lunes, 12 de octubre de 2020

Almas muertas.- Nikolái Gógol (1809-1852)

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Segunda parte
Capítulo IV

  «Chíchikov adivinó que se trataba de las posesiones de Tentémikov, y dijo:
 -Si se repoblase esto de árboles, las vistas podrían superar por su belleza...
 -¿Es usted aficionado a las vistas? -preguntó Kostanzhoglo, que se le quedó mirando severamente-. Tenga cuidado, si va en busca de las vistas se quedará sin trigo y sin vistas. Preocúpese del beneficio, y no de la belleza. La belleza vendrá de por sí. El ejemplo lo tiene en las ciudades: las mejores y más hermosas son las que crecieron por sí mismas, aquéllas donde cada una construyó según sus necesidades y sus gustos. Las que se construyeron a cordel, parecen una aglomeración de cuarteles... Deje aparte la belleza y preocúpese de las necesidades...
 -La lástima es que hay que esperar mucho. Uno querría verlo tal y como desearía que fuese.
 -¿Es usted un jovenzuelo de veinticinco años? ¡No sea impaciente! ¿Es usted un empleadillo de San Petersburgo? Tenga paciencia. Trabaje seis años seguidos: plante, siembre, are sin descansar un minuto Es difícil, claro. En cambio, una vez haya puesto en marcha la tierra, ella misma vendrá en su ayuda, y no de cualquier manera, no; además de los setenta brazos de que pueda disponer, trabajarán para usted otros setecientos brazos invisibles. Se decuplicará todo. Yo, ahora, apenas sí tengo necesidad de mover un dedo: todo marcha por sí mismo. Sí, la Naturaleza ama la paciencia; es una ley dada por Dios, que favorece a los pacientes.
 -Escuchándolo a usted siente uno una nueva afluencia de fuerzas. El espíritu se reconforta.
 -¡Mire cómo está labrada la tierra! -exclamó Kostanzhoglo con un sentimiento de amargura, señalando la pendiente-. No puedo seguir ni un minuto más aquí. Me mata la contemplación de tanto desorden y abandono. Usted mismo puede ultimar el trato, no me necesita para nada. Quite cuanto antes a ese imbécil su tesoro. No hace más que profanar este don de Dios.
 Y Kostanzhoglo volvió a caer en la irritación de antes. Se separó de Chíchikov y alcanzó a Jlobúev para despedirse de él.
 -Por favor, Konstantin Fiódorovich -dijo sorprendido el dueño de la casa-. Acaba de llegar y ya se va.
 -No puedo detenerme. Tengo que estar forzosamente en casa -dijo Kostanzhoglo.
 Se despidió, montó en su cabriolé y partió.
 Jlobúev pareció comprender la causa.
 -Konstantin Fiódorovich no ha podido aguantar -dijo-. Para un propietario que sabe llevar como él la finca no resultará un espectáculo agradable el ver tanto desorden. Créame, Pável Ivánovich, este año no he podido sembrar ni siquiera trigo. ¡Palabra de honor! No había simiente ni había con qué labrar. Su hermano, Platón Mijáilovich, lleva fama de ser un administrador excelente. De Konstantin Fiódorovich qué voy a decir, es un Napoléon en su género. A menudo me pregunto: "¿Por qué hay personas tan inteligentes? Me podrían dar a mí un poco de su inteligencia". Tengan cuidado, señores, aquí, al pasar el puente; no se vayan a caer al agua. Esta primavera mandé que arreglasen las tablas. Lo que más lástima me da es la miseria de los mujiks. Necesitan alguien que les sirva de ejemplo, pero ¿qué ejemplo les puedo dar yo? ¿Qué quieren que haga? Encárguese usted de ellos, Pável Ivánovich. ¿Qué orden les puedo enseñar cuando yo soy tan desordenado? Los habría emancipado hace mucho, pero eso no habría servido de nada. Hace falta un hombre severo y justo que viva largo tiempo con ellos y que con su infatigable actividad les sirva de ejemplo. El ruso, por mí mismo lo veo, necesita un acicate: de otro modo, se apodera de él la pereza y se convierte en un inútil.
 -Es extraño -dijo Platónov-. ¿Por qué el ruso muestra tal tendencia al abandono, hasta el punto de que el hombre del pueblo, se convierte en un borracho y un miserable si no se le vigila?
 -Por la falta de cultura -observó Chíchikov.
 -Dios sabe. Nosotros somos personas cultas, hicimos estudios en la Universidad y, sin embargo, ¿para qué servimos? ¿Qué he aprendido yo? A vivir ordenadamente no he aprendido; todo lo contrario, he aprendido el arte de derrochar el dinero en toda clase de nuevos refinamientos, a gastarlo en cosas caras. Lo único que he aprendido es a dilapidar el dinero en todo lo que signifique confort. ¿Ocurre así porque yo fuera mal estudiante? No, porque lo mismo les ha pasado a los demás compañeros. Dos o tres sacaron verdadero provecho, y eso acaso porque ya de por sí eran inteligentes, pero los demás únicamente se esforzaron en aprender lo que daña la salud y a conseguir dinero. Palabra de honor. A veces pienso que el ruso es hombre perdido. Quiere hacerlo todo y no puede hacer nada. Siempre decide uno que a partir del día de mañana empezará una nueva vida, que se pondrá a dieta, pero no ocurre nada de esto. Esa misma tarde se llena el estómago de tal modo que hasta pierde la facultad de pensar y no hace más que mirar como un búho a la gente. Y así pasa con todo.
Resultado de imagen de Nikolai gogol almas muertas -Sí -dijo Chíchikov sonriendo irónicamente-, es una historia que se repite mucho.
  -Es como si no hubiéramos nacido para ser sensatos. No creo que haya ninguno de nosotros que sea sensato. Ni siquiera lo creo cuando veo que alguien vive ordenadamente y ahorra algún dinero. Llega a viejo y entonces el diablo se mete en medio y lo tira todo por la ventana. Y son todos lo mismo, igual los cultos que los incultos. No, nos falta algo, pero no podrían decir qué.
   Así hablaron, recorrieron las isbas y luego, en el coche, dieron una vuelta por los prados. Unos sitios que habrían sido excelentes si no se hubieran talado los árboles. […]
 Después de verlo todo, sin bajar siquiera del coche, volvieron hacia la aldea, donde en plena calle, se encontraron con un campesino que se rascaba la parte baja de la espalda y cuyo sonoro bostezo asustó hasta a los pavos más veteranos. El bostezo se había apoderado de todas las construcciones. También las techumbres bostezaban. Platónov, al verlas, bostezó. "Remiendos sobre remiendos", pensó Chíchikov al ver que en una isba en vez de tejado habían colocado un portón. Se seguía el sistema de aquel que cortaba las bocamangas y los faldones del caftán para remedar los codos.
 -Ya han visto la hacienda -dijo Jlobúev-. Ahora veremos la casa -y condujo a los visitantes a sus aposentos.»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Bruguera, 1983, en traducción de José Laín Entralgo, pp. 423-427. ISBN: 84-02-09339-6.]
 

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