viernes, 26 de junio de 2020

Cosmos.- Witold Gombrowicz (1904-1969)

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Octavo

   «Después comenzó a hablar, simplemente, lentamente, fatigosamente.
 -Debe saber, señoritín, que mi juventud fue sólo así, así. Vivíamos en una pequeña ciudad llamada Sokolow, mi padre dirigía una cooperativa, usted sabe cómo son esos pueblos, es necesario hacer todo con prudencia, la gente se entera rápidamente de todo, en una pequeña ciudad se vive como en una casa de cristal, todo paso, cualquier movimiento, una mirada, son ya del dominio público. ¡Dios mío, yo me crié ahí! Y a pesar de que nunca me distinguía por mi osadía... es más, era tímido, retraído... ¡qué sé yo...! bah, por supuesto, también me tocó paladear algún bocadillo cuando la ocasión se presentó, cada uno se las arregla como puede, ya lo creo. Pero poca cosa. Demasiado vigilado. Después, ve, apenas entré en el Banco me casé y un poco... a fin de cuentas... poca cosa también entonces, así, así, vivíamos comúnmente en poblaciones pequeñas, por consiguiente tras paredes de vidrio, se ve todo, además, vivía aún más vigilado, porque en un matrimonio uno observa al otro de la mañana a la noche, de la noche a la mañana, usted podrá imaginarse cómo me sentiría bajo la mirada penetrante de mi mujer primero, y después de mi hija, no sólo eso, en el Banco uno siempre es observado y yo inventé para las horas de oficina este entretenimiento: trazar una línea en el escritorio y luego, poco a poco, ir excavándola con la uña, pero, ¿qué quiere?, viene el jefe de sección, ¿qué diablos está usted haciendo con la uña?, paciencia, de cualquier modo y en consecuencia de todo esto debí recurrir a pequeñas satisfacciones, clandestinas, casi invisibles; en una ocasión, imagínese usted, en Drohobycz, llegó una actriz de gran lujo, ¡toda una fiera!, un día en el autobús por casualidad le acaricié la mano, oh, señoritín mío, qué delirio, qué frenesí, una excitación indescriptible, un deseo loco de volver a repetir aquel acto, ¿pero cómo?, ni hablar, imposible, hasta que finalmente, en mi amargura, se me ocurrió una idea astuta: ¿por qué has de buscar otra mano cuando tú mismo tienes dos?, no me lo va a creer, pero con cierto adiestramiento se llega a tal perfección que una mano puede excitar a la otra, por ejemplo, bajo la mesa, cuando nadie ve, y también si vieran, qué importa, las propias manos pueden tocarse y también tocar las caderas, uno puede tocarse una oreja con el dedo, el placer de hecho es cuestión de voluntad, de intención, si usted se las ingenia encontrará un mundo ilimitado de diversiones en el propio cuerpo, no pretendo que demasiadas, pero siempre es mejor algo que nada, claro que preferiría una odalisca..., pero como no la tengo...
 Se levantó, hizo una reverencia y canturreó:

¡Cuando no tienes lo que amas,
entonces ama lo que tienes!   

Otra reverencia. Se sentó.
 -Por consiguiente, no me puedo quejar. Algo me ha dado la vida. Otros han obtenido más, ¡qué se le va a hacer!, pero, veamos, ¿quién me garantiza que hayan tenido más? Cada uno cuenta historias, presume que si con ésta, si con aquélla, en realidad es algo que uno nunca sabe, de vuelta en la casa te quitas los zapatos, te acuestas contigo mismo, ¿entonces?, ¿a qué viene toda esa palabrería?, en vez de eso, yo me dedico a proporcionarme mis pequeños placercitos, no sólo los eróticos, me divierto como un príncipe también con las bolitas de miga, o limpiando los pince-nez; por lo menos durante dos años he practicado esta diversión, los otros me llenan la cabeza con asuntos familiares, de trabajo, con la política, y yo, como si nada, limpio mis pince-nez… ¿qué decía?, ah, sí, no puede imaginarse cómo uno se agiganta gracias a esas pequeñeces, es increíble, el hombre se convierte en cíclope, se siente el país entero bajo la planta del pie y es como si estuviera a centenares de kilómetros de distancia, en las fronteras sudorientales, además el talón del pie puede proporcionar también algunas satisfacciones, todo depende de la intención, del punto de vista, ¿me entiende?, ¿si un callo puede producir dolor por qué entonces no ha de proporcionar también placer? ¿Y el deslizar la lengua por entre las ranuras de los dientes?
El fuego de Montag: Cosmos, de Witold Gombrowicz Así pues, decía... el epicureísmo, es decir, el placer, puede ser de dos tipos, primum: jabalí, toro, león, secundum: pulga, mosquito, ergo puede ser en grande y en pequeña escala; si se trata de este último tipo, entonces se requiere una capacidad especial para miscroscopiar, para disgregar, es necesaria una justa división, si come un caramelo las etapas pueden ser las siguientes: primum tomarlo, secundum desenvolverlo, tertium llevárselo a la boca, quartum jugar con la lengua, con la saliva, quintum tomarlo con la mano, observarlo, sextum triturarlo con los dientes... para quedarnos sólo en el ámbito de esas cuantas etapas, como ve, uno puede pasarlo sin dancings, ni champagne, cenas íntimas, caviar, escotes, frufrús, medias de seda, pantaletas, senos, sin arquear el cuerpo, sin ayuntarse, ja, ja, ja, ay, ay, ¡cómo se permite usted!, ja, ja, ja, ay, ay, ay, jo, jo, jo, ju, ju, ju, acariciar una nuca. Me quedo en cambio en la casa, con la familia, cenamos, converso con los huéspedes y no obstante disfruto en secreto de deleites dignos de un café cantante parisino, calladito, calladito. ¡Veremos si logran descubrirme! No, jamás me descubrirán, ja, ja, ja. Todo consiste en saber conformarse internamente con placercititos, con deseititos, que son como abanicos de plumas dignos de la corte de Solimán el Magnífico. Los golpes de cañón son importantes, pero también lo es el tañido de las campanas.
 Se levantó, hizo una reverencia y canturreó:

¡Cuando no tienes lo que amas,
entonces ama lo que tienes!

 Otra reverencia. Se sentó.
 -Con toda seguridad usted me considera un poco chiflado.
 -Un poco.
 -Muy bien, considéreme así, eso facilita las cosas. También yo juego un poco a estar loco, para facilitar las cosas. Si no me las facilitara, todo se me volvería demasiado complicado. ¿Ama usted las satisfacciones?
 -Sí.
 -¿Y los placeres?
 -También.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta, 1997, en traducción de Sergio Pitol. ISBN: 84-08-46193-1.]

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