Un estudiante de Alabama
«En toda colectividad existen unos pocos hombres que, por temperamento o convicción, no pueden inclinarse ante los Baales de la sociedad que les rodea y, al menos de pensamiento, se mantienen alejados del rebaño común. Tales hombres caminan una empinada y espinosa senda y en cualquier época la humanidad ha gustado de convertirlos en sus mártires. Las cartas muestran al doctor Bassett como un espíritu inquieto, inconformista, que se aparta de la vacuidad y falsedad de gran parte de la vida que le rodea. Siendo estudiante sin duda sintió un arranque de entusiasmo por el rápido desarrollo de la ciencia médica y, entre las preocupaciones y aflicciones del ejercicio rural, su corazón ardía con la esperanza de visitar alguna vez los grandes centros del saber. […] Todos los estudiantes acudían en tropel a París en la cuarta década [de 1800]. En ninguna otra parte había más inquietud, y Laënnec, Broussais, Louis, Andral, Velpeau y otros dominaban las ideas de la profesión [médica]. Podemos imaginar cuán minuciosamente fue elaborado el plan y cómo las pequeñas ganancias sobrantes fueron ahorradas durante años con tal propósito. Pero la prueba que exigió mayor coraje fue dejar a su esposa e hijos; y en sus cartas hay pasajes que indican que la lucha fue dura, incluso amarga. Con frecuencia se disculpa por la aparente crueldad de abandonarlos en aras de su profesión; y los vecinos no se lo pusieron más fácil a la pobre mujer, cuyo abandono no podían entender. En una de las cartas afirma: "¿así que la gente dice que te he dejado? Bueno, así es, y debes hacer siempre la mejor interpretación de tales comentarios; cuando yo vuelva esa misma gente seguramente dirá que he regresado. A veces esta clase de comentarios se hacen descuidadamente, de la misma forma en que los humanos patean a los gusanos; a veces caprichosamente, como los niños que arrancan las alas de moscas y las atraviesan con alfileres; a veces por deporte, como los cazadores cuando disparan a inocentes criaturas que les son de utilidad; a veces por ojeriza, al igual que matamos pulgas; a veces para experimentar, como los filósofos que torturan perros; pero raramente por maldad, como paganos que desuellan cristianos y cristianos que se desuellan unos a otros". En otra dice: "mis expresiones me recuerdan el arrepentimiento de quien se siente mal. Lo reconozco, Isaphaena, me has aguantado y apoyado mucho, y tendrás que hacerlo de nuevo, y espero que amablemente lo hagas; y si te satisface saberlo, tienes un marido que agradece tu conducta". […]
El doctor Bassett contrajo tuberculosis y la última carta del paquete que recibí estaba fechada el 16 de abril de 1851 y procedía de Florida, adonde había ido en busca de salud. Murió el 2 de noviembre del mismo año, a la edad de 46 años. El 5 de abril le escribe a un amigo: "Este mundo nunca ha ocupado gran parte de mi atención o amor. Apenas le he pedido un poco, y poco me ha dado de cuanto le pedí. Durante muchos años se ha ido empequeñeciendo más y más a mi vista, como un objeto que se aleja en el espacio, pero ante mi nostálgica mirada no ha aparecido mejor tierra. Cuanto queda tras de mí se ha vuelto insignificante; ante mí hay un vasto vacío interminable, pero no es triste, pues está lleno de agradables sueños y visiones de gloriosas esperanzas. Lo he cubierto con los paisajes de Claude y lo he poblado con los mártires de la ciencia, los pioneros de la verdad, los perseguidos y crucificados de este mundo, los que después de haber trabajado pidieron pan y recibieron una serpiente -todos los que han sufrido por la verdad-. Cuán espléndido es contemplar en el futuro el descanso de los golpeados con sus lacerados sentimientos aliviados como hoy han sido los míos por la cariñosa consideración que ha manifestado tu esposa por mi futuro bienestar". […]
Los extractos que he leído demuestran que el doctor Basset fue un hombre con dotes más que ordinarias, pero que se hallaba entre los sin voz de la profesión. El ambiente actual, las oportunidades de trabajo, las faldas de la buena suerte alzan a los hombres hasta la cumbre. La historia de esta vida puede servir de solaz para los espíritus inquietos que han tenido ambiciones sin oportunidades, e ideales irrealizables en el mundo donde se mueven. Empecé diciendo que os hablaría de un hombre del que nunca habíais oído hablar, de un humilde estudiante de un pueblecito de Alabama. ¿Y qué decir de los hombres que veneraba, por quienes dejó mujer e hijos en 1836? ¿Los conocemos mejor? Hoy día apenas uno de los que menciona nos conmueve desde el pasado con alguna fuerza. De la mayoría de ellos podemos decir que es como si no hubieran existido. Velpeau, Andral, Broussais, los grandes maestros que Basset siguió, son formas indefinidas (casi tan poco definidas como el discípulo), sacadas a relucir a la luz del día por algún laudator temporis acti*, para aprender filosofía mediante la historia. Haber luchado, haberse esforzado, haber sido fiel a ciertos ideales: ya sólo esto ha valido la pena. Ahora, y en la siguiente generación, uno o dos se librarán algo del sombrío olvido; pero en cuanto al resto de nosotros: sesenta años. También nosotros estamos con Basset y sus maestros y
Nadie pregunta / quién o qué hemos sido,
más de lo que él pregunta qué olas, / en la apacible soledad a la luz de la luna,
en medio del océano, han crecido, / espumeado un instante, y desaparecido**.»
*El que alaba los tiempos pasados. [N. del T.]
** Matthew Arnold: "Rugby Chapel" (1857) [N. del T.]
[El texto pertenece a la edición en español de Unión Editorial, 2010, en traducción de Manuel Fuster Siebert y Cristina Fuster Sanjurjo. ISBN: 978-84-7209-537-3.]
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