Capítulo X
«Suslevski hablaba apasionadamente. Había perdido la frialdad que lo caracterizaba en las emergencias. En su carrera había presentido muchas deserciones, otras las había provocado, pero en el caso de Sholossov se trataba de un hombre de su plena confianza. Él lo había llamado al Departamento de Investigaciones Especiales y, lo que era más grave, Sholossov era un símbolo. ¿No había sido delegado del Departamento a los dos últimos congresos del Partido? ¿No lo habían nombrado oficial emérito en dos oportunidades? Con su actitud moral, con su discurso iluminado, Sholossov era siempre quien mejor los podía representar. Si el Departamento debía ser una élite, él había sido su mejor bandera hasta entonces. Ahora, esa bandera parecía arriada.
De pronto, Mandaski pareció despertar.
-Deme un motivo, general. Uno sólo.
-Será parte de lo que tenga que resolver. No hay nada aparente, ninguna huella. Espero que usted lo haya conocido lo suficiente como para determinar en qué momento se quebró y empezó a colaborar con el enemigo. Sé que tendrá que abrirse paso con una amistad sobre las espaldas. Es un peso grande, pero confío en usted. Hemos revisado el expediente de Vladimir y sólo dos irregularidades. La primera es que en sus dos viajes anteriores también se atrasó. Entonces no le dimos importancia, ahora debemos suponer que estaba tanteando nuestra velocidad de reacción.
-Entiendo -dijo Mandaski-. Tratándose de Sholossov, nadie verificó un atraso.
-Tratándose de usted, coronel, nadie lo habría verificado tampoco -dijo Suslevski, encarando a Mikhail Fedorovitch con su mirada deslavada y ácida-. Deje el papel de censor a la comisión del Comité Central y pierda cuidado que será sobre las negligencias que ellos apuntarán primero. Asumo la responsabilidad. Un departamento de esta naturaleza está basado en la lealtad de sus miembros, no se lo puede dirigir con riendas. Si escarbo en su expediente encontraré más de una falta; sin ir más lejos, no informó de su viaje a Zelentchuk.
-Le recuerdo, general...
-No se disculpe -interrumpió Suslevski-. Siempre se tienen buenas razones para no acatar un reglamento. Preocúpese de la investigación, es todo lo que le pido. -Suslevski aguardó a que Mandaski se acomodara en su asiento y prestara atención. Al general parecían no preocuparle esas escaramuzas-. Como le dije -continuó-, hay dos irregularidades: una son los atrasos, la segunda es la inasistencia a los controles médicos durante los últimos dos años.
-A mí no me parece que sea una señal evidente de que planeara desertar.
-Son irregularidades -insistió Suslevski-, y, por último, debo ponerlo al tanto de una cuestión más delicada. Vladimir Sholossov participó en una operación especial hace treinta meses aproximadamente. De haber estado entonces relacionado con los americanos, éstos no habrían permitido que se llevara a efecto; sin embargo, fue exitosa. Podemos pensar que el sometimiento de Sholossov a los americanos, son las palabras de su hijo, debe haber sido posterior a esa fecha.
-¿Una muerte? -murmuró Mandaski.
Suslevski asintió con la cabeza y agregó:
-Una mujer.
Mandaski tuvo un gesto de sorpresa y dijo:
-Imagino de qué se trata. ¿No puede haberle afectado?
-¿A usted lo habría afectado? Vladimir es un hombre que hizo la guerra y no era la primera operación de este tipo en la que participaba. No se iba a afectar por algo así -aseguró Suslevski, y por dentro sintió un enorme alivio porque en la pregunta de Mandaski había reconocido al investigador; había logrado que Mikhail Fedorovitch aceptara la posibilidad de la quiebra de Sholossov. Ya tenía a su hombre para investigar. Ahora sólo faltaba despertar al cazador que había en él.
-Usted conocía a Stanislas -dijo-. ¿Qué tipo de muchacho era?
-Jamás habría imaginado que pudiera suicidarse.
-No fue capaz de enfrentar una situación. Nuestro problema es cuál era esa situación.
-Era un joven enigmático -murmuró Mandaski tomando la carpeta de sobre el escritorio-. Cuando niño, era muy cercano a Vladia, después parecieron más distanciados. En todo caso hablaba poco y Vladia, cuando se refería a él, lo hacía siempre con cariño. -Mandaski recorrió las hojas de la carpeta y comento-: Aquí no hay mucho que digamos.
-¿Qué esperaba? No es el tipo de persona sobre el cual se recibe información todos los días. Era el hijo de Vladimir. Todo lo que la gente de Interior tenía, está en esa carpeta.
-No se puede decir que haya sido ejemplar -comentó Mandaski.
-Tal vez porque sólo están los pecados de juventud. Chocó en el auto de su padre cuando aún no tenía permiso de conducir y le costó quince días de detención.
-¿Vladia no hizo nada?
-Nada -sentenció Suslevski-. Habría sido contrario a sus principios. Al menos, a sus principios de entonces. Tampoco lo ayudó cuando el muchacho se presentó para un puesto de mecánico en el Departamento de Mantenimiento del Ministerio. Hablé con el encargado del Departamento y, según él, llamó a Vladia porque Stanislas no había obtenido buenos resultados en la escuela de mecánica y se recomendaba mandarlo al campo por un tiempo. No le extrañará que Vladia haya desaconsejado la contratación. Si en la escuela decían al campo...
-Al campo con él -imitó Mandaski a Vladimir Sholossov.
-Así es; aparentemente el mismo Vladia de siempre -continuó Suslevski-. Las malas notas de Stanislas eran en Matemáticas y en Economía Política y, según el encargado de mantenimiento, esas materias no le habrían sido muy necesarias en el puesto que pretendía. Ese Stanislas sólo pensaba en motores y en mujeres. Era un Rasputín moderno. Tomaba lo que viniera.»
[El extracto pertenece a la edición de Editorial Bruguera. ISBN: 84-02-10736-2.]