4.-Ángeles con el culo al aire
«En 1994 se puso de moda el sujetador maravilloso o wonderbra, obra cumbre del kistch de la ingeniería corsetera y la tecnología de la puntilla irrompible. Y se armó el mayor follón global desde la guerra del Golfo.
Lo interesante del fenómeno no era, desde luego, que las tetas de las señoras pudieran crecer de forma inverosímil gracias a esta prótesis que no tenía nada de nuevo, sino que no hubo periódico, revista, televisión o escenario mediático que no dedicara tiempo, espacio, especialistas y generalistas, opinantes y sabios a glosar la maravilla. A mí aún me asombra.
Con el wonderbra, los símbolos sexuales se ponían en el escenario cotidiano a todas horas, culminando una tendencia a la exhibición proporcionalmente igual al incremento de los "peligros" del sexo.
Cuando se habla de "peligros" todo el mundo piensa en el sida, pero no resultaban menos novedosos los procesos legales, no sólo en los Estados Unidos, por algo llamado "acoso sexual", una figura no exclusiva de lo masculino; también ha habido mujeres "acosadoras". Los avances de la genética y de la biología, con la posibilidad de concebir hijos sin realizar el acto sexual, o de alquilar úteros y acudir a bancos de semen, enmarcaban la situación.
Por un lado, los símbolos del sexo se ofrecían como objeto de consumo obligatoriamente asequibles, y por otro lado se mantenía su "culpabilidad": la esquizofrenia se reforzaba.
Pero en el horizonte había algo más inquietante: la propia utilidad del sexo. Concebir hijos era ya, sin duda, un acto económico más: cualquiera en este mundo nuestro de privilegiados se planteaba cómo mantendría un hijo antes de engendrarlo. ¿Y el placer? ¿El sexo es placer? Eso fue lo que defendieron las generaciones de la revolución del 68 y del pop, la generación que creció entre la píldora y el sida, hijos aún de Freud. Unos ingenuos redomados.
El ver al sexo como fuente casi única de placer, de felicidad, hizo florecer toneladas de literatura y controversia y generó toda una cultura que colocó el orgasmo en el centro de la vida, para bien y para mal. Lo cual desembocó, naturalmente, ¿cómo iba a ser de otra forma?, en la comercialización y mercantilización del orgasmo: el consumismo y el espectáculo se desarrollaron a imagen y semejanza del placer sexual. Ésa fue la verdadera utilidad del sexo.
La compra y el voyeurismo/exhibicionismo tomaron el relevo como sucedáneos del placer humano y la felicidad en la cultura de masas desarrollada desde los setenta. Lo cual significaba que la frustración no provenía ya de una deficiente vida sexual -fue un triste e inmerecido adiós a Freud-, sino de la imposibilidad de acceder al consumo y al espectáculo.
Que esta explosión mediática del wonderbra sucediera en un mundo habituado a orgasmarse con mercancías y ya resignado, tras la plaga del sida, a mirar mucho y tocar poco, que eso es a fin de cuentas la realidad virtual, marcó un verdadero hito en el caldo del papanatismo compartido entre la moda y los media. El caso del wonderbra tuvo la virtud de ser la expresión sintética del tópico de la nueva sensibilidad: mirar, exhibir, comprar, comunicar...
Una revista, muy seria, de historia* incluso me pidió un artículo sobre el asunto. Así que la cuestión no debía ser menor. "Alguna razón debe de haber (para que todo sea wonderbra)", reflexionaba yo en ese artículo y citaba las siguientes:
"El aburrimiento de la sociedad consumista es mayor del sospechado. A la gente le entretiene cualquier tontería". Si no es así, ¿cómo van a dedicarle tan carísimos tiempos y espacios los medios de comunicación? Luego se ha visto que justamente eso, aburrirnos con falsas novedades, es lo que más felices hace a los medios, con lo cual no es extraño que estén en crisis.
"Falta de memoria posmoderna. Se ha olvidado que el auténtico wonderbra fue el de Brigitte Bardot, lanzado en 1969 bajo el escote de un vestidito a cuadros vichy: ¡aquello sí que tuvo mérito! Se trataba de competir con las tetas de las maggiorate italianas como Loren o Lollobrigida y con las de las pin-up norteamericanas tipo Monroe o Mansfield". Recordemos que las tetas femeninas entonces aún significaban cosas concretas: sexo, por ejemplo.
"Con estos olvidos se confirma que nuestra cultura no inventa nada sino que es un perpetuo revival. ¿Qué otra cosa es Claudia Schiffer sino un remedo, tamaño teutón, de B.B.?" La gloria del sujetador maravilloso era precisamente la de la no invención, la ausencia de novedad y el simulacro de gran descubrimiento: una moda obligada por tanto, un tema de conservación inducido, igual que lo es el fútbol, por ejemplo.
"Las tetas de las señoras siguen teniendo morbo", eso decía, ingenua de mí, "lo cual no es nada nuevo, y ya se sabía antes de la invención del sostén, en 1914, por una higienista norteamericana llamada Mary Jacobs. Posiblemente, en la época del sida se trata, otra vez, de mirar más que de tocar. El wonderbra, estímulo del voyeurismo, puede ser la piedra de escándalo que esperaban los neopuritanos, siempre dispuestos a rasgarse las vestiduras y confirmar lo malos que somos todos". El escándalo ha sido el vehículo más seguro para llamar la atención del mundo sobre cualquier cosa en la última década: el del wonderbra es un ejemplo de libro.
"Lo obvio: el wonderbra mueve mucho dinero. Es un gran negocio porque el escándalo, hoy más que nunca, es negocio. Eso es lo que más interesa ahora a los medios de comunicación, por no decir lo único. La información es mercancía, producto que se cocina en la salsa del horror banal y rentable. Los periodistas son los sacerdotes de ese condimento en el que se mezcla el wonderbra con Ruanda, la corrupción y las teorías conspiratorias". Ningún periodista, ni yo misma, pudo resistir la imparable oleada del tema wonderbra.
"La provocación feminista: el wonderbra sugiere el mensaje de que las señoras más vale que tengan tetas que cabeza. ¿Por qué no se pueden tener a la vez tetas y cabeza?" Operaciones globales como la del wonderbra han intentado, por todos los medios, que no se tuvieran ni tetas ni cabeza.
"Puede haber más razones, pero hay una especialmente incordiante: la actual manía, rayana en la desfachatez, de dirigir gustos y pensamientos colectivos, como si unos cuantos se hubieran conchabado para decirnos lo que hay que hacer, de lo que hay que hablar, en qué hay que pensar. ¿Hay salvación posible fuera del wonderbra?"
¿Tuvo éxito el wonderbra? Mucho: un completo éxito mediático, instantáneo, momentáneo, fugaz. Todo el mundo habló de él durante cinco minutos al menos cinco días en todo el mundo occidental. ¿Llevaron las mujeres el wonderbra? ¿Exigieron los hombres que las mujeres llevaran wonderbra? Ni lo uno ni lo otro: el "sujetador maravilloso" entró de lleno en la feminidad más tópicamente femenina de nuestra época, la de los/las drag-queens que lo hicieron suyo, pero la mayoría de las mujeres lo ignoraron.
Un broche de oro para la apoteósica carrera, comenzada hace casi un siglo, del sujetador, uno de los símbolos/fetiches del sexo en esta época y un elemento tan definitorio de nuestra civilización como la bombilla.»
* L'Avenç, noviembre de 1994.
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 1998, pp. 61-66. ISBN: 84-339-0560-0.]
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