domingo, 31 de mayo de 2020

El corazón pensante de los barracones. Cartas.- Etty Hillesum (1914-1943)

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A Han Wegerif y a otros
Westerbork, martes 24 de agosto de 1943

   «Después de esa noche he creído con franqueza y convicción que reírse era pecado. Sin embargo, al poco rato, me di cuenta de que muchos se han ido de aquí pudiendo reír... si bien esta vez no han sido tantos. En Polonia quizá hay ocasión de reír, pero dudo que sea el caso de los que se marcharon en este último tren.
 Si pienso en las caras de aquellos uniformados de verde de ese pelotón armado... Dios mío... ¡Qué caras! Los he mirado de hito en hito, de uno en uno, acodada en la ventana... Nunca he sentido más terror que viendo esos rostros. Hasta me ha causado conflictos con una frase que ha sido centro de gravedad de mi vida: "Y Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza". Sí, esta frase ha tenido un duro amanecer en mí.
 Ni las palabras ni las imágenes me bastan para describir una noche como ésa, ya lo advertí a menudo. Pero intentaré describiros algo... me siento testimonio privilegiado y sutil de un capítulo de la historia judía y experimento la necesidad de hacerme voz. […]
 Cuando ocurre un desastre está en el espíritu del ser humano buscar ayuda y salvar lo que se pueda salvar. Pero esa noche yo fui a vestir a los bebés y a tranquilizar a las madres. Y a eso le llamo "ayudar". Es como para maldecirme. Sabemos que abandonamos a nuestros enfermos y a nuestros desamparados a los azares del hambre, al frío o al calor, a la intemperie, al exterminio... y, sin embargo, les ponemos la ropa y los entregamos a los lúgubres vagones de ganado... Y si no pueden caminar por su propio pie los llevamos en camillas. Pero, ¿qué nos sucede, qué enigmas nos habitan, de qué mecanismo fatal somos víctimas? Y ni siquiera es válido atribuir los motivos a nuestra cobardía. Por otra parte tampoco cabe atribuirlos a nuestra maldad. Nos hallamos ante razones más profundas e inexplicables.
 El día anterior acudí a la barraca hospitalaria y fui de lecho en lecho. ¿Cuáles estarían vacíos al día siguiente? Las listas de deportados no se hacen públicas más que en el último momento, pero muchos saben de antemano que su destino es partir. […]
   Paso delante de la cama de la muchachita paralítica; ya está parcialmente vestida gracias a la ayuda de los demás. Nunca he visto ojos más enormes sobre un rostro tan menudo. "No puedo asimilar esto", murmura. A pocos pasos estaba mi rusita, una chica con joroba, de la que ya os había hablado antes. Se diría que la envuelve un halo de tristeza. La muchacha paralítica es una de sus amigas. Más tarde se lamentaba: "No tenía ni un plato; yo le quise dar el mío, pero rehusó diciendo que de todas formas dentro de diez días ya estaría muerta y que su plato iría entonces a parar a manos de esos antipáticos alemanes". Está ante mí, con un kimono de seda verde cubriendo su cuerpo deforme. Tiene ojos de niña, puros y sabios. Primero me mira largamente, en silencio, escrutadora, y luego declara con vehemencia: "Me encantaría que la corriente de lágrimas me arrastrara a un mundo mejor" y "echo terriblemente de menos a mi querida madre" (su "querida madre" había muerto de cáncer hacía unos meses, en este mismo campo de concentración, en los lavaderos que están junto a los baños; ese lugar le proporcionaba un escenario de soledad para morir en paz). Linbotchka me interroga con su acento extraño, en el tono de una amiga que pide perdón: "El buen Dios... ¿podrá comprender mis dudas acerca de un mundo como éste?" Después se vuelve con un hermoso gesto de tristeza infinita y en el resto de la boche veo su silueta contrahecha, envuelta en la seda verde, trajinando entre las camas, prestando su ayuda a quienes debían partir. Ella se ha salvado, al menos por esta vez. […]
