Libro I.
Capítulo VII: Estudia gramática con un dómine que, por lo que toca al entendimiento, no se podía casar sin dispensación con el cojo de Villaornate
«2. Luego, pues, que llegó San Lucas, el mismo Antón llevó
a su hijo a presentársele y a recomendársele al dómine. Era éste un hombre
alto, derecho, seco, cejijunto y populoso; de ojos hundidos, nariz adunca y
prolongada, barba negra, voz sonora, grave, pausada y ponderativa; furioso
tabaquista, y perpetuamente aforrado en un tabardo talar de paño pardo, con uno
entre becoquín y casquete de cuero rayado, que en su primitiva fundación había
sido negro, pero ya era del mismo color que el tabardo. Su conversación era
taraceada del latín y romance, citando a cada paso dichos, sentencias,
hemistiquios y versos enteros de poetas, oradores, historiadores y gramáticos latinos
antiguos y modernos, para apoyar cualquiera friolera. Díjole Antón Zotes que
aquel muchacho era hijo suyo, y que, como padre, quería darle la mejor crianza
que pudiese.
—Optime enim vero (1)—le interrumpió
luego el dómine—, ésa es la primera obligación de los padres, máxime cuando
Dios les ha dado bastantes conveniencias. Díjolo Plutarco: Nil antiquius,
nil parentibus sanctiusy quam ut filiorum curam habeant: Us praesertim quos
Pluto non omnino insalutatos reliquit (2).
Añadió Antón Zotes
que él había estudiado también su poco de gramática, y quería que su hijo la
estudiase.
—Qualis pater,
talis filius —le replicó el preceptor—, aunque mejor lo dijo el otro,
hablando de las madres y de las hijas: De meretrice puta, quod sit semper
filia puta. Nam sequitur leviter filia matris iter (3). Lo que ya vuestra
merced ve cuan fácilmente se puede acomodar a los hijos respecto de los padres;
y obiter (4)
sepa vuestra merced que a éstos llamamos nosotros versos leoninos; porque así
como el león (animal rugibile le define el filósofo), cuando enrosca la
cola, viene a caer la extremidad de ella (cauda caudaet, cola de la cola
la llamé yo en una dedicatoria a la ciudad de León) sobre la mitad del cuerpo o
de la espalda de la rugible fiera; así la cola del verso, que es la última
palabra, como que se enrosca y viene a caer sobre la mitad del mismo verso. Nótelo
vuestra merced en el hexámetro, puta-puta clavado; después en el
pentámetro, iter-leviter de quien iter es eco. Porque, aunque un moderno (quos neotericos
dicimus cultissimi latinorum [5]) quiera decir que
esto de los ecos es invención pueril, ridícula y de ayer acá, pace tanti
viri (6), le diré yo en sus
mismas barbas que ya en tiempo de Marcial era muy usado entre los griegos; justa
Illud: Nusquam Graecula quod recantat echo (7). Y si fuera menester
citar a Aristóteles, a Eurípedes, a Calimaco y aún al mismo Gauradas, que no porque
sea un poeta poco conocido deja de tener más de dos mil años de antigüedad, yo
le haría ver luce meridiana clarius, si era o no era invención moderna
esto de los ecos; y luego le preguntaría si era inverisímil que inventase una cosa
pueril y ridícula un hombre que se llamaba Gauradas. O furor! O insania
maledicendi!
3. —Pues, señor —prosiguió Antón Zotes—, este
niño muestra mucha viveza, aunque no tiene más que diez años.
—Aetas humanioribus litteris
aptissima —interrumpió el pedante—, como dijo Justo Lipsio, y
aun con mayor elegancia en otra parte: decennis Romanae linguae dementis maturatus (8). Porque si bien es
verdad que de esa y aun de menor edad se han visto en el mundo algunos niños
que ya eran perfectos gramáticos, retóricos y poetas (quos videre sid apud
Anium Viterbiensem de Praecocibus mentis partubus [9]) pero ésos se
llaman con razón monstruos de la naturaleza: monstrum horrendum ingens. Y
Quinto Horacio Flaco (quem Lyricorum Antistitem extitisse, mortalium nemo iverit
infitias [10]) no gustaba de
esos frutos anticipados, pareciéndole que casi siempre se malograban; y así solemne
erat illi dicere: odi puero praecoces fructus (11).
—Y el cojo de
Villaornate, que fue su maestro... —iba a proseguir el buen Antón.
—Tenga vuestra merced —le cortó el enlatinizado dómine—. Siste
gradum, viator (12).
¿El cojo de Villaornate fue maestro de este niño?
—Sí, señor —respondió
el padre.
—O fortunate
note! —exclamó el eruditísimo preceptor— ¡Oh niño mil veces afortunado!
