He andado muchos caminos [de Soledades]
«He andado muchos caminos, / he abierto muchas veredas:
he navegado en cien mares / y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto / caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos / borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño / que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben / el vino de las tabernas.
Mala gente que camina / y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto / gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran / sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio, / preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan / a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa / ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino; / donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven, / laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos, / descansan bajo la tierra.
Retrato [de Campos de Castilla]
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido / -ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido, / y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, / pero mi verso brota de manantial sereno;
y, mas que un hombre al uso que sabe su doctrina, / soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura y en la moderna estética / corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética, / ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera / mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,/ no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo / -quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con quien este buen amigo / que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo: debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo como los hijos de la mar.
Por tierras de España [de Campos de Castilla]
antaño hubo raído los negros encinares, / talado los arbustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares; / la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares; / y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes, / pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes / que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos del hombre astuto, / hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto / de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, / capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, / esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, / guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza; / le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero: / al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero, / la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta / -no fue no fue por estos campos el bíblico jardín-:
son tierras para el águila, un trozo de planeta / por donde cruza errante la sombra de Caín.
A un olmo seco [de Campos de Castilla]
Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo, / algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina / que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina / al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores / que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores. / Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él y en sus entrañas / urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero, / con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana, / lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana / ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino; / antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras bancas; / antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, / olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida. / Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera.
Señor, ya me arrancaste lo que más quería [de Campos de Castilla]
Señor, ya me arrancaste lo que más quería. / Oye, otra vez, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa Calpe, 1980. ISBN: 84-239-2001-1.]
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