 De repente grito: "¿Qué pasa? ¿Usted también?" Entre las agitadas camitas llenas de bebés llorosos e intranquilos la silueta de una mujer se aproxima titubeante, mientras sus manos buscan a la desesperada un apoyo en el aire. Lleva un vestido anticuado. Su frente aristocrática está coronada de una cabellera blanca, ondulada y recogida hacia arriba. Su marido se murió en el campamento hace unas semanas. Esta mujer ha pasado largamente los ochenta años, pero no aparenta más de sesenta. Siempre admiré en ella la gracia con que reposa en su lecho miserable. Su argumento suena como un grito hondo: "No me dejaron compartir la tumba con mi marido".
El corazón pensante de los barracones: Cartas Memoria Rota ... "¡Oh, Dios! ¡Ella también!" Se trata de esa mujer menuda y vivaz, verdadero producto del gueto, que había llegado a retorcerse de hambre en la cama porque jamás recibió un solo paquete. Tenía siete hijos en el campamento. Rebosante de energía, camina a pasitos rápidos con sus cortas piernas. "Y sí, ¿que cree usted? Tengo siete hijos que necesitan una madre a la que no se le transparente el horror en los ojos." Apretuja contra sí, en un gesto rotundo, un bolso de yute con sus pertenencias: "No dejo nada aquí, mi marido fue deportado hace un año y mis dos hijos mayores también." Añade radiante: "Mis hijos se desviven conmigo". Trajina, hace, empaqueta y aún puede dedicar palabras de ánimo a los demás. Una auténtica mujer del gueto, fea y pequeña, de cabello grasiento y negro, caderas anchas y piernas cortas. Lleva un vestido pobre, de manga corta. Creo que debía de usarlo ya para ir a lavar cuando estaba en la calle Jodenbree. Y ahora se va con el mismo vestido con destino a Polonia, un viaje de tres días, con siete niños. "Sí, ¿qué se cree usted? Me voy con mis siete hijos y necesitan una madre a la que no se le vea el horror en los ojos."
 Aquella mujer joven se nota que en tiempos mejores ha conocido el lujo y ha sido hermosa. Hace poco que está en el campamento. Se tuvo que esconder para proteger a su bebé. Una denuncia hizo que terminara en este lugar, como tantos clandestinos. Su marido está en la barraca penitenciaria. Da pena verla. […] Ha puesto sus vestidos y su ropa interior en un solo montón. No se lo puede llevar todo consigo, sobre todo si el niño la acompaña. […] ¿Qué aspecto tendrá esta mujer después de tres días de viaje, cuando sea evacuada del vagón de mercancías donde hombres, mujeres y niños y niñas de todas las edades se amontonan junto con sus equipajes, algún que otro mueble y un tonel en medio de todos ellos? Probablemente se hallarán entonces en un nuevo campo de concentración de tránsito, y de allí les volverán a deportar a otros parajes. Estamos condenados, de un extremo de Europa a otro...
 Camino por algunas barracas. […] En camilla se llevan a un señor mayor, terminalmente enfermo, que susurra "scheimes" para sí mismo. Los "scheimes" son una oración para un moribundo. El ruego se compone básicamente de una invocación del nombre de Dios y alcanza su más alto valor cuando el propio moribundo se implica en ella. […] Veo a un padre que antes de ser deportado bendice a su mujer y a su hijo y hace que un rabino de barba nevada y ardiente rostro de profeta lo bendiga a él también... […]
 Los vagones de mercancías están ahora, según parece, llenos. Y siguen metiendo más gente. No sé cómo piensan hacerlo. Un nuevo grupo, numeroso, avanza. […]
 ¡Dios mío! ¿Podrán cerrar verdaderamente todas esas puertas? Sí, las cerrarán. Las puertas se cierran sobre masas humanas comprimidas, amontonadas en los vagones de mercancías. Por las rendijas de la parte superior asoman cabezas y manos, que más tarde se agitarán al unísono en cuanto el tren parta. […] El silbato lanza su silbido estridente: un tren con 1.020 personas abandona Holanda. El cupo no es elevado esta vez: mil judíos. Los otros veinte constituyen la reserva, para ir reemplazando a los que se mueran por el camino, de debilidad o como consecuencia del hacinamiento -sobre todo este tren, que transporta a tantos enfermos sin ningún tipo de asistencia médica.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Anthropos Editorial, 2001, en traducción de Natalia Fernández Díaz. ISBN: 84-7658-609-4.]

