sábado, 2 de mayo de 2020

La astronomía en el Antiguo Testamento.- Giovanni V. Schiaparelli (1835-1910)

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Capítulo IX: Períodos septenarios

  «100.- La longitud del período mensual determinado por las fases lunares, no se adapta fácilmente a todos los usos de la vida social. Diversos pueblos, cuando ya han alcanzado un cierto grado de civilización, han sentido la necesidad de dividir el tiempo en intervalos más breves, ya sea para regular las fiestas y las ceremonias religiosas, ya para tener un orden más regular fácilmente observable en los mercados y en todas las cosas que se repiten con intervalos de pocos días. De ahí el origen de ciclos que abarcan un pequeño número de días. Así, nosotros encontramos el período de tres días entre los muiscas de la meseta de Bogotá, uno de cinco días entre los mexicanos anteriores a la conquista española, y la semana de siete días entre los hebreos, los babilonios y los peruanos en tiempos de los incas. Conocidos son el período de ocho días (nundinae) usado por los romanos en tiempos de la República, y finalmente el de los diez días que estuvo en vigencia entre los antiguos egipcios y entre los atenienses. En la mayoría de los casos, estos períodos estaban dispuestos de manera que dividían la lunación en partes iguales o casi iguales. Tal la década, que entre los egipcios fue exactamente (entre los atenienses sólo de modo aproximado) la tercera parte del mes entero. La semana de los babilonios y de los peruanos estaba determinada por los cuartos de la Luna. Y entre los mexicanos la pentada era un cuarto de su mes, el cual sabido es que era de sólo veinte días.
 101.- Siendo la duración de una lunación cerca de 29 1/2 días, el cuarto de ella resulta de 7 3/8 días. Pero como en este caso no puede procederse más que por números enteros, resulta forzoso atenerse al número entero más próximo. De ahí el período de 7 días como el más próximo representante del cuarto de luna. La primera y más antigua forma de la semana consistió, pues, en contar a partir del principio del mes (o del novilunio) sucesivamente 7, 14, 21 y 28 días, dejando al final uno o dos días de residuo, para luego volver a empezar de nuevo el mismo cómputo a partir del novilunio siguiente. Esta forma de semana vinculada a las fases lunares estuvo en uso antiguamente entre los babilonios, tal como se ve en un trozo de calendario babilónico, que se conserva en el Museo Británico. En tal precioso monumento, que desgraciadamente abarca sólo un mes, están indicadas las fiestas y los sacrificios que debían celebrarse y la participación que en ellos debía tener el rey. Éste debía abstenerse de comer ciertos manjares, de atender a resoluciones sobre asuntos del Estado, de salir de su carro. Los sacerdotes no podían interpretar oráculos, el médico no podía poner las manos sobre un enfermo. No estaba vedado, empero, atender a los negocios propios o hacer compras o ventas.
 102.- De la semana vinculada a las fases lunares era fácil pasar a la semana puramente convencional y rigurosamente periódica, como es hoy la nuestra. En efecto, la primera estaba sujeta a todas las irregularidades e incertidumbres que acompañan la determinación del novilunio; era natural resolver estas dificultades haciendo un período perfectamente uniforme de siete días, sin ninguna dependencia de la Luna o de cualquier otro fenómeno celeste. Así resultaba fácil hacer público y popular su uso, relacionándolo con algún acto civil o religioso, por ejemplo con una fiesta o con un mercado que se celebra siempre en el mismo día de cada período, o también con estas dos cosas. Si a este concepto llegaron los hebreos por su propia reflexión, o si lo recibieron de otros, ya no nos es posible determinarlo. Lo cierto es que la institución de la semana debe colocarse entre los recuerdos más antiguos de la nación hebraica, y el sábado como día de descanso obligatorio se encuentra mencionado en los más antiguos documentos de la ley, como son los dos decálogos y el Primer Código; así también en los libros de los Reyes para el tiempo del profeta Eliseo y en las profecías de Amós y de Oseas. Es posible que su origen se remonte a los principios del pueblo hebreo y sea incluso anterior a Moisés. Difundido por los hebreos en su dispersión, adoptado por los astrólogos caldeos para uso de sus adivinaciones, aceptado por el cristianismo y por el islamismo, este ciclo tan cómodo y tan útil para la cronología hoy día está ya adoptado en todo el mundo. Su uso puede hallarse ya hace 3.000 años y todo induce a creer que durará en los siglos venideros resistiendo a la manía de novedades inútiles y a los asaltos de los iconoclastas presentes y futuros.
