias y trazado. Aunque, aparentemente, no se vea nada alrededor, nada más que extensiones desnudas y desiertas, lo cierto es que estas tierras las cruzan numerosos caminos y senderos, rutas e itinerarios, cierto que invisibles en la arena y entre las rocas, pero no menos impresos de modo imborrable en la memoria de las gentes que llevan siglos atravesándolos. En este lugar empieza el gran juego somalí, el juego de la supervivencia, de la vida: dichas rutas conducen de pozo en pozo, de pasto en pasto. Como consecuencia de guerras, conflictos y regateos seculares, cada grupo familiar, cada unión y clan tiene sus propias rutas, pozos y pastos reconocidos por la tradición. La situación casi roza lo ideal cuando se trata de un año de lluvias abundantes y pastos frondosos, cuando los rebaños cuentan con un número de cabezas moderado y no han nacido demasiados niños. Pero basta que llegue la sequía -lo que, al fin y al cabo, se repite a menudo-, para que desaparezca la hierba y se sequen los pozos. Entonces, toda esa red de caminos y senderos, tan primorosamente tejida durante años para que los clanes al trasladarse no se topen unos con otros y no pisen territorio ajeno, de pronto pierde vigencia, se enmaraña, resquebraja y estalla en mil pedazos. Empieza una búsqueda desesperada de pozos en los que aún hay agua, intentos de alcanzarlos a cualquier precio. Desde todas partes, los hombres conducen a sus rebaños a esos escasos lugares donde todavía se conservan briznas de hierba. La estación seca se convierte en época de fiebre, tensión, furia y guerras. Afloran entonces los peores rasgos del ser humano: la desconfianza, la astucia, la avaricia y el odio.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Folio, 2004, en traducción de Agata Orzeszek, pp.200-203. ISBN: 84-413-1966-9.]
 

martes, 27 de octubre de 2020

Breviario de saberes inútiles.- Simon Leys (1935-2014)

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Primera parte: Quijotismo
Un imperio de fealdad

  «La literatura del siglo XVIII desarrolló el nuevo género literario de la novela epistolar; me pregunto si no sería legítimo que yo propusiera ahora una nueva forma de reseñar libros, la crítica epistolar, en que se desarrollen discusiones mediante un intercambio de cartas entre el crítico y el autor del libro que se examina. O quizá no debería intentar disfrazar el hecho: lo que sigue no tiene mucho de reseña de libro. Pero, en fin, tampoco lo que se reseña tiene mucho de libro.
 Vivimos en una época de hipérboles. Ahora los fontaneros se llaman ingenieros de saneamiento, los camareros se han convertido en dispensadores de comida y bebida, los barberos se dedican al estilismo creativo, los basureros se han convertido en funcionarios de eliminación de residuos sólidos... y a la pequeña muestra de residuo sólido de Christopher Hitchens (The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice, Londres y Nueva York, Verso, 1955) se le llama libro.
 En este último caso el empleo del eufemismo logró un resultado importante: el objeto en cuestión logró verse dignificado a través de reseñas con todas las de la ley en revistas y periódicos por lo demás respetables; de hecho, fue así como yo me vi expuesto a él por primera vez. The New York Review of Books publicó un informe bastante minucioso, serio y considerado de su contenido, otorgándole el honor de figurar en su número del 11 de julio de 1996. El artículo en cuestión me impulsó a enviar la siguiente carta a esa respetada publicación literaria, que la publicó cumplidamente el 19 de septiembre:
 