sábado, 30 de mayo de 2020

Los grandes placeres.- Giuseppe Scaraffia (1950)

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Champán

   «¿Qué tienen en común Lev Tolstói y Paris Hilton? Un líquido espumoso que Morand define como "el filtro de Dios" y que lleva la existencia a una dimensión festiva. "Elevo el cáliz de fino talle, paladeo sorbo a sorbo", escribe Virginia Woolf. "Al beber no puedo evitar sobresaltarme: he ahí los aromas, la luz, el calor, todo ello destilado en un líquido amarillo, ardiente... Es el éxtasis, la liberación." Pero también puede ser la inspiración. "El músico concienzudo" prescribe E.T.A. Hoffmann, "debe servirse del champán para componer una ópera cómica. Encontrará en él la alegría espumeante y ligera que el género requiere."
 Se adapta a cualquier ocasión. Napoleón decía: "No puedo vivir sin champán. Si venzo, me lo merezco; si pierdo, lo necesito". El champán se adapta a las exigencias de los soberanos. Roederer creó para el zar Alejandro II unas botellas con el fondo plano para evitar que los terroristas escondieran explosivos en ellas. El champán es patriótico. "De este fresco vino", bromeaba Voltaire, "la espuma burbujeante es de nosotros, los franceses, la imagen brillante." En 1939, Simenon reaccionó ante la noticia de la declaración de guerra ordenando una botella de champán: "¡Ésta, al menos, no se la beberán los alemanes!" Lo que no le impidió a Jünger saborearlo sentado en la terraza de un café con el estruendo de las bombas como telón de fondo. "Delante del champán francés se detiene mi patriotismo", admitió Bismarck.
 Disfrutar de él sin emborracharse es una prueba de valor. En Moscú, Marinetti tuvo que demostrar a los futuristas rusos que también en lo de beber los italianos podían sobresalir, y vació como si tal cosa, una después de otra, cuatro botellas. Proust se limitaba a mojarse los labios, después de haber pedido para los amigos las marcas más caras. Pero en la "cena de los genios" de 1922, mientras Stravinski y Proust seguían sobrios, Picasso bebió hasta derrumbarse sobre la mesa, mientras Joyce se pimplaba en silencio su champán y eructaba ruidosamente.
 No hace falta recordar que es el vino del amor. En Londres, Stendhal, impresionado por la pobreza de dos prostitutas inglesas adolescentes, les llevó unas botellas de champán. "Las pobrecillas quedaron aturdidas. Me atrevería a decir que era la primera vez que tenían ante sí una botella intacta de champán." Proust pedía una botella de Veuve Clicquot para charlar mejor con los prostitutos de una casa de citas homosexual. "Hay vinos que mejoran cuando los beben dos bocas al unísono; el champán, por ejemplo", declara un personaje de Pavese. Cuando la espuma descendía por sus dedos, mojándole los anillos, Emma Bovary estallaba en una risotada libertina. Inolvidable Marilyn Monroe cuando en La tentación vive arriba seduce a un hombre casado mojando las patatas fritas en el champán y exclamando: "C'est fou!"
 "Es el único vino que consigo beber en las comidas: es más, es la única bebida que reconozco", confesaba D'Annunzio, que había sido abstemio hasta que un médico le prescribió una copa al día como antidepresivo. En las correrías de Maupassant lejos de la costa de Cannes, el champán se ofrecía como remedio infalible contra el mareo. Incluso en la cárcel, Wilde recordaba la efervescencia del Perrier-Jouët. Hemingway sostenía que se podía beber Dom Pérignon a voluntad porque no era una bebida alcohólica. Y, sin embargo, una dosis excesiva de champán había empujado a Isadora Duncan a arrojarse al mar, aunque había sido salvada a tiempo.
 La legendaria bebida ha sido siempre un signo de superioridad social. "Pidió una botella de champán, lo que le llevó a la conclusión de que era definitivamente un caballero", escribe Somerset Maugham. En los colleges exclusivos, destaca Waugh, se aprenden nociones indispensables como la de acompañar el champán con fresas. Pero, observa Gómez de la Serna, "lo más aristocrático que tiene la botella de champán es que no consiente que se le vuelva a poner el tapón". Beberlo es un rito. En plena África, Denys Finch Hatton, el legendario amante de Karen Blixen, se negaba a usar vasos normales y exigía copas de cristal. En la mochila de Chatwin no faltaban nunca los célebres cuadernos de notas y, según se rumoreaba, tampoco una botella de Krug.
 Por lo general, se bebe por la noche y, como dice De Amicis, "la primera copa de champán nos tiñe de color dorado todos los recuerdos de la jornada".
 Pero Paolina Borghese prefería inaugurar el día con una copa. Un ejemplo que seguían Churchill y Hemingway; lo iniciaban con champán frappé. Cada uno tenía su marca preferida. Churchill era un gran consumidor de Pol Roger, que a su muerte adoptó luctuosas etiquetas negras. Capote era devoto del Cristal Roederer; Chesterton, del Pommery. 
 Son pocos los personajes que, como madame Bovary, meten el guante en la copa para dar a entender que ya han bebido bastante. Los héroes de Hemingway abusan de Perrier-Joüet y de Mumm. El agente 007 vacía a conciencia cálices de Taittinger y de Veuve Clicquot.
 Por otra parte, contrasta Wilde, "sólo quien carece de fantasía no encuentra una buena razón para beber champán".
[…]
Deporte

