miércoles, 21 de octubre de 2020

Pragmatismo.- William James (1842-1910)

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Conferencia séptima: Pragmatismo y humanismo

  «"Realidad" es, en general, lo que la verdad ha de tener en cuenta. Y la primera parte de la realidad, desde este punto de vista, es el flujo de nuestras sensaciones. Las sensaciones nos son impuestas sin que sepamos de dónde vienen. No tenemos ningún control sobre su naturaleza, orden y cantidad. No son ellas ni verdaderas ni falsas; simplemente son, esto es lo único que podemos decir de ellas: los nombres que les damos; nuestras teorías acerca de su origen, naturaleza y relaciones remotas; que pueden ser verdaderas o falsas.
 La segunda parte de la realidad, como algo que nuestras creencias deben tener en cuenta obedientemente, la constituyen las relaciones que se obtienen entre nuestras sensaciones o entre sus copias en nuestras mentes. Esta parte se subdivide en dos subpartes: 1) las relaciones que son mutables y accidentales, como las de fecha y lugar; 2) las que son fijas y esenciales porque están fundadas en la naturaleza íntima de sus términos. Ambas clases de relaciones son objeto de percepción inmediata. Ambas son "hechos". Pero es el último género de hechos el que constituye la subparte más importante de la realidad para nuestras teorías del conocimiento. Así pues, las relaciones internas son "eternas", son percibidas siempre que se comparan sus términos sensibles; ha de tenerlas en cuenta eternamente nuestro pensamiento, el llamado pensamiento matemático y lógico.
 La tercera parte de la realidad, adicional a esas percepciones (aunque en gran parte basada sobre ellas), la constituyen las verdades previas que siempre tiene en cuenta toda nueva investigación. Esta tercera parte es un factor de resistencia mucho menos obstructivo: a menudo acaba por dejar libre el paso. Al hablar de estas tres porciones de la realidad que en todo tiempo regulan la formación de nuestras creencias, les estoy recordando algo que ya dije en mi conferencia anterior.
 Ahora bien, no obstante lo fijos que puedan ser estos elementos de la realidad, todavía nos queda una cierta libertad en nuestros contactos con ellos. Tomemos como ejemplo nuestras sensaciones. Es indudable que se hayan fuera de nuestro control, pero depende de nuestros intereses atenderlas, advertirlas, acentuarlas en nuestras conclusiones. Según la acentuación recaiga aquí o allá, resultarán fórmulas sobre la verdad completamente diferentes. Leemos los mismos hechos de un modo diferente. "Waterloo", con los mismos detalles fijos, significa una "victoria" para un inglés; para un francés, una "derrota". Así, también, para un filósofo optimista, el Universo indica victoria; para un pesimista, derrota.
 Lo que decimos acerca de la realidad depende de la perspectiva en que la coloquemos. El eso de ello es lo suyo propio, pero el qué depende del cuál, y éste de nosotros. Las partes de la realidad correspondientes a la sensación y a la relación son mudas. No dicen absolutamente nada sobre sí mismas; somos nosotros los que tenemos que hablar por ellas. Este mutismo de las sensaciones ha conducido a intelectualistas tales como T. H. Green y Edward Caird a expulsarlas casi de la esfera del conocimiento filosófico, pero el pragmatismo rehúsa ir tan lejos. Una sensación es como un cliente que ha dejado su caso en manos de un abogado y después tiene que escuchar pasivamente en la audiencia la exposición de sus asuntos, séale o no agradable, de la manera que el abogado entiende más favorable.
 De aquí que hasta en el campo de la sensación nuestras mentes ejerzan una determinada elección arbitraria. Con nuestras inclusiones y omisiones trazamos la extensión del campo; con nuestro empeño marcamos su primer plano y su fondo; por nuestra orden lo leemos en este o en aquel sentido. En suma, recibimos el bloque de mármol, pero somos nosotros los que tenemos que esculpir la estatua.
 Esto se aplica también a las partes "eternas" de la realidad. Mezclamos nuestras percepciones de relación intrínseca y las colocamos libremente. Las leemos en un orden o en otro, las clasificamos de este o aquel modo, tratamos a una o a la otra como más fundamental hasta que nuestras creencias sobre ellas forman esos cuerpos de verdad que se conocen por lógica, geometría o aritmética en todos, en cada uno de los cuales la forma y el orden en que se modela el conjunto es claramente obra humana.
Resultado de imagen de william james pragmatismo orbis Así, sin decir nada de los nuevos hechos que los hombres agregan a la materia de la realidad mediante los actos de sus propias vidas, han impreso ya sus formas mentales en esa parte tercera de la realidad que he llamado "verdades previas". Cada hora nos trae sus nuevos objetos de percepción, sus propios hechos de sensación y relación que hemos de tener en cuenta; pero el conjunto de nuestras pasadas relaciones con tales hechos está ya acumulado en las verdades previas. Es sólo, por lo tanto, la más insignificante y reciente fracción de las dos primeras partes de la realidad la que nos llega sin toque humano, y la fracción tiene inmediatamente que humanizarse en el sentido de cuadrarse, asimilarse o adaptarse a la masa existente ya humanizada. De hecho, difícilmente podemos percibir una impresión sin preconcebir lo que las impresiones puedan ser.
 Cuando hablamos de realidad "independiente" del pensar humano, nos parece, pues, una cosa muy difícil de hallar. Se reduce a la noción de lo que acaba de entrar en la experiencia y aún ha de ser nombrado, o bien alguna imaginada presencia aborigen en la experiencia, antes de que se haya suscitado creencia alguna sobre tal presencia, antes de que se haya aplicado cualquier concepción humana. El límite meramente ideal de nuestras mentes es lo que es evanescente y mudo. Podemos vislumbrarlo, pero nunca aprehenderlo; lo que aprehendemos es siempre un sustituto de ella que el pensar humano ha peptonizado y cocido previamente para nuestro consumo. Si se me permite una expresión vulgar diría que dondequiera la hallamos ha sido ya "hecha presentable".»
 
  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1985, en traducción de Luis Rodríguez Aranda, pp. 156-158. ISBN: 84-7530-703-5.]
 

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