jueves, 22 de octubre de 2020

La voz de la sombra.- P. F. Thomése (1958)

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La palabra ausente

 «La mujer que entierra a su marido se llama viuda, el hombre que se queda sin su esposa, viudo. El hijo sin padres es huérfano. Pero, ¿cómo se llaman el padre y la madre de una criatura muerta? […]

Así que es esto

 Resulta difícil precisar el instante en que supe que la perdería irremediablemente. O más bien, el momento en que me atreví a admitir que lo sabía. Y es que al principio una vaga intuición viaja algún tiempo en los pensamientos de uno como un polizón, sigiloso, sin llamar la atención, una figura oscura, agazapada en un bote salvavidas de la segunda cubierta. Uno lo sabe, lo sabe con todas las sospechas de las que dispone, pero se niega a saberlo con seguridad, como sucede con esa carta que no se atreve a abrir. Además, ninguno de los dos quería confesárselo al otro, para no hacernos daño.
 Luego está la cuestión lingüística, la cuestión de la comunicación. Uno lo sabe, pero no sabe cómo expresarlo. La lengua roza en vano el paladar. Todas las palabras que halla le parecen prestadas, inadecuadas. No hay "nada que sea comparable". No hay ejemplos que pueda seguir.
 Mientras tanto, los pensamientos siguen urdiendo las anécdotas que algún día le contarán: cómo papá y mamá se pasaron toda la noche preocupados en el hospital sin moverse de su lado.
 Nuestra pequeña no parecía enterarse de nada. Se había atrincherado en lo más profundo de su ser y buscaba algún lugar de su cuerpo al que aferrarse.
 Hacía rato que la hora de visitas había acabado, éramos los únicos padres entre los niños durmientes. La noche se deslizó en la planta, amortiguó los ruidos, atenuó las luces. Monitores sin vigilancia producían la serie de cifras de rigor, como del barco que se hunde suben burbujas.
 Estoy detrás del ventanal. Una figura que mira afuera. No hay luna en el cielo, sólo el neón de las farolas y los bloques de oficinas iluminados. Las nubes sólo están alumbradas desde abajo. Más allá se extiende la oscuridad hasta el fin de los tiempos. Detrás de mí, lo sé, te inclinas por enésima vez sobre ella. Le arreglas el pañal, retiras un tubo, un cable, un hilo que sale de ella o que debe internarse en su cuerpo, le apartas un pelo invisible de la cara. Apoyo la frente contra el frío cristal. Abajo, en la profundidad, hormiguea el tráfico que fluye por la ciudad como la sangre, carreteras y calles, una red de arterias, venas y vasos sanguíneos que abastecen la ciudad de seres humanos hasta el último de los rincones.
 Así que es esto, pensé. Es lo peor que podía pasarme y ahora me está pasando. A mi espalda nuestra hija se está muriendo. Dentro de poco se habrá ido para siempre. Lo sabía, pero no lo sentía. Ya no sentía absolutamente nada.
 Me había convertido en una piedra, ya sólo podía romperme. […]

En silencio

 Llaman por teléfono, no paran de llamar. No contestamos. No hay nadie que pueda decirnos lo que queremos oír. No tenemos palabras para defendernos, aún no sabemos quiénes vamos a ser.
 Siguen preguntándonos acerca de nuestros sentimientos, pero no tenemos nada que mostrar. Sólo encontramos palabras que no queremos decir. Saben a boca ajena. Cuanto más hablamos, más malentendidos se acumulan. No hay salida, estamos prisioneros, ahogados por las palabras equivocadas.
 Nuestro silencio abre una brecha en el muro de palabras por donde podemos respirar.