 Por lo general, la actitud de los escritores con respecto al deporte está teñida de desconfianza.
Los grandes placeres Largo Recorrido de Giuseppe Scaraffia 20 ... Hay que esperar a Byron para encontrar una verdadera vocación deportiva. Gran caballero, el tenebroso poeta era un hábil pugilista y un extraordinario nadador, célebre por haber atravesado a nado el estrecho de los Dardanelos. El gigantesco Dumas nadaba de manera incansable y cazaba con pasión. Stendhal cabalgaba mal, pero disparaba con satisfacción contra las bandadas de pájaros cerca de Civitavecchia. Armado con un pesado bastón, el historiador Michelet hizo un gran recorrido por los Alpes suizos. Maupassant estaba orgulloso de su resistencia en el piragüismo.
 Pese a su afectada languidez, Wilde, en Oxford, había repelido con facilidad a puñetazo limpio el asalto de un grupo de estudiantes borrachos. Shaw, en cambio, proclamaba: "El único deporte que he practicado es la caminata, siguiendo el cortejo fúnebre de mis amigos deportistas".
 En el siglo XX, muchos autores se ven tentados por la figura del aventurero y tratan de liquidar la herencia sedentaria del XIX poniéndose a prueba.
 D'Annunzio nada, cabalga con estilo, participa con chaqueta roja en la cacería del zorro. Los futuristas, por supuesto, flirtean con el deporte, pero cuando en 1909 Marinetti se dispone a enfrentarse en un duelo, siente que está en baja forma y se pregunta: "¿Una mano acostumbrada a sostener la pluma no debería, acaso, cansarse de mantener la espada recta?"
 Fitzgerald lamenta toda su vida no haber sido un atleta vencedor en Yale. Montherlant se siente atraído por los deportistas. Juega al rugby y al fútbol y lleva con orgullo una cicatriz de once centímetros: la cornada de un toro. Hemingway venera el deporte. Pesca, nada, caza. Le gusta medirse en el ring, aunque reacciona de mala manera cuando es vencido por K.O. 
 En los años de entreguerras son muchos, en la derecha y en la izquierda, los que perciben la analogía entre el deporte y la guerra.
 El visionario Orwell no albergaba ninguna duda: "Practicado con seriedad, el deporte no tiene nada que ver con el juego limpio. Rebosa de envidia, bestialidad, desprecio por las reglas, placer sádico y violencia. En otras palabras, es la guerra sin armas". Giradoux, autor de un ensayo específico, El deporte, resume: el deporte consiste en delegar en el cuerpo alguna de las virtudes más vigorosas del alma.
 Como a Drieu La Rochelle, a Morand le gusta el deporte, le gusta adquirir dominio físico, superarse. Practica muchos, pero prefiere la equitación. Su novela Milady, dedicada a un caballo, es uno de los mejores textos de equitación del siglo XX.
 A los ochenta años, Morand hace cada día una hora de gimnasia y monta con regularidad. En Irlanda, se adentra en alta mar en pesqueros y hace que lo aten para no caer al agua mientras pesca el salmón. Como decía su amigo Giradoux, "la vida deportiva es una vida heroica  en balde".»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Periférica, 2015, en traducción de Francisco de Julio Carrobles. ISBN: 978-84-16291-15--1.]