Muchos cojos famosos celebró la antigüedad, como lo habrá leído vuestra merced
en el curiosísimo tratado De claudis non claudicantibus, de los cojos
que no cojearon, tomando el presente por el pretérito, según aquella figura
retórica praesens pro praeterito, a quien nosotros llamamos enálage: tratado
que compuso un preboste de los mercaderes de León de Francia, llamado monsieur Pericón,
porque, sépalo usted de paso, en Francia hasta los pericones son monsieures y
pueden ser prebostes Imo potius (13) sin recurrir a
tiempos antiguos novissimis hi temporibus (14), en nuestros días
hubo en la misma Francia un celebérrimo cojo, llamado Gil Menage, que aunque no
fue cojo natura sua, al fin, sea como se fuese, él fue cojo real y
verdadero, esto es, cojo realiter, et a parte rei, come se explica con
elegancia el filósofo; y no obstante de ser cojo, él era hombre sapientísimo: Sapientissimus
claudorum quotquot fuerunt, et erunt (15), que dijo
doctamente Plinio el Mozo. Pero, meo videri, en mi pobre juicio todos
los cojos antiguos y modernos fueron cojos de teta respecto del cojo de
Villaornate; hablo intra suos limites, en su línea de maestro de niños,
y por eso dije que este niño había sido mil veces afortunado en tener tal maestro: O fortunate
nate!
4. —No lo es menos
—prosiguió Antón Zotes— en que vuestra merced lo sea suyo.
—Non laudes
hominem in vita sua; lauda post mortem —dijo mesurado el dómine—. Son
palabras del Espíritu Santo, pero mejor lo dijo el profano: Post fatum
laudare decet, dum gloria certa (16).
—Señor preceptor,
¿mejor que el Espíritu Santo? —le preguntó Antón Zotes.
—Pues, iqué!
¿Ahora se escandaliza vuestra merced de eso? ¿Cuántas veces lo habrá oído en
esos púlpitos a predicadores que se pierden de vista? «Así el Profeta Rey, así
Jeremías, así Pablo, pero yo de otra manera.» Eso, ¿qué quiere decir, sino:
«pero yo lo diré mejor»? Praeter quam quod (17), yo no digo que
el dicho sea mejor, sino que está mejor dicho, porque las palabras de la
Sagrada Escritura son poco a propósito para confirmar las reglas de la
gramática: Verba Sacrae Scripturae grammaticis exemplis confirmandis parum
sunt idónea.
—Eso ya lo leí yo en no sé qué libro, cuando estudiaba en
Villagarcía —replicó el buen Antón—, y cierto que no dejó de escandalizarme.
—A ése llaman los
teólogos —dijo el dómine— scandalum pusillorum, escándalo de los
parvulillos; y aunque dicen que no debe despreciarse, y en este particular me
parece que llevan razón; pero también dicen ellos otras mil cosas harto despreciables,
por más que ellos las digan.
5. —Yo no me meto
en esas honduras —respondió el bonazo de Antón Zotes—, y lo que suplico a
vuestra merced es que me cuide de este muchacho, que yo cuidaré de
agradecérselo, y que le mire como si fuera padre suyo.
—Prima
magistrorum obligatio —respondió el dómine— quos discipulis parentum
loco esse decet, dijo a este intento Salustio. «Es la primera obligación
del maestro tratar a los discípulos como hijos, porque ellos están en lugar de padres.»
Y dime, hijo —le preguntó al niño Gerundio, mirándole entre recto y cariñoso—
¿has estudiado algunos cánones gramaticales?
—No, señor —respondió
el chico prontamente—, los cañones que yo traigo no son grajales, que son
plumas de pato que mi madre se las quitó a un pato grande que tenemos en casa.
¿No es así, padre?
—Non quaero a te hoc, no te pregunto eso;
preguntóte si traes alguna talega.
—Señor, la talega era cuando andaba en sayas,
pero después que me puso calzones, me la quitó señora madre.
—Non valeo a risu temperare (18) —dijo el dómine.
Y en medio de su grande seriedad, soltó una
carcajada, añadiendo;
—Ingenium errando probat, aun en los
desaciertos muestra su viveza. Hijo, lo que te pregunto es si has estudiado algo
del arte.»
[1] Muy bien, pero…
[2] “Nada más antiguo, ni más santo en los padres que el que cuiden bien de sus hijos; especialmente en los que Plutón no olvidó”, es decir, en aquellos que tienen medios económicos.
[3] “Piensa que la hija de la meretriz será siempre puta, pues la hija sigue con facilidad el camino de la madre.”
[4] De pronto.
[5] “A los que los más cultos de los latinos llamamos neotéricos.” Llamaban neotéricos a los que seguían las nuevas ideas filosóficas, en contra de las aristotélicas.
[6] Con el permiso de tan alto personaje.
[7] “A propósito de lo cual: Nunca resuena [en mis versos] el eco de los griegos”.
[8] “Edad aptísima [para el estudio] de las letras humanas [Humanidades]... Maduro a los diez años, gracias a los conocimientos de la lengua romana.”
[9] “Lo que puede ver, si quiere, en Annio de Viterbo, Sobre los precoces frutos de la mente”.
[10] “A quien ninguno negará ser el primero de los líricos.”
[11] “Solía decir: odio en el niño los precoces frutos.”
[12] Párate, caminante.
[13] Más aún.
[14] En estos últimos tiempos.
[15] El más sabio de cuantos cojos ha habido y habrá.
[16] “Conviene alabar [al hombre] después de su muerte, cuando la gloria es cierta.”
[17] Fuera del cual.
[18] "No puedo contener la risa".
[El extracto pertenece a la edición de Planeta. ISBN: 84-320-6978-7.]
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