Tomo I: Metodología e introducción histórica
Segunda parte: Introducción histórica
VI.-La filosofía cristiana. Siglo XIII
2.-Universidades y bibliotecas
«Todo lo dicho hasta ahora nos da una idea de la nueva situación histórica, en que paulatinamente se va afirmando ya la conciencia de una unidad nacional, que va poniendo las bases del futuro reinado de los Reyes Católicos, donde ésta se expresa plenamente a nivel político. En la afirmación de esa conciencia ocupa un lugar privilegiado el empleo cada vez mayor del romance castellano frente al latín, pero no debemos relegar a un segundo plano tampoco la función cultural de universidades y bibliotecas.
La primera Universidad fundada fue la de Palencia. En un principio, entre 1180 y 1208, no se trataba más que de un estudio catedralicio, pero desde esa fecha, y estando bajo el pontificado del obispo don Tello Téllez de Meneses, la escuela adquirió categoría universitaria, reconociéndose como tal por Alfonso VIII de Castilla. En 1217 quedó interrumpida la vida del centro, pero don Tello, hombre apasionado por su universidad, consiguió que el rey don Fernando volviera a establecer la unidad palentina. Con las luchas entre Alfonso X y Sancho IV decayó definitivamente la Universidad, que recibió su golpe de muerte al fundar Alfonso IX de León, hacia 1218, la Universidad de Salamanca. Fernando III renovó los privilegios de ésta en 1242, al ponerla bajo su patronato; su hijo Alfonso X los confirmó en R. O. del 9 de noviembre de 1252 y en real carta dada en Toledo el 8 de mayo de 1254. El papa Alejandro IV sancionó la ordenación real por la bula Inter ea quae placita (6 de abril de 1255), concediendo todos los derechos de Studium generale a Salamanca, "ciudad ubérrima, según dicen, y de gran salubridad de aires". Quien más se ocupó de la Universidad salamanticense fue el llamado papa Luna, Benedicto XIII, quien le dio desde Peñíscola en 1411 unas constituciones muy estrictas, vigentes hasta las que concedió Martín V en 1422. En dichas constituciones estableció cuatro cátedras de Teología: una de Santo Tomás en San Esteban y otra de Scoto en San Francisco, ambas divididas a su vez, como era usual, en las de prima y en las de vísperas. En bula del 16 de marzo de 1416, la equiparó a la de París y concedió validez universal a los grados de la Facultad de Teología. Más tarde en Salamanca habrá setenta cátedras y treinta colegios (cuatro mayores y veintiséis menores). Los cuatro colegios mayores eran: el de San Bartolomé, fundado por Anaya; el del Arzobispo, fundado por don Alfonso de Fonseca; el de Oviedo, fundado por el obispo de Oviedo, Diego de Muros; el de Cuenca, fundado por Diego Ramírez de Villaescusa. Carlos V fundó el colegio Trilingüe.
Las otras universidades son posteriores: la de Sevilla, fundada por Alfonso X en 1254 como estudio y escuelas generales de latín y de árabe, […]; la de Alcalá de Henares, fundada por Sancho IV en 1293, no recibió apoyo económico, por lo que funcionó sólo como escuelas para la formación del clero toledano, hasta la institución de tres cátedras por el arzobispo Carrillo, que fueron la base de la formación de la futura universidad creada por el cardenal Cisneros; la de Valladolid, fundada por cédula de Alfonso XI en 1346, recibió el apoyo de Benedicto XIII y Martín V, y si bien no tuvo nunca la importancia de la de Salamanca, la fundación del colegio dominicano de San Pablo dará a sus estudios teológicos y jurídicos bastante importancia durante los siglos XV y XVI. El Estudio General de Lérida, fundado en 1300 por Jaime II, será la primera universidad del reino de Aragón, que se organizará según el modelo salmantino; decayó muy pronto por la competencia de las nuevas universidades de Huesca y Perpiñán, fundadas por Pedro IV en 1350 y 1354.
Junto a las universidades, hay que colocar en primer lugar al libro como instrumento en la conservación y transmisión de la cultura. Sin embargo, hasta que no se inventa la imprenta, los libros, necesariamente escritos a mano por el autor o copiados por el copista, eran muy escasos. Prácticamente eran un lujo reservado a los monasterios, las catedrales, conventos o nobles muy ricos, únicos que se podían permitir tener "escritorios" (Scriptorium), para uso de los copistas. En esos centros se fueron formando conjuntos de libros, bien por compra o por el trabajo de los copistas, que se guardaban en un armario, lo que dio lugar al famoso dicho de la época: "claustrum sine armarium, castrum sine armamentarium". Naturalmente, estos libros eran casi todos de carácter religioso; junto a los libros utilizados en el ritual de la liturgia, ocupaban lugar preeminente la Biblia, la de los Padres de la Iglesia y los de algunos filósofos o eruditos muy conocidos: Porfirio, Boecio, San Beda, San Isidoro, Casiodoro, Alcuino, Rabano Mauro, etc.
Entre las bibliotecas españolas, la más importante sin duda es la del Monasterio de Ripoll, que en 1046 contaba con 192 códices, cantidad que luego fue aumentando; de ella tenemos minuciosos estudios. Muy importantes fueron también San Salvador de Oña, que en el siglo XII tenía 132 códices, y Santo Domingo de Silos, que un siglo después tenía 105 manuscritos. Otros dignos de mencionar fueron los de Vich, Monserrat y Seo de Urgel. Sobre las bibliotecas universitarias se poseen muy pocos datos por haber sido robadas, saqueadas o minimizadas por el fuego u otros accidentes.»
[El texto pertenece a la edición en español de Espasa-Calpe, 1986. ISBN: 84-239-6408-6 (Tomo I).]
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