viernes, 23 de octubre de 2020

Maribel y la extraña familia.- Miguel Mihura (1905-1977)

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Acto primero

 «Doña Paula: Les he hecho oír el precioso disco de Elvis Presley, y no sabes los elogios tan entusiastas que me han hecho de él. Todo lo que te diga es poco...
 Doña Matilde: Me alegro mucho de que les haya agradado.
 Doña Paula: Y por cierto, ¿dónde has ido a comprarlo, mi querida Matilde?
 Doña Matilde: Pues he ido a comprarlo a una tienda de la calle Fuencarral.
 Doña Paula: (Asombrada.) ¡No me digas! ¿Pero has ido hasta la calle de Fuencarral?
 Doña Matilde: Pero si vivimos en la calle de Hortaleza, mujer...
 Doña Paula: De todos modos has tenido que cruzar de acera a acera... ¡Pero qué horror, Matilde! ¡No debes hacer esas locuras! (Al matrimonio.) Yo vivo hace sesenta años en esta misma casa de la calle de Hortaleza y nunca me he atrevido a llegar hasta la calle de Fuencarral... ¡Y eso que me han hablado tanto de ella! (A doña Matilde.) ¿Cuál de las dos es más bonita? Cuéntame, cuéntame...
 Doña Matilde: Son dos estilos diferentes. No pueden compararse.
 Doña Paula: ¿Pero tiene árboles? ¿Estatuas? ¿Monumentos?
 Doña Matilde: Si he de decirte la verdad, no me he fijado bien. Sólo crucé la calle, entré en la tienda, compré a Elvis Presley y me volví a casa... Pero, a mi juicio, es más estrechita...
 Doña Paula: ¿Cuál de las dos? ¿Ésta o aquélla?
 Doña Matilde: De eso precisamente es de lo que no me acuerdo yo muy bien...
 Doña Paula: ¡Ah! Siendo así no he perdido nada con no verla... (Al matrimonio que sigue picando de las chocolatinas.) ¿Y les gustan a ustedes las chocolatinas? Son de la fábrica de mi hermana...
 Doña Matilde: Mi marido al morir me dejó la fábrica, y mi hijo ahora está al frente de ella. ¡Ah! Las famosas chocolatinas "Terrón e Hijo". Producimos poco, pero en calidad nadie nos aventaja... Ustedes mismos habrán comprobado que son verdaderamente exquisitas...
 Doña Paula: La fábrica está emplazada en un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca, a ciento y pico kilómetros de Madrid, y junto a la fábrica, en un chalet, vive mi hermana con su hijo, que a la vez es mi sobrino, y a quien también quiero bastante... Un chico verdaderamente encantador: fino, agradable, educado y amante del trabajo. Para él sólo existe su fábrica y su mamá. Su mamá y sus chocolatinas... Y ésta es toda su vida.
 Doña Matilde: Y ahora nos hemos venido a pasar una temporada aquí, a casa de mi hermana Paula, para ver si el chico encuentra novia en Madrid y por fin se casa. Porque allí, en aquella provincia, es decir, en el pueblo donde tenemos la fábrica y donde vivimos, figúrense qué clase de palurdas se pueden encontrar... Chicas anticuadas en todos los aspectos, tanto física como moralmente...
 Doña Paula: Y ya conocen ustedes nuestras ideas avanzadas. Nada de muchachas anticuadas y llenas de prejuicios, como éramos nosotras... ¡Qué horror de juventud la nuestra! Porque si yo no he salido a la calle hace sesenta años, desde que me quedé viuda, no ha sido por capricho, sino porque me daba vergüenza que me vieran todos los vecinos que estaban asomados a los balcones para criticar a las que salían...
 Doña Matilde: ¡Qué época aquella en que todo lo criticaban! ¡El sombrero, el corsé, los guantes, los zapatos!
 Doña Paula: Había un sastre en un mirador, siempre observando con un gesto soez, que me llenaba de rubor... Y después empezaron los tranvías y los automóviles, y ya me dio miedo que me atropellaran, y no salí. Y aquí lo paso tan ricamente, escuchando música de baile y escribiendo a los actores de cine de Norteamérica para que me manden autógrafos.
 Doña Matilde: Por eso, para mi hijo, yo quiero una muchacha moderna, desenvuelta, alegre y simpática que llene de alegría la fábrica de chocolatinas.
 Doña Paula: Una muchacha de las de ahora. Empleada, mecanógrafa, enfermera, hija de familia, no importa lo que sea... Rica o pobre, es igual...
 Doña Matilde: El caso es que pertenezca a esta generación maravillosa... Que tenga libertad e iniciativas...
 Doña Paula: Porque mi sobrino es tan triste, tan apocado, tan poquita cosa... Un provinciano, ésa es la palabra...
 Doña Matilde: Es como un niño, figúrense. Siempre sin separarse de mis faldas...
 Doña Paula: Pero por lo visto ya ha encontrado la pareja ideal.
 Doña Matilde: Y él solito, no crean.
 Doña Paula: Como yo no tengo relaciones sociales, porque las viejas me chinchan y las jóvenes se aburren conmigo, no he podido presentarle a nadie. Pero el niño se ha ambientado en seguida y parece ser que ha conocido a una señorita monísima, muy moderna y muy fina, y a lo mejor la trae esta tarde para presentárnosla.
 Doña Matilde: ¡Y tenemos tanta ilusión por conocerla...!
 Doña Paula: Siempre hemos odiado nuestra época y hemos admirado esta generación nueva, fuerte, sana, valiente y llena de bondad.
 Doña Matilde: ¡Qué hombres los de antes, que se morían en seguida!
 Doña Paula: A mí, el mío me duró solamente un día y medio. Nos casamos por la mañana, pasamos juntos la noche de bodas y a la mañana siguiente se murió.
Resultado de imagen de tres sombreros de copa castalia Doña Matilde: Y es que se ponían viejos en seguida. Yo tuve la suerte de que el mío me durase un mes y cinco días, a base de fomentos. Pero ya te acordarás, Paula. Tenía veintidós años y llevaba una barba larga, ya un poco canosa... Y tosía como un condenado.
 Doña Paula: Según dice mi médico, ahora también se mueren antes que las mujeres, pero no en semejante proporción.
 Doña Matilde: Yo creo que lo que les sucede es que hacer el amor les sienta mal.
 Doña Paula: Y los pobres se obstinan en hacerlo, creyendo que con ello nos complacen... ¡Pobrecillos!
 Doña Matilde: ¡Por presumir de hombres y contarlo luego en el Casino, son capaces hasta de morir!
 Doña Paula: En efecto, en efecto... (Y de repente doña Paula se dirige al matrimonio, que sigue en el mismo sitio, imperturbable, y les dice:) ¡Ah! Pero, ¿se van ustedes ya? ¡Huy! ¡Pero qué lástima!
 Doña Matilde. ¿Qué pronto, verdad?
 Doña Paula: (Se levanta.) Nada, nada, si tienen ustedes prisa no queremos detenerles más.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, 1987, en edición de Miguel Mihura, pp. 133-136. ISBN: 84-7039-269-7.]
 

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