La gente se aparta

 El fuego que consumió su cuerpecito abandonado sigue ardiendo dentro de mí. Flamea detrás de mis ojos. Inmortal, así es como me siento, pues acabo de morir y sigo estando aquí. Ahora que me han arrebatado lo más querido, soy invulnerable. La sensibilidad se me escapa de los puños.
 Es más fácil odiar al prójimo que convivir con él. Si es cierto que la muerte a veces se equivoca de persona, entonces se desprende que hay otros que hubiesen tenido que morir en su lugar. Muchos, por no decir la mayoría de los vivos, nos resultan insoportables. Se dedican a matar el tiempo en nuestra presencia, a derrochar la vida ante nuestros ojos. Pero de morirse, ni hablar. Todos, seguros de sí mismos, viven como si conociesen las respuestas. Tener que verlos, oírlos, olerlos.
 Sabemos que nos hallamos en una isla, en medio de un mar de gente que nos amenaza. Que pretende contaminarnos con su apatía, su vulgaridad y esa negación, fruto de la autocomplacencia, de todo lo diferente, su usurpación de cualquiera que no sea como ellos. El populacho nos ha atacado y vencido mientras estábamos sin piel, sin protección, indefensos como un recién nacido. Nos ha empequeñecido con su enorme presencia sin que nosotros se lo hubiésemos pedido. Pero poco puede importarnos. Ya nada tiene arreglo.
 Hoy la pena sale armada a la calle. Hombres y mujeres se apartan a mi paso como borregos asustados, porque no distingo a nadie. […]

Así se soporta

 Así se soporta: no estando presente. Sucedió fuera, yo no sabía cómo reaccionar; estaba detrás de la ventana y no podía hacer nada, no podía estirar los brazos, no conseguía abrir la boca, no podía moverme, las piernas no me respondían. Me hallaba separado de ella. (Cuando llega es como si la experiencia quedara en suspenso. Uno contiene la respiración y no vuelve a soltar el aire hasta que todo ha concluido. En el momento mismo en que ha sucedido no hay nadie).
 La realidad como algo que existe fuera de nosotros, mientras que nosotros estamos dentro, prisioneros de nuestro propio ser: ese es el dilema que el trascendentalista norteamericano Ralph Waldo Emerson plantea con gran lucidez en su ensayo Experience al asegurar que la muerte de su pequeño Waldo no lo había afectado esencialmente. 
 "Animamos lo que podemos y sólo vemos lo que animamos". El sujeto nunca consigue liberarse de sus limitaciones para irrumpir en el otro lado.
 Ni siquiera la muerte de su hijo pudo conseguir que se liberara de sí mismo. ¿O quizá debería decir que precisamente la muerte de su hijo no podía conseguir algo así?
Resultado de imagen de la voz de la sombra thomese Uno se halla ante el acontecimiento en la más absoluta ignorancia. Lo nuevo, lo desconocido, no se ve. ¿Cómo podría ser de otro modo? Sólo conoce comparaciones, sólo ve una cosa en tanto que ésta se parezca a otra. En su cabeza van pasando vertiginosamente las páginas del Gran Libro de Imágenes del Propio Conocimiento. Se aferra a cosas que le son conocidas: pomo, lavabo, cable, fluorescente, pero la relación entre todas esas cosas se le escapa, la coherencia inusitada que constituye el ser irrepetible de esa situación. Borde de la cama de plexiglás, monitor, aguja del suero. La situación queda fragmentada en atributos y predicados.
 "No puedo sentirlo más cerca de mí -constata Emerson acerca de la imposibilidad de salvar la distancia entre sujeto y objeto-. Lo mismo sucede con la calamidad; no me afecta".
 Yo diría lo contrario. No que no me afecte, sino que soy yo el que no afecta a nada. La situación no me necesita, en cierto modo podría decirse que mi inoportuna presencia es lo que frena su realización. Soy yo el que hace incomprensible la situación al esforzarme denodadamente por comprenderla.
 Sin mí todo podría ser sencillamente lo que es, no tendría que operar esta penosa conversión a un lenguaje en el que no sabe cómo expresarse con propiedad.
Si yo quisiera abandonar la habitación, todo podría por fin derrumbarse tranquilamente.»
 
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Lumen, 2005, en traducción de Marta Arguilé Bernal, pp. 14, 23-25, 51-53 y 116-118. ISBN: 84-264-1480-X.] 
 

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