II.- Anquetil
«-Es usted un tipo bien raro -dijo Sebastian.
-¿Te parezco raro? Te aseguro que igual de raro me pareces tú a mí. Hay varias cosas que quisiera decirte. ¿Hablamos?
-¿Así? -dijo Sebastian.
-No, así no -dijo Anquetil, y tiró de él, de modo que quedaron sentados frente a frente-. Pero nos quedaremos aquí, si no te molesta. Al fin y al cabo, date cuenta: el azar de tu nacimiento te ha dado muchísimas ventajas sobre mí, así que es justo que yo aproveche al máximo la única ocasión en que probablemente vamos a estar de igual a igual. Tu seguridad personal queda garantizada, y mi vanidad personal queda satisfecha. No te aburrirás. Te voy a entretener con algunos comentarios sobre tu vida y la mía.
-Evidentemente, es usted un bromista -dijo Sebastian-, pero me gusta su sentido del humor. Hable todo lo que quiera.
-Yo soy un hombre del pueblo -dijo Anquetil-. Mi padre tenía un barco de pesca en un pueblecito del Devonshire. Yo quise ser marino, pero en vez de eso me enviaron a la escuela, y tuve la sensatez de no escaparme. Soy, ya ves, eminentemente sensato y práctico. Trabajé mucho; era listo; conseguí una beca; acabé yendo a Oxford. Todo el tiempo seguía pensando en embarcarme, pero fui lo bastante paciente para esperar y lo bastante astuto para no subestimar el valor de la educación. Cuando salí de Oxford conocí a un hombre que preparaba una expedición a Siberia; me pidió que fuese con él. Íbamos a buscar mamuts. Encontramos mamuts fósiles a orillas de ríos helados, y por los restos de comida que todavía tenían entre los dientes pudimos averiguar algunas cosas interesantes sobre su régimen alimenticio. Estuvimos en eso año y medio; y, como nuestras investigaciones tuvieron cierto éxito, desde entonces nunca me ha faltado trabajo. Tú ya sabes bastante acerca de mis diversas empresas, así que no hay necesidad de que ahora te las relate. Únicamente quería subrayar la diferencia que hay entre nuestras vidas.
-Un momento -dijo Sebastian-. Yo estoy ahora en Oxford. Estoy donde usted estaba hace veintitantos años. ¿Cómo sabe lo que va a ser mi vida cuando termine?
Anquetil se echó a reír.
-Hijo mío, tu vida está programada desde el día en que naciste. Fuiste a una escuela preparatoria; fuiste a Eton; ahora estás en Oxford; entrarás en la Guardia Real; tendrás varios amoríos, casi todos con casadas del gran mundo; frecuentarás las casas opulentas de la alta sociedad; participarás en el ceremonial de la corte; vestirás un uniforme blanco y rojo, y estarás muy guapo con él; serás adulado y perseguido por todas las madres de Londres; al cabo, te comprometerás con una señorita conveniente; te casarás con ella en la capilla de aquí, y oficiará el obispo de la diócesis; engendrarás un heredero y varios niños más, dignos de ser retratados por Hoppner; después tomarás la costumbre de ser infiel a tu mujer, y ella a ti; los dos lo sabréis y los dos, por educación y por la fuerza de la civilización, acordaréis tácitamente desconocer vuestras mutuas infidelidades; pronunciarás algún que otro discurso en la Cámara de los Lores; te concederán la Jarretera; enviarás a tus hijos varones a una escuela preparatoria, Eton, Oxford y la Guardia Real; después de cenar hablarás sobre el socialismo y el desarrollo de la democracia; tendrás preocupaciones, pero no aflicciones serias; el doce de agosto te irás al norte a cazar el lagópodo, el uno de octubre cazarás faisanes; saldrás fotografiado en la prensa ilustrada, apoyado en una horquilla, con dos perros y un cargador; celebrarás tus bodas de oro; portarás una espuela o un casco en la siguiente coronación; empezarás a preguntarte si tu hijo (de cincuenta y un años de edad) querrá que te mueras; le darás gusto muriéndote por fin y tu ataúd será llevado al mausoleo de la familia sobre un carretón, acompañado de un cortejo de tus empleados y colonos. Y durante todos esos años, jamás escaparás de Chevron.
