Acto I. Escena I
La calle
Entra Sir Timothy Treat-All, seguido por Tom Wilding, sin tocado, Sir Charles Meriwill, Fopington y un lacayo con capa
«Sir Timothy: No me molestes más: pues estoy resuelto, sordo y obstinado, ya ves, y demás.
Wilding: Os lo ruego, tío, escuchadme.
Sir Timothy: No.
Wilding: Querido tío...
Sir Timothy: No.
Wilding: Os mortificaréis...
Sir Timothy: No.
Wilding: Por lo menos oíd lo que tengo que deciros, señor.
Sir Timothy: No, te he oído demasiadas veces, señor, hasta el punto en que me has sacado un buen puñado de miles; te he sacado de las garras de todos los alguaciles, sargentos y policías del lugar, señor; te he librado de las manos de todos los cirujanos, apotecarios y médicos pustulosos que alguna vez hayan afirmado curar enfermedades incurables; y te he hecho tachar de los libros de todos los merceros, vendedores de sedas, cambistas, sastres, zapateros y costureras; con el resto de la desmedida lista de tribus de la Ciudad de largas cuentas que tuvieron la credulidad suficiente para fiarte, y creyeron que yo era lo suficientemente tonto para pagar.
Sir Charles: Pero, pensad, señor, que es de vuestra propia sangre.
Sir Timothy: Eso es más de lo que quisiera jurar.
Sir Charles: Vuestro único heredero.
Sir Timothy: Eso es más de lo que vos o cualquiera de sus sabios camaradas pueda asegurar, señor.
Sir Charles: ¿Por qué sus sabios camaradas? ¿Tenéis algo que objetar con respecto a las personas a las que frecuenta? Esto me desacredita a mí y al joven Dresswell, señor, ambos hombres de buena cuna y de fortuna.
Sir Timothy: Bueno, mi buen sir Charles Meriwill, dejadme que os diga, ya que queréis sacar el tema, que vos y el joven Dresswell sois capaces de pervertir, destruir y aturullar a todos los mequetrefes imitadores de la ciudad.
Sir Charles: ¿Cómo decís, señor?
Sir Timothy: No, no os ofendáis, señor; pues tengo seis mil libras al año y no tengo en mucho a ningún hombre. Tampoco hablo tanto de vos como individuo como de las personas de las que os rodeáis, tories pendencieros como éstos (a Fopington), que son las sabandijas de un joven heredero y le morderían mil veces por muy poca cosa.
Fopington: ¡Maldición! ¿Os referís a mí, señor?
Sir Timothy: Sí, a vos, señor. No, no me miréis así, señor; no os tengo miedo. Las bravatas de nadie merecen esto, en la Ciudad, excepto del alguacil. Nadie se atreve a envalentonarse aquí salvo en nombre del rey.
Sir Charles: Señor, confieso que era su culpa.
Sir Timothy: Sir Charles, gracias a Dios, podéis ser lascivo, tenéis abundante fortuna, podéis beber, ir de putas, apostar y jugar con el diablo; además, vuestro tío sir Anthony Meriwill piensa legaros toda su fortuna. Pero los pisaverdes como éste, y mi lechuguino de moda aquí presente, ¿con qué rostro, conciencia o religión pueden ser lascivos y viciosos, mantener a sus putas, coches, lujosas caballerizas y demás, ellos que viven de la caridad y de los pecados de la nación?
Sir Charles: Si tiene vicios de juventud, también tiene virtudes.
Sir Timothy: Sí, las tenía. Pero no lo sé, lo habéis hechizado entre todos (llorando). Antes de convertirse en tory, era un joven sobrio y cortés y era algo religioso, leía sus oraciones por la noche y por la mañana con admirable voz y gritaba "Amén" al final. Alegraba el corazón oírlo. Llevaba ropas decentes, sólo se emborrachaba por las noches de ayuno y juraba los domingos y fiestas de guardar, entonces yo tenía esperanzas para su futuro. (Llorando aún.)
Wilding: Sí, que Dios me perdone.
Sir Charles: Pero señor, se ha convertido en un hombre nuevo, se está deshaciendo de todas sus mujeres, no se emborracha más de cinco o seis veces por semana, sólo jura cada cuarto de hora y no juega desde hace dos días...
Sir Timothy: Entonces es que llevaba al diablo en el bolsillo.
Sir Charles: Empieza a frecuentar cafés, habla seriamente en la Ciudad, habla escandalosamente del gobierno y se burla abominablemente del papa y el rey de Francia.
Sir Timothy: Sí, sí, pero de esta forma no me va a sacar ni una guinea inglesa; así se lo dije ayer.
Wilding: Así es, señor.
Sir Timothy: Sí, y ya que lo mencionas, tú te burlaste de mí, jurando que yo sólo amaba y honraba al rey en las monedas.
Sir Charles: ¿Es posible, señor?
Wilding: Que Dios me perdone, señor; confieso que estaba un poco traspuesto.
Sir Timothy: Sí, así parecía, pues se equivocó de alcoba y se acostó en la de mis doncellas.
Sir Charles: ¿Cómo? ¡Se acostó con vuestras doncellas! Desde luego, debería darle vergüenza, señor.
Sir Timothy: No, no, si se jacta de ello, señor. ¡El maldito pecado de la jactancia! Bien estaban, digo yo, los días del viejo Oliver; mediante una ley prudente, condenaba a muerte al que se jactara. Así en aquel tiempo un hombre podía irse de putas todo lo que le apeteciera y nadie se enteraba.
Sir Charles: Es verdad, señor, y en aquel tiempo los hombres se las daban de personas sobrias y religiosas y las mujeres de púdicas santas...
Sir Timothy: Sí, no había escándalos entonces. Pero ahora no sólo se jactan de lo que hacen sino también de lo que no hacen.
Wilding: Yo me ocuparé de que ese defecto se subsane, señor.
Sir Timothy: Sí, yo también, si la pobreza tiene algún poder de mortificación. Ve con Dios, señor. (Se marcha.)
Wilding: Esperad, señor, ¿estáis decidido a ser tan cruel y arruinar todas mis fortunas pendientes?
Sir Timothy: Religiosamente...
Wilding: ¿De veras?
Sir Timothy: De veras.
Wilding: Maldición, robaré.
Sir Timothy: Hazlo y te ahorcarán.
Wilding: No, me haré papista.
Sir Timothy: Hazlo y te condenarán.»
[El extracto pertenece a la edición en español de editorial Cátedra, en traducción de Elizabeth Power. ISBN 84-376-2285-9.]
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