miércoles, 15 de noviembre de 2017

"Los espejos paralelos".- Néstor Luján (1922-1995)


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Capítulo VI.- Que trata del miedo de los bufones del Real Alcázar con otros signos de alarma y desolación

«La colección de enanos de la Corte de Felipe IV era la más numerosa de las Cortes europeas. Esta cáfila de monstruos fue muy apreciada en el reinado de Carlos V y en el de su hijo Felipe II. En cambio, el piadoso Felipe III los suprimió prácticamente. A buen seguro herían su devotísima sensibilidad. Pero los seres deformes retornaron en el reinado de Felipe IV, se pusieron de moda, y la presencia grotesca del enanismo para placer de los grandes fue una gruesa pincelada trémula y lúgubre en aquella Corte enferma.
 Sólo los nombres de aquellos personajes ya resultan estremecedores: Calabaza, Soplillo, El Primo, Pablillos de Valladolid, Bautista el del ajedrez, El Ciego, Sebastián Porras, Velazquillo, Manolito de Gante, el Niño de Vallecas, Barbarroja, Luisillo, don Antonio el Inglés... Algunos vivían en las antecámaras de los príncipes, de la reina o del rey, y otros, los menos favorecidos, ocupaban unos aposentos que estaban en el ala septentrional del palacio, encima de lo que se llamaba la Galería del Cierzo. En verano, cuando el bochorno madrileño apretaba, se habilitaban en esta torre las estancias vacías, y se organizaba un fabuloso y confuso traslado de tapices bordados de seda y oro, brocados riquísimos, muebles gigantescos, cuadros inapreciables. Estas galerías eran muy frías en invierno y soleadas en verano, rigurosas, puesto que la mayoría estaban sin cristales, sin mucho lujo y poca comodidad. La ausencia de cristales solía ser muy a menudo uno de los avariciosos ahorros de los príncipes.
 En aquel abril de 1600, Nicolasico Pertusato se hallaba en su aposento a la luz del pico de un candil, dedicado a la importante ocupación de levantar un complicado castillo en el aire con unos naipes nuevos que le resbalaban a menudo. Cinco años después de haber sido retratado por Velázquez en La familia de Felipe IV, Nicolasico Pertusato no había crecido ni una pulgada. Eso sí, se le habían acentuado las arrugas en la frente y en las comisuras de la boca, y su rostro bajo la frente abombada ya no parecía tan pueril.
 A su lado, un aprendiz de bufón, un aspirante a ser pieza del rey, como se les llamaba, contemplaba con admiración la endeble construcción de naipes que Nicolasico, con seguro pulso, estaba construyendo. Tomasico, "el bobazo del Retiro", era joven, apenas dieciocho años, pero casi doblaba en estatura a Nicolasico, que estaba bien proporcionado de miembros, sin ninguna deformidad, como no fuera la edad de aquel débil y gracioso cuerpo.
 El Bobo del Retiro pretendía ir ascendiendo en la categoría de los bufones. Sus deformidades no eran las de cretino o retrasado mental, sino las naturales en muchos hombres de la época: algo cabezudo, con unas guedejas desordenadas, como de lana, de rostro granujiento, ojos pequeños, algo estrábicos, labios gruesos. Extraordinariamente chato, con una nariz corta y ancha, resoplaba con petulancia. Tenía los brazos largos, las espaldas anchas, las manos grandes y peludas, y caminaba extremadamente estevado, con las piernas en arco. En conjunto, un mozarrón cerril, de apariencia rústica, sin signos de la menor urbanidad ni educación. Pero apenas abría la boca se veía que tenía muchos puntos de ingenio, sobre todo aquella capacidad -que hacía la fortuna de bufones y jorobados- de suscitar la risa con gestos, ademanes, muecas, visajes y muchas veces con la intención de las palabras que enlabiaban a todos y les dejaba encandilados. Sabía reír, y el favor de la risa era un don precioso en aquella Corte a la que sólo preocupaban oficialmente la muerte, la salvación y la virtud, cuando lo que realmente contaba era la ambición de poder, la consecución de riquezas, la obtención de los placeres y las aberraciones más disimuladas.
 El Bobo del Retiro chanceó con su voz más ingenua:
 -¿Qué os pasa, Nicolasico? Bien sé que es una obra ardua levantar este castillo, pero estáis más callado que San Agapito en su cueva. Yo tengo la necesidad de hablar, tan sólo sea para conservar la lengua bien suelta.
 Nicolasico Pertusato, con el flautín de su vocecita, pero sin apartar los ojos de los naipes, le increpó:
 -Callad, Bobo, bellaco de los diablos. Si no podéis coser la boca, cuidad de no permitir que ría, que no se venga abajo todo este edificio.
 El Bobo, bajando el tono de su voz chillona, pues normalmente la forzaba para ser más gracioso, habló natural, suelto y con discernimiento:
 -Nicolasico, vos tenéis más buen juicio que yo, pese a parecer tan estirado y desabrido. Os he de confesar que necesito vuestro consejo. Me estoy hartando de la vida de palacio; siempre creí que era más provechosa y regalada. Soñaba en mesas suntuosas, doradas vajillas, suaves cojines, camas acomodadas, comer capones de leche y beber frío y con guindas. Y luego, muchos agasajos y dádivas, a cambio de cuatro pullas con donaire. Como sabéis, no es así. Se nos llama piezas del rey, hombres de placer o sabandijas porque la mayoría de nosotros suelen ser pequeños y despreciables. Se ríen de nuestras gracias. Pero cuando los señores no ríen, nos desprecian y nos tratan a puntapiés y a palos o nos mantean sus lacayos.
 Nicolasico Pertusato le regañó, sin mirarle:
 -Bien os advertí, bobarrón, que anduvieseis con tiento con vuestra lengua. ¿A quién que no sea un botarate como sois se le ocurre decir que el conde de Medinilla tiene una cara más arrugada y difícil que el zapato de un gotoso?
 -Bien se solazaron quienes me escucharon, y luego lo han repetido. Lo supo este galán y sus lacayos me menearon el cuerpo a garrotazos y me quebraron una costilla. He aquí los diezmos y beneficios que ganamos, porque en cuanto a dinero y bienes materiales, ya visteis lo que sucedió con Manolito de Gante, que tuvo que pagar los confites del antojo de preñada de Su Majestad. Vos, que sabéis más que las culebras, os organizáis con sabiduría y mucho seso para sonsacar beneficios y preseas. Vivís bien, obtenéis provecho y utilidad de todo. Cuanto emprendéis parece salir a pedir de boca. Sois el predilecto de las damas que juegan con vos, como si fueseis un niño. Yo soy tan charlatán y majadero que no llega a cubrirme el pelo ni acopio fortuna. Conociera en buena hora una dueña como vuestra doña Remedios, que tanto os agasaja. Cierto que no es ya una doncella, se tiñe el cabello, va más enharinada que un besugo y es la dama más tetona de la Corte, cosa que se advierte a pesar de sus austeras y repulgadas tocas. Y su famoso marido gozó fama de cornalón en sus tres bodas según aquella sentencia que dice: "Al que es buey hasta del cielo le caen los cuernos."
 La voz agria de Nicolasico cortó, irritada y tajante, la verborrea del bufón:
 -Cepos quedos, Bobazo. Y más respeto a una dama sin tilde. Sois una mezcla de necedad y fantasía y barbotáis las malicias como un niño lanza la peonza, a la buena de Dios.»
    

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