-Es que yo no quiero escapar de Chevron -dijo Sebastian.
-No -dijo Anquetil, variando un poco de postura-, tú no quieres escapar de Chevron. Crees que le tienes cariño, que le sirves con contento y alegría, pero en realidad eres su víctima. Un lugar como Chevron es, en realidad, un déspota de los más siniestros: de los que ocultan su tiranía tras una máscara de amor. ¿Te gustaría saber lo que piensa un hombre como yo de un sitio como Chevron? Me fascina, me horroriza y me escandaliza. Recuerda que yo vengo de una casa humilde y desde que tengo uso de razón estoy acostumbrado a ver familias que viven pobremente y hacinadas. Pero no es el contraste lo que me escandaliza. No es el hecho de que tú tengas cincuenta criados a sueldo y puedas elegir tu dormitorio entre trescientas o cuatrocientas habitaciones, cuando en otras partes hay padres e hijos durmiendo juntos en una cama. No. Es el efecto de eso sobre ti. A ti no se te permite ser un agente libre. Tu vida está programada desde el primer día. Te voy a dar el beneficio de la duda. Voy a conceder que probablemente cumplas con tus deberes según tu recto entender, que seas amigo de tus colonos, mandes con justicia sobre tus servidores, presidas asambleas, te ganes el respeto de tus iguales -todo esto una vez que hayas dejado de ser un joven botarate-, pero estarás muerto, serás una imagen disecada.
-Es usted muy elocuente -dijo Sebastian-, y su sarcasmo me inquieta, pero ¿está en lo cierto? Qué duda cabe de que se podría llevar una vida peor.
-Además -prosiguió Anquetil, haciendo oídos sordos-, existe otro peligro del que difícilmente vas a poder escapar. El peso del pasado. No sólo estimarás los objetos materiales porque sean viejos -no soy tan superficial que te vaya a reprochar una debilidad tan inofensiva-, sino que, y esto sí que es dañino, venerarás ciertas ideas e instituciones porque llevan mucho tiempo existiendo; tanto como para que te parezcan absolutas e inalterables. Eso es una verdadera atrofia del alma. Heredas tu código ya hecho. Esa figura de cera llamada El Caballero estará continuamente haciéndote visajes. Así, no podrás nunca olvidar las buenas maneras, pero sí destrozar un corazón y creerte más bien importante por eso. No podrás defraudar a los demás, pero te defraudarás a ti mismo y jamás harás pedazos tus convencionalismos. No dirás nunca mentiras (mentiras evitables), pero siempre le tendrás miedo a la verdad. No te preguntarás nunca por qué sigues determinada conducta; la seguirás porque es lo que hay que hacer. Y de todo eso tiene la culpa el pasado: la herencia, la tradición, la educación; tu nodriza, tu padre, tu preceptor, tu colegio, Chevron, tus antepasados, todo. Estás condenado, mi pobre Sebastian; no hay quien te salve. Aunque intentaras desatarte, sería en vano. Tus peores excesos encajarán en algún casillero. La cómoda expresión "locuras de juventud" te cubrirá de los veinte años a los treinta. La cómoda palabra "excéntrico" te cubrirá de los treinta hasta la muerte. "Un noble excéntrico". Eso es lo más a que puedes aspirar. Pero, aunque te bambolees en tu órbita, escapar de ella no podrás nunca.
-Ni pueden los planetas -dijo Sebastian, alzando la vista a Júpiter.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Espasa Calpe. ISBN: 84-239-7194-5.]
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