Capítulo tres
«El reglamento:
Regla nº 1: No me tomes el pelo. Nunca. Y mucho menos a costa de mi ceguera. Y muchísimo menos en público.
Regla nº 2: No me toques sin pedirme permiso o sin avisarme. No puedo verlo venir. Siempre me pilla por sorpresa, y es probable que te haga daño.
Regla nº 3: No toques ni mi bastón ni mis cosas. Necesito que todo esté donde yo lo he dejado. Es evidente.
Regla nº 4: No me ayudes a menos que te lo pida. De lo contrario, te estarás interponiendo en mi camino o molestándome.
Regla nº 5: No me grites. No soy sorda. Te sorprendería saber lo mucho que me ocurre. Si no te sorprende, debería.
Regla nº 6: No hables a la gente con la que estoy como si fueran mis adiestradores. Y sí, esto es algo que también me pasa constantemente.
Regla nº 7: Tampoco hables por mí. A nadie, ni siquiera a tus amigos o tus hijos. Recuerda, no eres mi adiestrador.
Regla nº 8: No me trates como si fuera estúpida o una niña. Ser ciego no implica tener ningún daño cerebral, así que no me hables despacio o uses diminutivos. ¿En serio hace falta que explique esto?
Regla nº 9: No entres o salgas de la zona donde estoy sin avisarme. De lo contrario, no sé si estás o no estás. Es un tema de buena educación.
Regla nº 10: No hagas sonidos para ayudarme o guiarme. Es estúpido y de mal gusto. Y, créeme, serás tú el que quede como un estúpido o haciendo el ridículo, no yo.
Regla nº 11: No te sorprendas. En serio. Aparte de tener los ojos siempre cerrados, soy igual que tú, sólo que más lista.
Regla nº ∞: NO hay segundas oportunidades. Si traicionas mi confianza nunca volveré a confiar en ti. La traición es imperdonable.
[…]
Capítulo cinco
[…] -Soy el entrenador Underhill. ¿Puedo hablar un momento contigo, Parker?
Yo me ahogo un poquito y me toso en la parte interior del brazo.
-¿Yo? Ya he completado todos mis créditos de Educación Física. Pregúntele a la entrenadora Rivers… Ella se lo confirmará.
-No es por eso. Es que te he visto corriendo esta mañana.
Se me eriza el vello de la nuca. […]
-Cuando corres demuestras mucha seguridad. ¿Alguna vez has tenido un perro lazarillo?
-No, nunca lo he necesitado. Al menos para lo que suelo hacer. Quizá dentro de un tiempo, cuando me gradúe en el instituto y necesite moverme sola por lugares que no conozco y en los que haya mucha gente.
-¿Te importa si te pregunto quién te enseñó a correr?
Ahora que sé que mi secreto está a salvo me siento mejor, pero esto me está fastidiando.
-¿Por qué iba que tener nadie que enseñarme a correr?
-Bueno, porque hay maneras de correr y maneras de correr. Y, por cómo lo haces tú, parece que te han entrenado.
-Ah. Pues mi padre era corredor. Me enseñó algunas cosas. Cómo respirar y eso.
-¿Alguna vez te has planteado participar en alguna carrera?
-No. ¿Entiende por qué corro a las seis de la mañana en el campo Gunther, verdad? Es grande, está vacío, es cuadrado. No hay calles que respetar. No hay gente alrededor.
-Muchos corredores tienen algún grado de discapacidad visual. Si no te molesta que te lo pregunte, ¿cuánto puedes ver?
-Mmmm… No veo nada.
-Entiendo... Pero, quiero decir, al menos percibes algo de luz, ¿no? Es sólo que no puedes enfocar.
No me gusta hablar de esto, así que decido cortar por lo sano.
-No. Nada. Negrura total. Un accidente de coche me destrozó los nervios ópticos. Tengo los ojos bien, pero estoy completamente a oscuras.
-Lo siento. No debería haber asumido que...
-No pasa nada. La mayoría de los ciegos pueden ver mínimamente. Sólo ha apostado por lo más probable.
-No, es que pensaba que debías de tener algún problema de sensibilidad a la luz, porque... Bueno, ¿por qué, si no, ibas a llevar vendas en los ojos?
Me río otra vez.
-Esto sólo son adornos. Como ponerse un sombrero. Una moda que nadie más puede copiar porque, si lo hicieran, no podrían ver.
No se ríe, lo que me parece un poco triste, pero percibo una sonrisa en su voz, cuando dice:
-Es que me parecía curioso. En realidad, en las categorías paralímpicas, todos los corredores con discapacidad visual llevan gafas negras para que los que pueden ver algo no tengan ventaja.
-Eso es terrible... -río.
-De todas maneras, todos tienen corredores lazarillos. Si quisieras correr una carrera, ya se nos ocurriría algo.
-No, gracias -respondo. Y para dar por concluida la conversación, estiro el brazo hacia la puerta, pero sólo palpo aire. Camino lentamente hacia ella, agitando el brazo.
-No hay nada que temer.
Resoplo y, por fin, mi mano palpa el pomo de la puerta.
-¿Parezco asustada?
-Cuando estabas corriendo, no. Pero sí cuando has pensado que podía haber gente viéndote correr.
Ah, bueno, pero es que eso es completamente distinto.»
[El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House, 2017, en traducción de Sara Cano. ISBN e-book: 978-84-204-8566-9.]
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