viernes, 29 de mayo de 2020

Poesía.- Jorge Manrique (1440-1479)

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Coplas a la muerte de su padre
VIII

  «Ved de cuán poco valor / son las cosas tras que andamos
y corremos,
que, en este mundo traidor, / aun primero que muramos
las perdemos.
Dellas deshaze la edad, / dellas casos desastrados
que acaecen,
dellas, por su calidad, / en los más altos estados
desfallescen.
IX

 Dezidme: La hermosura, / la gentil frescura y tez
de la cara,
la color e la blancura, / cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas e ligereza / e la fuerça corporal
de juventud,
todo se torna graveza / cuando llega el arrabal
de senectud.
X

Pues la sangre de los godos, / y el linaje e la nobleza
tan crescida,
¡por cuántas vías e modos / se pierde su grand alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer, / por cuán baxos e abatidos
que los tienen;
otros que, por non tener, / con oficios non debidos
se mantienen.
XI

 Los estados e riqueza, / que nos dexan a deshora
¿quién lo duda?
Non les pidamos firmeza, / pues que son d'una señora
que se muda,
que bienes son de Fortuna / que revuelven con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una / ni estar estable ni queda
en una cosa.
XII

 Pero digo c'acompañen / e lleguen fasta la fuessa
con su dueño:
por esso non nos engañen, / pues se va la vida apriessa
como sueño,
e los deleites d'acá / son, en que nos deleitamos,
temporales,
e los tormentos d'allá, / que por ellos esperamos,
eternales.
XIII

 Los plazeres e dulçores / desta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores, / e la muerte, la çelada
en que caemos.
Non mirando a nuestro daño, / corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño / y queremos dar la vuelta
no hay lugar.
POESÍA DE JORGE MANRIQUE by MANRIQUE, JORGE: EDICIONES CÁTEDRA ...XIV

 Esos reyes poderosos / que vemos por escripturas
ya pasadas
con casos tristes, llorosos, / fueron sus buenas venturas
trastornadas;
assí, que no ay cosa fuerte, / que a papas y emperadores
e perlados,
assí los trata la muerte / como a los pobres pastores
de ganados.
XV

  Dexemos a los troyanos, / que sus males non los vimos,
ni sus glorias;
dexemos a los romanos, / aunque oimos e leimos
sus hestorias;
non curemos de saber / lo d'aquel siglo pasado
que fue d'ello;
vengamos a lo d'ayer, / que también es olvidado
como aquello.
XVI

 ¿Qué se hizo el rey don Joan? / Los Infantes d'Aragón
¿qué se hizieron?
¿Qué fue de tanto galán, / qué de tanta inuinción
que truxeron?
¿Fueron sino devaneos, / qué fueron sino verduras
de las eras,
las justas e los torneos, / paramentos, bordaduras
e çimeras?
XVII

 ¿Qué se hizieron las damas, / sus tocados e vestidos,
sus olores?
¿Qué se hizieron las llamas / de los fuegos encendidos
d'amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar, / las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel dançar, / aquellas ropas chapadas
que traían?»

      [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 1980, en edición de Jesús-Manuel Alda Tesán. ISBN: 84-376-0061-8.]

jueves, 28 de mayo de 2020

La carroza de Bolívar.- Evelio Rosero (1958)

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Segunda parte
4

   «-¿Cómo establecer -dijo Chivo- a estas alturas que los pastusos eran realistas y defendían al rey? Si ni siquiera defendían sus tierras y haberes, señores, defendían la vida misma, ¿con qué ganas iban a ocuparse de un rey desconocido a perpetuidad? Eran tan "realistas" los pastusos que la primera rebelión del mundo contra el rey español ocurrió en su provincia, muchísimo antes del "grito de independencia" de 1810. Fue en 1781: veintinueve años antes. Y fue un levantamiento popular por los nuevos impuestos reales, rebelión que acabó con la vida del cobrador de impuestos, el español Ignacio Peredo, a manos del indio Naspirán. Hubo también otra revuelta contra los reales decretos, de proporciones mayores a muchas de las que ha enaltecido la historia; esta segunda ocurrió veinte años después de la primera, y nueve años antes del grito oficial de independencia: sucedió en Túquerres, cerca de Pasto, y cobró la vida de los hermanos Clavijo, comerciantes acaudalados, representantes del rey en el recaudo de impuestos. Otra vez los indios y montañeses fueron protagonistas: su grito de rebeldía hizo callar al párroco encargado de leer el decreto en plena misa mayor, un domingo 18 de mayo: dos mujeres indígenas, Manuela Cumbal y Francisca Aucú, le arrebataron de las manos el papel del decreto, y al grito de Abajo el mal gobierno lo pisotearon. Empezaron a llegar a la población indios de Sapuyes y Yascual, armados de palos y lanzas; se fueron contra la casa del corregidor, la incendiaron; un grupo encabezado por Lorenzo Piscal, Julián Carlosama y Ramón Cucas Remo, sitió la iglesia para evitar la fuga de los Clavijo, que se habían refugiado allí, en el nicho de la Virgen, donde se creían protegidos. Pero invadido el templo, a Francisco Clavijo lo atravesaron con su propia lanza, también lancearon a Atanasio, mientras que el tercero de los Clavijo, Rafael Martín, pudo escapar disfrazado de mujer. Controlada la revuelta, el escarmiento de las autoridades españolas no se hizo esperar: "Los cabecillas fueron llevados arrastrados a cola de caballo con el pregonero delante que iba repitiendo en altas voces que aquélla era la justicia que mandaba hacer el rey nuestro señor a aquellos hombres por sus atrocísimos excesos y fueron condenados con la muerte de horca, y después cortadas las cabezas y manos", según certifica el escribano de cabildo público. Desde siempre la provincia pastusa padecía los impuestos de España, y los impuestos se recrudecieron con el Libertador Simón Bolívar, que incluso mandó que los indios continuaran pagándolos tal y como los pagaban con la monarquía, y cargó de gravámenes y otras contribuciones al pueblo de Pasto, ya empobrecido. De modo que lo que se les vino encima, el vendaval de los libertadores, era un enemigo peor que la monarquía: "No habría libertad mientras hubiera libertadores" era un dicho popular. Los libertadores, indica Sañudo, "infatuados