martes, 7 de noviembre de 2017

"El hombre que confundió a su mujer con un sombrero".- Oliver Sacks (1933-2015)


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12.-Una cuestión de identidad

«En una ocasión el señor Thompson se fue de viaje identificándose en recepción como "el reverendo William Thompson", pidió un taxi y salió a pasar el día fuera. El taxista, con el que hablamos más tarde, dijo que nunca había tenido un pasajero tan fascinante, pues el señor Thompson le contó una historia tras otra, historias asombrosamente personales, llenas de aventuras fantásticas. "Parecía haber estado en todas partes, haberlo hecho todo, haber conocido a todo el mundo. Yo apenas podía creer que fuese posible tanto en una sola vida", explicó. "No es exactamente una sola vida", le contestamos. "Es un caso muy raro... Una cuestión de identidad."
 Jimmie G., otro paciente con síndrome de Korsakov, del que ya he hablado por extenso (capítulo dos), hacía mucho que se había aliviado de su Korsakov agudo, y parecía haberse asentado en un estado de desvinculación permanente (o quizás un sueño permanente con apariencia de presente o una reminiscencia del pasado). Pero el señor Thompson, nada más salir del hospital (su síndrome de Korsakov se había manifestado hacía sólo tres semanas, en que le sobrevino fiebre alta, empezó a delirar y dejó de reconocer a la familia) aún seguía en ebullición, aún se mantenía en un delirio confabulatorio casi frenético (del tipo a veces denominado "psicosis de Korsakov", aunque no sea en modo alguno una psicosis), creando continuamente un mundo y un yo, para sustituir al continuamente olvidado y perdido. Este frenesí puede producir potencialidades de invención y de fantasía sumamente brillantes (un auténtico genio confabulatorio), pues el paciente debe literalmente hacerse a sí mismo (y construir su mundo) a cada instante. Nosotros tenemos, todos y cada uno, una historia biográfica, una narración interna, cuya continuidad, cuyo sentido, es nuestra vida. Podría decirse que cada uno de nosotros edifica y vive una "narración" y que esta narración es nosotros, nuestra identidad.
 Si queremos saber de un hombre, preguntamos "¿cuál es su historia, su historia real interior?", porque cada uno de nosotros es una biografía, una historia. Cada uno de nosotros es una narración singular, que se construye, continua, inconscientemente, por, a través de y en nosotros, a través de nuestras percepciones, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones; y, en el mismo grado, nuestro discurso, nuestras narraciones habladas. Biológica, fisiológicamente, no somos distintos unos de otros; históricamente, como narraciones, somos todos únicos.
 Para ser nosotros mismos hemos de tenernos a nosotros mismos, hemos de poseer, de reposeer si es preciso, nuestras historias biográficas. Hemos de "recolectar" nosotros mismos, recolectar el drama interior, la narración, la nuestra, la de nosotros mismos. El individuo necesita esa narración, una narración interior continua, para mantener su identidad, su yo.
 Esta necesidad narrativa es, quizás, la clave de la fantasía desesperada del señor Thompson, de su verbosidad. Privado de continuidad, de una narración interior continua y tranquila, se ve empujado a una especie de frenesí narrativo, de ahí sus historias incesantes, sus fabulaciones, su mitomanía. Al no poder mantener una narración auténtica o una continuidad, al no poder mantener un mundo interior auténtico, se ve empujado a la proliferación de pseudonarraciones, a una pseudocontinuidad, a pseudomundos poblados por pseudoagentes, por fantasmas.
 ¿Y cómo le va al señor Thompson? Superficialmente, parece un comediante entusiasta. La gente dice: "Es tremendo." Y hay mucho de burlesco en esta situación , en la que podría basarse una novela cómica. Es cómico, pero no es sólo cómico... es también terrible. Pues se trata de un hombre que, en cierto sentido, está desesperado, frenético. El mundo desaparece incesantemente, pierde sentido, se esfuma... y él ha de buscar sentido, elaborar sentido, de un modo desesperado, inventando continuamente, tendiendo puentes de sentido para salvar abismos de insensatez, el caos que se abre continuamente a sus pies.
 Pero, ¿sabe, siente esto el propio señor Thompson? Después de considerarlo "tremendo", "muy simpático", "muy divertido", la gente siente inquietud, miedo incluso, por algo que hay en él. "No para", dicen. "Es como si estuviese corriendo en una carrera, como si intentase alcanzar algo que siempre se le escapa." Y, verdaderamente, nunca puede parar de correr, porque esa brecha de la memoria, de la existencia, del sentido, no se cura nunca, hay que tender puentes, hay que poner "remiendos", a cada instante. Y los puentes, los remiendos, pese a toda su brillantez, no funcionan... porque son confabulaciones, ficciones, que no pueden sustituir a la realidad, y que no se corresponden además con ella. ¿Siente esto el señor Thompson? O, dicho de otro modo, ¿cuál es su "sentido de la realidad"? ¿Se siente atormentado continuamente, siente la angustia del hombre perdido en la irrealidad que lucha por superar su situación mediante ilusiones, invenciones incesantes que son también totalmente irreales, en las que se hunde? Es indudable que no se siente muy a gusto... tiene siempre una expresión tensa, crispada, como de un hombre sometido a una presión interior continua; y de cuando en cuando, no muy frecuentemente, o enmascarada si aparece, una expresión de desconcierto patente, franco, patético. Lo que salva por una parte al señor Thompson, y lo condena por otra, es la superficialidad forzada o defensiva de su vida: la forma en que se halla reducido, en realidad, a una superficie, brillante, temblequeante, iridiscente, en perpetuo cambio, pero a pesar de todo una superficie, una masa de ilusiones, un delirio, sin profundidad.
 Y unido a esto, ningún sentido de que ha perdido el sentido (precisamente porque lo ha perdido), ningún sentido de que ha perdido la profundidad, esa profundidad insondable, misteriosa, de infinitos niveles, que define de algún modo la identidad o la realidad. Esto es algo que resulta evidente para todos los que han estado en contacto con él durante un tiempo... Que bajo su facilidad, su frenesí incluso, hay una extraña pérdida de sentido... ese sentido, o juicio, que diferencia entre "real" e "irreal", "verdadero" y "no verdadero" (no se puede hablar de "mentira" en este caso, sólo de "no verdad"), importante y trivial, relevante e irrelevante. Lo que brota, torrencialmente, en su confabulación inacabable, tiene, por último, una cualidad peculiar de indiferencia... como si no importase en realidad lo que dijese, o lo que cualquier otro hiciese o dijese; como si ya nada importase en realidad.»
 

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