   Aporrear a una monja anciana con una etiqueta obscena no parece una acción particularmente valerosa ni elegante. Además, parece que los ataques contra la madre Teresa se deben todos a un solo delito suyo: el de que se empeña en ser cristiana, en el sentido más literal de la palabra, lo cual constituye (siempre ha sido así y seguirá siéndolo) una empresa sumamente impropia e inaceptable en este mundo.
 Consideremos concretamente sus pecados:
 1.-La madre Teresa acepta en ocasiones la hospitalidad de granujas, millonarios y delincuentes. Pero es difícil ver por qué, como cristiana, debería ser más selectiva a ese respecto que su Maestro, cuyas malas compañías eran notorias y escandalizaron a todos los Hitchens de su tiempo.
 2.-En vez de proporcionar servicios eficaces e higiénicos a los indigentes enfermos y agonizantes, se limita a ofrecerles sus cuidados y su amor. Cuando me encuentre en el lecho de muerte, creo que preferiría tener a una de sus hermanas a mi lado, más que a un asistente social moderno.
 3.-Bautiza en secreto a los moribundos. El acto material del bautismo consiste en derramar unas gotas de agua en la cabeza de una persona mientras se susurran una docena de sencillas palabras rituales. O bien crees en el efecto espiritual de este gesto (y entonces deberías desearlo ardientemente), o bien no crees en él, y el gesto es tan inocente y tan bienintencionadamente inocuo como apartar una mosca con un gesto de la mano. Si un caníbal que diese la casualidad de que te tuviese en alta estima te regalase su posesión más preciada (un diente de cocodrilo mágico que te protegería siempre), ¿rechazarías con indignación el obsequio como algo primitivo y supersticioso, o lo aceptarías agradecido como una generosa muestra de afecto e interés sinceros?
 A Jesús le escupieron, pero no los periodistas, pues no los había en la época. Es hoy privilegio de la madre Teresa experimentar esta particular puesta al día del problema de su Maestro.
 
   El señor Hitchens contestó muy detalladamente a esta carta. Su respuesta, que fue publicada en The New York Review of Books el 19 de diciembre, establecía esencialmente los puntos siguientes:
 
 1.-La madre Teresa se contradice declarando, por una parte (al Ladies Home Journal), que su amiga la princesa Diana "estará mejor cuando se libre de su matrimonio", mientras que por otra aconsejó a los irlandeses votar contra el derecho a casarse de nuevo después del divorcio.
 2.-Volvía a subrayar el hecho de que la madre Teresa había visitado a los Duvalier en Haití y aceptado dinero del estafador financiero Charles Keating, tristemente célebre, condenado por estafar a centenares de "pequeños y humildes ahorradores".
 3.-Repetía la acusación de que la madre Teresa intenta convertir a los agonizantes bautizándolos subrepticiamente. (¿Cómo puedes convertir a los comatosos y a los moribundos? No nos lo explica).
 4.-No encontraba en los Evangelios ningún rastro de individuos como él, que se escandalizasen por la conducta poco convencional de Jesús.
 5.-Pregunta en qué sentido puede considerarse una obscenidad el título de su libro.  
 
  Abordaré enseguida todos estos puntos. En aquel entonces me limité a escribir una breve respuesta, que publicó The New York Review of Books, el 9 de enero de 1997:
 
Resultado de imagen de simon leys breviario de saberes inútiles  Si el señor Hitchens decidiese escribir un ensayo sobre Su Santidad el Dalai Lama, como periodista competente, se informaría sin duda primero sobre el budismo en general y sobre el budismo tibetano en particular. Pero en el tema de la madre Teresa, no parece haber sentido la necesidad de informarse sobre sus motivaciones espirituales... […] Su libro contiene disparates notorios  sobre aspectos elementales del cristianismo (e incluso ahora, en la última munición que ha lanzado desde el Ladies Home Journal, demuestra una ignorancia absoluta sobre la posición de la Iglesia católica en temas como el matrimonio, el divorcio y las segundas nupcias).
 Su profunda y vehemente aversión a la madre Teresa me recuerda, en este aspecto, la indignación del cliente de un restaurante al que sirven una tostada con caviar y se queja de que la mermelada tenía un extraño sabor a pescado. Éste es un tema esencial, pero merece un desarrollo que exigiría más espacio y más tiempo del que puedo permitirme aquí y ahora. […]
 Por último, el señor Hitchens me pedía que le explicase qué me hizo decir que La posición del misionero es un título obsceno. Su pregunta contiene sin duda la misma muestra de sinceridad y buena fe que caracteriza todo su libro.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Acantilado, 2016, en traducción de José Manuel Álvarez-Flórez y José Ramón Monreal, pp. 32-35. ISBN: 978-84-16748-07-5]