miércoles, 10 de junio de 2020

Discurso sobre el espíritu positivo.- Auguste Comte (1798-1857)

Resultado de imagen de auguste comte 

Tercera parte: Condiciones de advenimiento de la escala positiva (Alianza de los proletarios y de los filósofos)
Capítulo II: Institución de una política popular

  «.-La política popular, siempre social, debe llegar a ser, sobre todo, moral.
 66.-Desde el comienzo de la gran crisis moderna, el pueblo no ha intervenido todavía más que como simple auxiliar en las principales luchas políticas, sin duda con la esperanza de obtener en ellas algún mejoramiento de su situación general, pero no con propósitos y con una finalidad que le fuesen realmente propios. Todos los debates habituales han quedado esencialmente concentrados entre las diversas clases superiores o medias, porque se referían sobre todo a la posesión del poder. Ahora bien: el pueblo no podía interesarse de manera directa durante mucho tiempo por tales conflictos, porque la naturaleza de nuestra civilización impide evidentemente que los proletarios esperen, ni siquiera deseen, ninguna participación importante en el poder político propiamente dicho. Así, pues, después de haber comprobado esencialmente todos los resultados sociales que podían esperar de la sustitución provisional de la antigua preponderancia política de la clases sacerdotales y feudales por los metafísicos y los legistas, se hacen de día en día más indiferentes a la estéril prolongación de esas luchas cada vez más mezquinas, ya reducida a vanas rivalidades personales. Cualesquiera que sean los esfuerzos continuos de la agitación metafísica por hacerlos intervenir en esos frívolos debates, con el cebo de lo que llaman los derechos políticos, el instinto popular ha comprendido ya, sobre todo en Francia, cuán ilusoria y pueril sería la posesión de tal privilegio, que ni siquiera en su grado actual de diseminación inspira habitualmente ningún interés verdadero a la mayoría de los que lo disfrutan en exclusividad. El pueblo sólo puede interesarse de verdad por el uso efectivo del poder, cualesquiera que sean las manos en que resida, y no por su conquista especial. En cuanto las cuestiones políticas, o más bien ya sociales, se refieran ordinariamente a la forma como debe ser ejercido el poder para mejor cumplir su destino general, que, en los tiempos modernos, se refiere de manera principal a la masa proletaria, no se tardará en reconocer que el desdén actual no se debe en modo alguna a una peligrosa indiferencia: hasta aquí, la opinión popular se mantendrá ajena a esos debates que, a juicio de las inteligencias cuerdas, aumentando la inestabilidad de todos los poderes, tienden en especial a retrasar esa indispensable transformación. En una palabra, el pueblo está naturalmente dispuesto a desear que la vana y tormentosa discusión de los derechos sea al fin reemplazada por una fecunda y saludable estimación de los deberes esenciales, sean generales, sean especiales. Tal es el principio espontáneo de la íntima conexión que, sentida tarde o temprano, incorporará necesariamente el instinto popular a la acción social de la filosofía positiva, pues esta gran transformación equivale evidentemente a la del movimiento político actual en un simple movimiento filosófico, transformación que hemos motivado antes en las más altas consideraciones especulativas, y cuyo primero y principal resultado social consistirá, en realidad, en instituir de manera sólida una activa moral universal, prescribiendo a cada agente, individual o colectivo, las reglas de conducta más conformes a la armonía fundamental. Cuanto más meditemos en esta relación natural, mejor veremos que esta mutación decisiva, que sólo podía emanar del espíritu positivo, no puede encontrar hoy un firme apoyo más que en el pueblo propiamente dicho, único dispuesto a comprenderla bien y a interesarse profundamente por ella. Los prejuicios y las pasiones propios de las clases superiores o medias se oponen conjuntamente a que dicha mutación sea por lo pronto  suficientemente apreciada, porque en esas clases deben interesar más, en general, las ventajas inherentes a la posesión del poder que los peligros que resultan de su ejercicio vicioso. Si el pueblo es ahora y debe seguir siendo indiferente a la posesión directa del poder político, no puede nunca renunciar a su indispensable participación continua en el poder moral, que, siendo el único verdaderamente accesible a todos, sin ningún peligro para el orden universal, y, por el contrario, con gran ventaja para el mismo, autoriza a cualquiera, en nombre de una común doctrina fundamental, a llamar convenientemente a sus diversos deberes esenciales a los más altos poderes.
Discurso Sobre El Espíritu Positivo - Auguste Comte - Sarpe ... En realidad, los prejuicios inherentes al estado transitorio o revolucionario han llegado también en cierto grado a nuestros proletarios; mantienen en ellos perjudiciales ilusiones sobre el alcance indefinido de las medidas políticas propiamente dichas; les impiden advertir que la justa satisfacción de los grandes intereses populares depende de las opiniones y de las costumbres más que de las instituciones mismas, cuya verdadera regeneración, actualmente imposible, exige, ante todo, una reorganización espiritual. Pero se puede asegurar que la escuela positiva tendrá mucha más facilidad para hacer entrar esta saludable enseñanza en los entendimientos populares que en  ningún otro, sea porque en ellos no ha podido arraigar tanto la metafísica negativa, sea sobre todo por el impulso constante de las necesidades inherentes a su situación precaria. Estas necesidades se refieren en esencia a dos condiciones fundamentales, una espiritual y otra temporal, de naturaleza profundamente conexa: se trata, en efecto, de asegurar convenientemente a todos, en primer término la educación normal, luego el trabajo regular; tal es, en el fondo, el verdadero programa social de los proletarios. Ya no puede existir verdadera popularidad para ninguna política que no sea la que tienda necesariamente a este doble destino. Ahora bien: tal es, evidentemente, el carácter espontáneo de la doctrina social propia de la nueva escuela filosófica; nuestras explicaciones anteriores deben aquí dispensarnos de toda otra aclaración a este respecto, aclaración reservada por lo demás a la obra tantas veces citada en este Discurso. Importa solamente añadir que la necesaria concentración de nuestros pensamientos y de nuestra actividad en la vida real de la Humanidad, rechazando toda vana ilusión, tenderá especialmente a afianzar mucho la adhesión moral y política del pueblo propiamente dicho a la verdadera filosofía moderna. En efecto, su seguro instinto percibirá pronto en ella un nuevo y poderoso motivo para orientar la práctica social hacia el prudente mejoramiento continuo de su propia condición general. Las quiméricas esperanzas inherentes a la antigua filosofía han conducido, por el contrario, con demasiada frecuencia, a descuidar y desdeñar tales progresos, o a impedirlos mediante una especie de aplazamiento continuo, por la mínima importancia relativa a que debía naturalmente dejarles reducidos esa eterna perspectiva, inmensa compensación espontánea de todas las miserias, cualesquiera que sean.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Sarpe, 1984, en traducción de Consuelo Berges. ISBN: 84-7291-688-X.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: