viernes, 16 de octubre de 2020

Antología poética.- Rubén Darío (1867-1916)


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Sonatina [de Prosas profanas y otros poemas, 1896-1901]

  «La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color. / La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro; / y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
 
El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales. / Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón. / La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente / la libélula vaga de una vaga ilusión.
 
¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China, / o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz? / ¿O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes, / o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
 
¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa / quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar, / ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo, / o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
 
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, / ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur. / Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, / de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
 
¡Pobrecita princesa de los ojos azules! / Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real, / el palacio soberbio que vigilan los guardas
que custodian cien negros con sus cien alabardas, / un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
 
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! / (La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh, visión adorada de oro, rosa y marfil! / ¡Quien volara a la tierra donde un príncipe existe
(la princesa está pálida. La princesa está triste) / más brillante que el alba, más hermoso que abril!
 
-¡Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-, / en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor, / el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, / a encenderte los labios con su beso de amor!
[…]

Canción de otoño en primavera [de Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, 1905]

 Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...
 
Plural ha sido la celeste / historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este / mundo de duelo y aflicción.
 
Miraba como el alba pura; / sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura / hecha de noche y de dolor.
 
Yo era tímido como un niño. / Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño, / Herodías y Salomé...
 
Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...
 
La otra fue más sensitiva / y más consoladora y más
halagadora y expresiva, / cual no pensé encontrar jamás.
 
Pues a su continua ternura / una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura / una bacante se envolvía...
 
En sus brazos tomó mi ensueño / y lo arrulló como a un bebé...
y le mató, triste y pequeño, / falto de luz, falto de fe...
 
Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...
 
Otra juzgó que era mi boca / el estuche de su pasión;
y que me roería, loca, / con sus dientes el corazón,
 
Resultado de imagen de ruben dario antologia poetica orbisponiendo en un amor de exceso / la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso / síntesis de la eternidad;
 
y de nuestra carne ligera / imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera / y la carne acaban también...
 
Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...
 
¡Y las demás! En tantos climas, / en tantas tierras, siempre son,
si no pretextos de mis rimas, / fantasmas de mi corazón.
 
En vano busqué a la princesa / que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa. / ¡Ya no hay princesa que cantar!
 
Mas a pesar del tiempo terco, / mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco / a los rosales del jardín...
 
Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1982, pp. 85-86 y 120-123. ISBN: 84-7530-083-9.]
 

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