La Astronomía En El Antiguo Testamento: Amazon.es: SCHIAPARELLI ... 103.- No parece que los hebreos dieran nombres especiales a los días de la semana, con excepción del sábado, el cual era considerado como el último de los siete, como es conveniente para el descanso que debe seguir al trabajo. Ningún rastro de tales nombres se nota en los libros del Antiguo Testamento. De los sobrescritos que se encuentran al cabo de algunos salmos en la versión de los Setenta y en la Vulgata se puede argumentar, sin embargo, que (al menos en los siglos inmediatamente precedentes a la Era vulgar) los hebreos designarían cada día con su nombre numeral, anotando como primero el día siguiente al sábado, el subsiguiente como segundo, etc. El sexto día que precedía al sábado, se designaba como el día antes del sábado, y más tarde tuvo de los judíos helénicos el nombre de παρασκευή, es decir, preparación al sábado, que corresponde a nuestro viernes. Análogas indicaciones se encuentran en el Nuevo Testamento.
 104.- Muchos han creído que la semana tuvo origen en los siete astros visibles a simple vista, que recorren el zodíaco celeste. Para los antiguos astrónomos y astrólogos estos astros eran el Sol, la Luna y los cinco planetas mayores: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Observaremos, ante todo, al respecto, que el hecho de asociar el Sol y la Luna, astros de tanta luz y de tan sensible diámetro, con los cinco planetas mayores nombrados, no es cosa que pueda esperarse de las cosmografías primitivas. Para darse cuenta de su carácter común, que es el movimiento periódico dentro de la franja zodiacal, es necesario un estudio cuidadoso y bastante largo. Es necesario además haber reconocido que Mercurio y Venus, como estrellitas matutinas, son las mismas que Mercurio y Venus como estrellitas vespertinas. Todo esto parece que era conocido por los babilonios, al menos en la época de Nabucodonosor, el cual, en una inscripción suya se jacta de haber erigido un templo a los siete dominadores del cielo y de la Tierra. Sin embargo, a pesar de esto, la semana de los babilonios, como hemos visto, no era una semana planetaria, como la nuestra, sino que se regulaba sobre los cuartos de Luna. En el calendario babilónico, del que hemos hablado antes, no hay indicación alguna ni de los planetas ni de las divinidades correspondientes. En cambio, el más antiguo uso de la semana libre y uniforme se encuentra entre los hebreos, los que no tuvieron de los planetas sino un conocimiento muy incompleto. La identidad de los días de la semana con el número de los planetas es puramente casual y no es lícito afirmar que el primer número se haya derivado del segundo.
 105.- Las numerosas relaciones pacíficas o guerreras de los judíos con Roma, que se había tornado heredera de los reyes de Siria, tuvieron por efecto hacer conocer a los romanos la semana y el sábado aún antes de la constitución del Imperio: Horacio, Ovidio, Tíbulo, Persio, Juvenal hablan del sábado como de algo muy conocido; y Josefo Flavio podía escribir ya en sus tiempos que no había ninguna ciudad, griega o no griega, donde no se conociera el uso judío de celebrar el sábado. Y ya hacia el mismo tiempo empezó a atribuir a los distintos días de la semana aquellos mismos nombres de divinidades paganas, que aún hoy están en uso, con poco cambio, en todos los pueblos neolatinos y que son empleados también por los pueblos de origen germánico.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa-Calpe, 1969, en traducción de Ricardo Resta. Depósito legal: M-960-1969.]

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