martes, 9 de junio de 2020

50 cosas que hay que saber sobre ética.- Ben Dupré (¿...?)

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02.-El mandato divino

  «La gran mayoría de personas que han vivido, ahora y en el pasado, han creído que los seres humanos son producto de la creación divina. Los detalles de la conexión entre la criatura y el creador difieren de una religión a otra, pero normalmente se da por supuesto algo parecido a una relación que se asemeja a la de un padre con su hijo. Y tal y como la mayoría de nosotros estaría de acuerdo en afirmar que los padres deberían guiar el comportamiento de su hijo, del mismo modo nuestro comportamiento como humanos (o eso creen los creyentes) debería estar dirigido por la voluntad de Dios o los dioses.
 Concretamente, las tres "religiones del Libro" (judaísmo, cristianismo e islamismo) afirman que la moral debe basarse en el mandato divino. La deidad revela sus deseos mediante las sagradas escrituras, concretamente la Biblia y el Corán, que se consideran inspiradas por la divinidad o directamente la palabra revelada de Dios. Por tanto, según esta visión, un pensamiento o un hecho está bien o mal porque Dios ha ordenado que sea así; la virtud reside en la obediencia a la voluntad de Dios, mientras que la desobediencia es un pecado.
 El dilema de Eutifrón.- Los códigos morales basados en el mandato divino pueden estar ampliamente aceptados, pero ello no implica que se enfrenten a ciertas dificultades. La más fundamental es la existencia de Dios: ¿realmente hay una deidad que promulgue órdenes? Esta cuestión es tal vez la más difícil de resolver, pero a pesar de ello, las partes enfrentadas, los creyentes por un lado y los no creyentes por otro, llegan con diferentes armas: la fe y la razón. Incluso dejando de lado la cuestión más básica, hay otro problema significativo. El primero en plantearlo fue el filósofo griego Platón, hace unos 2.400 años, en su diálogo Eutifrón. Supongamos que los mandatos morales pueden identificarse con órdenes divinas. ¿Lo que es moralmente bueno es bueno porque Dios lo ordena o Dios lo ordena porque es bueno? Si nos decantamos por el primer caso, claramente las preferencias de Dios podrían haber sido... diferentes. Dios podría haber ordenado, por ejemplo, el asesinato de inocentes, si hubiera creído que esa matanza era moralmente correcta, sólo porque Dios lo decía. (De hecho, en el Antiguo Testamento, el patriarca Abraham parece haber aceptado precisamente esta visión al decidir que era correcto sacrificar a su joven hijo Isaac.) Según esta lectura, ¿la moralidad se reduce a poco más que a la obediencia a una autoridad arbitraria?
 ¿Funciona la alternativa mejor? Lo cierto es que no. Si Dios ordena lo que es bueno porque es bueno, claramente esa bondad es independiente de Dios. En ese caso, Dios se limitaría a ser poco más que un intermediario. En principio, por tanto, podríamos actuar por nuestra propia cuenta e ir directamente a la fuente moral o a la norma, sin ayuda de Dios. Por tanto, cuando se discute sobre sobre autoridad moral, parece que Dios es arbitrario o redundante.
 Expulsar a la ramera del diablo.- Es difícil refutar la conclusión de Platón, pero teólogos y filósofos han respondido a ella de forma muy diferentes. Una respuesta teológica insiste en que Dios es bueno y, por tanto, nunca ordenaría nada malvado. ¿Pero qué es hacer el mal, según la perspectiva del mandato divino, aparte de desafiar la voluntad de Dios? Para determinar qué es el mal, también dependemos de un parámetro de bondad que es independiente de Dios. Y, en cualquier caso, si "bueno" significa "ordenado por Dios", la afirmación de que "Dios es bueno" casi carece de sentido, es algo así como decir "Dios obedece sus propias órdenes".
PASAJES Librería internacional: 50 cosas que hay que saber sobre ...La respuesta más contundente al dilema de Platón es la que dio Martín Lutero, líder de la Reforma protestante del siglo XVI, que insistía en que el bien es, en realidad, lo que Dios ordene, y en que su voluntad no puede justificarse ni explicarse según ningún otro parámetro independiente de bondad. Notoriamente, Lutero condenó la razón humana diciendo que era la "mayor ramera del diablo", por ser una facultad hostil a Dios, corrupta, y en consecuencia incapaz de aportar una verdadera comprensión de la relación entre Dios y los seres humanos.
 La moral más allá de la razón.- La visión de Lutero en este sentido es bastante consistente. Si la moral se basa en la autoridad de Dios, tal autoridad, al ser arbitraria, debe creerse sin más: va más allá de la razón, es irracional o al menos no racional. Según esta visión, la razón es bastante irrelevante en asuntos de moral; no hay base para el debate moral ni para argumento alguno y, por supuesto, tampoco lo hay para la filosofía moral.
 No resulta sorprendente, entonces, que a la tradición filosófica mayoritaria la otra parte del dilema de Platón le haya parecido menos incómoda. Aunque la mayoría de filósofos anteriores al siglo XX creía en Dios o en los dioses, o al menos afirmaba hacerlo, la creencia religiosa no ha desempeñado un papel fundacional o indispensable en el amplio abanico de visiones éticas presentadas.
 La razón no puede probar que la moral humana no se base en la autoridad divina. Lo que parece claro, sin embargo, es que si ése es su fundamento, no podemos conocerla del mismo modo que conocemos otras cosas del mundo.
 No hay modo, al menos en principio, de decidir entre diferentes morales religiosas, porque no hay criterios independientes sobre los que tomar una decisión. Una vez descartada la investigación racional y sin pruebas disponibles, cualquier moral parece tan buena o tan mala como otra. Ése es el motivo por el que, para bien o para mal, la moralidad religiosa, como la religión en sí misma, es una cuestión no de razón sino de fe.
 Emil Brunner: "El bien consiste en cumplir siempre con los designios divinos en cualquier momento". (El imperativo divino, 1932)
  A. J. Ayer: "Ninguna moral puede basarse en la autoridad, aunque la autoridad sea divina".
  La idea en síntesis: ¿Es bueno porque Dios lo dice?»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Ariel, 2014, en traducción de Julia Alquézar. ISBN: 978-84-344-1485-3.]

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