Capítulo XIII.- Sobre el pueblo de Zu-Vendis
«Otra fuente de poder de los sacerdotes es su monopolio de la educación y sus conocimientos, muy considerables, de astronomía, lo que les capacita para mantener el control del pueblo al predecir los eclipses y la llegada de los cometas. En Zu-Vendis sólo algunos individuos de las clases más altas pueden leer y escribir, pero la mayoría de los sacerdotes poseen este conocimiento y, por lo tanto, son considerados como hombres instruidos.
La ley del país es, en su conjunto, bondadosa y justa, pero difiere en muchos aspectos de la ley de los países civilizados. Por ejemplo, la ley en Inglaterra es mucho más severa en el tema de los delitos contra la propiedad que contra la persona, como sucede entre aquellos cuya pasión dominante es el dinero. Un hombre puede darle palizas a su mujer hasta la muerte o infligirles horribles sufrimientos a sus hijos y sufrirá un castigo mucho menor que el que pueda cometer un ladrón por robar un par de viejas botas. En Zu-Vendis esto no es así, puesto que consideran a las personas mucho más importantes que los bienes o los enseres, mientras que en Inglaterra se las considera como una añadidura a estos últimos y no al contrario. El castigo por el asesinato es la muerte; por la traición, la muerte; por engañar a un huérfano o a una viuda, por el sacrilegio y por intentar huir del país (que se considera un sacrilegio), la muerte. En cada caso el método de ejecución es el mismo y desde luego es espantoso. El culpable es arrojado vivo en el horno devorador que hay debajo de uno de los altares dedicados al Sol. Para todos los demás delitos, incluyendo el de la pereza, el castigo es el de trabajos forzados en los enormes edificios del país que siempre se están construyendo en alguna parte del territorio, con o sin palizas periódicas, dependiendo del crimen.
El sistema social de Zu-Vendis permite una libertad considerable al individuo, siempre y cuando obedezca las leyes y las costumbres del país. Son polígamos en teoría, aunque la mayoría de ellos tienen una sola esposa, debido a su alto coste. Por la ley un hombre está obligado a proporcionar un hábitat separado a cada una de sus mujeres. La primera esposa es también la esposa legal y a sus hijos se les llama "los de la casa del padre". Los hijos de las otras esposas pertenecen a las casas de sus respectivas madres. Esto no implica, sin embargo, ninguna infamia ni sobre la madre ni sobre los hijos. Una primera esposa puede, al casarse, hacer un trato con su marido para que no se case con otra mujer. Sin embargo, esto no suele hacerse, ya que las mujeres son las grandes defensoras de la poligamia, que no sólo les conviene porque superan en número a los hombres, sino que además dignifica a la primera esposa, que es prácticamente la dueña de otras muchas casas. El matrimonio se contempla principalmente como un contrato civil y supone ciertas obligaciones, además de la de traer hijos al mundo; puede disolverse por voluntad de ambas partes contratantes y el divorcio o separación se formaliza con una ceremonia en la que se recorre el camino contrario al de la boda.
Los habitantes de Zu-Vendis son en su mayoría muy amables, complacientes y alegres. No son grandes comerciantes, se preocupan poco del dinero, y sólo trabajan para ganar lo que les permita mantener el estatus social en el que han nacido. Son extremadamente conservadores y miran con reticencia los cambios. Su moneda corriente es la plata, cortada en pequeños rectángulos de diferentes pesos; el oro es una moneda inferior y tiene más o menos el mismo valor que nuestra plata. Sin embargo, es muy apreciado por su belleza y lo usan con frecuencia en los adornos y con fines decorativos. La mayoría del comercio, no obstante, se lleva a cabo por medio del trueque y el pago se efectúa en especie. La agricultura es el gran negocio del país y, realmente, los habitantes de Zu-Vendis son expertos labradores y la mayoría de las tierras están cultivadas. Se le presta mucha atención a la cría de ganado y de caballos y esta última actividad la realizan con el mayor esmero que yo haya visto jamás en África o en Europa.
La tierra pertenece teóricamente a la corona y bajo la corona se encuentran los grandes señoríos, que de nuevo se dividen en otros más pequeños, y así hasta llegar a los campesinos y granjeros, que trabajan cuarenta reestu (acres) en un sistema en el que la mitad de los beneficios hay que entregarlos al señor inmediatamente superior. De hecho, todo el sistema es, como ya he dicho, feudal y nos sorprendió mucho encontrarnos con un amigo tan viejo en el corazón de África.
Los impuestos son muy altos. El Estado se lleva un tercio de las ganancias de cada ciudadano y los sacerdotes un cinco por ciento de lo que queda. Pero por otra parte, si un hombre por cualquier causa cae de bona fide, en desventura, el Estado le proporciona los medios para poder vivir en la posición que le corresponde. Si es un vago, sin embargo, es enviado a trabajar a las obras del Gobierno y el Estado cuida de su esposa y de sus hijos. El Estado también construye las carreteras y las casas de todas las ciudades, en lo que pone mucho esmero, ya que las alquila a las familias por rentas muy bajas. También mantiene un ejército de unos veinte mil hombres y prepara a los centinelas, etc. A cambio del cinco por ciento los sacerdotes atienden al servicio en los templos, llevan a cabo las ceremonias religiosas y se ocupan de las escuelas, donde enseñan lo que piensan que es apropiado, que no es mucho. Algunos de los templos también poseen propiedades privadas, aunque los sacerdotes y los ciudadanos no pueden poseer nada.
Y tras esto uno se hace una pregunta difícil de contestar: ¿son los habitantes de Zu-Vendis gentes civilizadas o bárbaras? Algunas veces pienso una cosa y otras lo contrario. En algunas ramas del arte han conseguido un grado de perfección bastante alto. Tomemos por ejemplo sus edificios o sus estatuas. No creo que estas últimas puedan compararse en belleza o en poder imaginativo con las de cualquier otra parte del mundo, y en cuanto a los primeros podrían rivalizar con los del antiguo Egipto, y con ninguno más. Pero, por otra parte, ignoran cualquier otro arte. Hasta que sir Henry, que resultó saber algo de esto, les demostró que podían fabricar cristal mezclando sílice con cal, no sabían que este material existía, y su cerámica es bastante primitiva. Un cronómetro de agua es el objeto más parecido a un reloj que poseen; de hecho, los nuestros les gustaron en extremo. No saben nada del vapor, de la electricidad o de la pólvora y, afortunadamente para ellos, nada sobre la imprenta o el penny-post. Así se han ahorrado muchos males, porque nuestra época ha aprendido la sabiduría del viejo refrán que dice: "Aquel que incrementa sus conocimientos, acrecienta su pena".
En lo que respecta a la religión, es el credo natural para las gentes imaginativas que no tienen otro mejor y, por lo tanto, es natural que se dirijan al sol y lo adoren como a un padre todopoderoso; pero de ninguna forma puede calificarse como culto espiritual o elevado. [...] Algunos creen en la vida futura -sé que Nyleptha lo cree de veras-, pero es una creencia que nace de los deseos espirituales de cada individuo y no un credo inicial.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Anaya, en traducción de Mar Hernández de Felipe. ISBN: 84-207-4484-0.]
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