jueves, 29 de octubre de 2020

El euro.- Joseph E. Stiglitz (1943)

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Epílogo: El brexit y sus consecuencias
El gran experimento

  «Hace treinta años los banqueros y otros miembros de la élite hicieron otras promesas implícitas muy distintas, bastante similares a las de la época de la fundación del euro. La globalización, la financiarización, la integración económica, la rebaja de los tipos fiscales a las empresas y a las personas, y la liberalización iban a crear un nuevo orden económico. Los tipos más bajos serían un incentivo; la liberalización sería el motor. Los dos factores juntos producirían un estallido de energía económica beneficioso para todos. Quizás habría más desigualdad, sí, pero obsesionarse con ello era rendirse a la envidia. Si a todo el mundo le iba mejor, si el pastel económico era más grande en general, ¿quién iba a quejarse de que a unos les fuera mejor que a otros, sobre todo si a los que mejor les iba eran los creadores de empleo, los innovadores, la fuente de la mejora del nivel de vida para todos los demás?
 La única parte de este relato que resultó acertada fue que las "reformas" engendraron más desigualdad, incluso más de lo que temían los críticos más feroces. Pero el crecimiento se frenó y el resultado fue el estancamiento económico y una mayor inseguridad para grandes segmentos de la sociedad; en Estados Unidos, para el 90 por ciento. Los países europeos, en su mayoría (salvo Escandinavia), no fueron muy a la zaga.
 El Reino Unido podía enorgullecerse de tener menos paro que el resto de Europa, un 5 por ciento frente al 8,7 por ciento (y 10,2 por ciento en la eurozona) en marzo de 2016. Sin embargo, para quienes no tienen trabajo o perspectiva de tenerlo las estadísticas son magro consuelo. Y a los que tenían trabajo tampoco les iba especialmente bien: los salarios y la productividad estaban estancados y la amenaza constante de recortes en la red de protección social de la que tantos dependían hacía que se sintieran más vulnerables.
 A ambos lados del Atlántico, muchos en la izquierda aceptaron varias ideas neoliberales. La crítica que hacían a la derecha era que tenían el corazón insensible. Se volvió cada vez más difícil distinguir entre los conservadores compasivos y la "nueva izquierda". Bill Clinton en Estados Unidos, Tony Blair en el Reino Unido y Gerhard Schroeder en Alemania introdujeron reformas que la derecha llevaba décadas intentando hacer. En Estados Unidos, por ejemplo, Clinton redujo el tipo fiscal sobre las ganancias de capital -la principal fuente de ingresos para los muy ricos- y emprendió una liberalización masiva del mercado financiero. En el Reino Unido, Blair y Gordon Brown, su sucesor, hablaron de una regulación "ligera", un término casi tan contradictorio como el de "autorregulación". Todos rivalizaron por ver quién eliminaba más reglas; al final, los bancos fueron los grandes vencedores, y nuestras sociedades, las grandes perdedoras.
 Todos estos líderes impulsaron acuerdos comerciales; unos acuerdos que no sólo supusieron la rebaja de aranceles, sino que también reforzaron los derechos de propiedad intelectual, garantizaron la liberalización y la integración de los mercados financieros, y promovieron los intereses empresariales de otras maneras, por ejemplo haciendo que fuera más difícil hacer respetar las normas medioambientales, sanitarias y económicas.
Resultado de imagen de joseph stiglitz el euro La nueva política tenía algo muy extraño. Las élites, tanto de la derecha como de la izquierda, parecían haber alcanzado un amplio consenso sobre muchos de los principios del orden económico. Había discrepancias a propósito de detalles, por supuesto. A la izquierda, por ejemplo, le preocupaba más el medioambiente, y por lo menos hablaba de justicia social y derechos humanos. Pero el centro derecha y la "nueva izquierda" apoyaban una lista de prioridades económicas entre las que figuraban la liberalización y la desregulación, la globalización y la bajada de impuestos (aunque nunca tanto como le habría gustado a la derecha). En macroeconomía eso suponía luchar contra la inflación y mantener el equilibrio presupuestario. En Europa el centro del nuevo consenso fue el impulso del proyecto europeo, y eso en la mayor parte de la Unión quería decir "el euro". Sin embargo, ese consenso entre el centro izquierda y el centro derecha, ese orden económico y político, no estaba beneficiando a la mayoría de los ciudadanos, ni en Estados Unidos ni en Europa.
   La crisis financiera y económica de 2008 pudo tener quizá un papel fundamental a la hora de precipitar la crisis política actual. Los políticos que habían prometido cambios no cumplieron lo que se esperaba. Los ciudadanos sabían que el sistema era injusto y estaba manipulado, pero tras la crisis y la desigual "recuperación" les pareció aún más injusto, más manipulado de lo que podían imaginar, y perdieron la escasa confianza que tenían en que el proceso político pudiera corregirlo, de modo que votaron a políticos que prometían rectificar la situación. Barack Obama hizo campaña con el lema de "Un cambio en el que puedes creer". Aunque sí cumplió sus promesas en ciertas áreas -logró introducir una reforma sanitaria que los demócratas trataban de implantar desde hacía décadas-, en ciertas áreas económicas que eran cruciales para el bienestar de los ciudadanos, por alguna razón, no lo consiguió. No es extraño: los nuevos políticos -en Estados Unidos, Reino Unido y otros países-, en gran parte, respondían al mismo tipo y servían a la misma ideología y los mismos intereses especiales que los que habían prometido que la globalización iba a beneficiar a todos.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Penguin Random House Grupo Editorial, 2017, en traducción de Inga Pellisa y María Luisa Rodríguez Tapia, pp. 342-344. ISBN: 978-84-663-4158-5.]
 

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