por un necio orgullo, creían que ellos solos habían dado independencia a la república, y en nada estimaban los sacrificios de los pueblos, y estaban persuadidos de que Colombia debía ser patrimonio suyo". El Libertador fue el enemigo que no dio concesiones a Pasto, como sí las dio a otros pueblos realistas, importantes baluartes de la corona, cuando los derrotaron. "Mientras en otras ciudades de la nueva república se levantaban escuelas (nos dice Sañudo), en Pasto era el exterminio". Y la orden, el acicate de toda esta inmolación venía de Bolívar, el principal ofendido en las vísceras del alma a partir de Bomboná, de Bolívar a sus generales, de los generales a los oficiales, de los oficiales a los soldados, a los esbirros, a los matarifes como Salom, Flores, Cruz Paredes (que seguían estrictas órdenes de Bolívar), Lucas Carvajal, Andrés Alvárez o los brutos Hermógenes Maza y Apolinar Morillo, asesinos (los acusa Sañudo) que "sólo por probar el esfuerzo de su brazo hundían sus espadas en filas de individuos". Pues las matanzas no se hicieron esperar, y las alentaba el Libertador, que dio además un decreto de confiscación de bienes. Decía en un considerando: "esta ciudad, furiosamente enemiga de la república, no se someterá a la obediencia, y tratará siempre de turbar el sosiego y tranquilidad pública si no se la castiga severa y ejemplarmente".
La carroza de Bolívar - Evelio Rosero | Planeta de Libros Impuso contribuciones en pesos y reses y caballos que la empobrecida y saqueada Pasto no podía pagar, desterró a hombres y mujeres. Sus órdenes no buscaban independizar una provincia: la aniquilaban: "Deshágase usted de los prisioneros de modo que le sea más conveniente y expeditivo... usted conoce a Pasto y sabe de todo lo que es capaz; quizás en muchos meses no tendremos tranquilidad en el Sur", "Yo he dictado medidas terribles contra ese infame pueblo... las mujeres mismas son peligrosísimas... en Pasto 3.000 almas son enemigas (no quedaban más), pero un alma de acero que no pliega por nada... es preciso destruirlos hasta en sus elementos", y daba a Salom, el peor de sus esbirros, las órdenes terminantes: "Haga usted prodigios a fin de acabar cuanto antes con los infames de Pasto". "Destruir a los pastusos. Usted sabe muy bien que mientras exista un solo rebelde en Pasto, están a punto de encallar las más fuertes divisiones nuestras." "Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos."
 Aquí el catedrático Chivo se detuvo, paseando los ojos por el aula, para constatar lo que imaginaba: casi nadie permanecía; ya los hermanos Quiroz habían concertado abandonar el salón y, detrás de ellos, desapareció la gran mayoría de estudiantes: quedaban en el horizonte solamente los cuerpos de dos rigurosamente dormidos: ella la cabeza doblada sobre un brazo, su largo cabello rozaba el sucio piso de madera, él espatarrado, la boca abierta como recién llegado de una fiesta y todavía borracho: esa pareja de estudiantes dormidos, en otras cátedras, era impensable; pero con Chivo y su Historia de Colombia las cosas ya se habían dictaminado.
 Y, sin embargo, quedaba también en el salón, aún viva, la muchacha que sirvió de alegoría, que no se atrevía a marchar u coronar la ausencia total; era la última alumna viva del salón: ella misma no se explicaba por qué y para qué seguía allí, frente a un hombre que hablaba solo y leía solo en un salón más solo todavía, ¿sentía pena?, lo veía tan solo, pensaba, tan absolutamente requetesolo en su disertación sobre Bolívar, su lectura de Sañudo, su indignación y sus batallas, pobre loco, pensó.
 -He terminado, puede irse -la alentó el catedrático para que escapara.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2012. ISBN: 978-84-8383-356-8.]